Historias desopilantes, anécdotas curiosas, rarezas antiguas: bienvenidos a los siglos curiosos.
domingo, 19 de enero de 2014
El misterio de Francisco de la Torre.
Salvo los hipsters blogueros made in Spain demasiado pagados de sí mismos que publican sus poemitas online en la actualidad, nadie duda de que la mayor constelación de grandes en las letras españolas se congregó durante el llamado Siglo de Oro Español, que usualmente suele cronometrarse entre la publicación de la Gramática de Nebrija en 1492, y la muerte de Pedro Calderón de la Barca en 1680. Pero en todo ecosistema hay cincuenta enanos por cada titán, y el Siglo de Oro no es la excepción. Por cada Cervantes, Garcilaso, Lope de Vega, Quevedo, el propio Calderón, etcétera, hay varios otros nombres que son conocidos apenas para el lector aficionado o para el erudito en la materia. Algunos de ellos muy buenos, claro está, que no son más conocidos únicamente por estar a la sombra de otros más grandes. Otros de ellos no tanto. Y... Francisco de la Torre, el homínido que nos ocupa.
Llamémosle homínido sólo por si de verdad existió, ya que ni siquiera de eso estamos seguros. La primera referencia segura que se tiene de él, es la publicación de un Greatest Hits por parte de Francisco de Quevedo. El propio Quevedo refiere cómo los textos llegaron a sus manos: encontró el manuscrito en manos de un librero que se lo vendió con desprecio. Parece ser que el manuscrito había sido escondido ahí por alguien más, que había hurtado lo mejor del material y lo había hecho pasar por propio. El manuscrito venía aprobado por Alonso de Ercilla, lo que lo fecha con anterioridad a 1594, año del fallecimiento del autor de "La Araucana". El nombre del poeta figuraba en cinco partes, pero alguna mano misteriosa lo había manchado de tinta, e incluso había tratado de ennegrecer dicha tinta con humo. Quevedo consiguió figurarse el nombre, Francisco de la Torre, aunque podemos preguntarnos cómo lo logró si el malhechor se tomó tantas delicadezas para borrarlo. Da para un capítulo CSI: Madrid, supongo. Por si las dudas, Quevedo se agenció una nueva aprobación, y publicó los poemas en cuestión bajo el nombre de su autor originario. Su supuesto autor originario al menos.
En consecuencia, no se sabe ningún dato biográfico cierto sobre Francisco de la Torre: dónde y cuándo nació, en dónde se educó, en qué trabajó, en qué circunstancias compuso los versos, cuándo y cómo falleció. Algunos eruditos de los siglos XIX y XX se han abocado al estudio minucioso de sus versos para inferir algún dato en concreto del autor, pero en vano: todos los datos que aportan, son conjeturas sin otra base con la cual corroborarlas. Para colmo, por desgraciada coincidencia (aunque a estas alturas uno se pregunta si es coincidencia o hay algo más), hay otro Francisco de la Torre a finales del siglo XV y comienzos del XVI, pero éste era músico, no poeta, hasta donde sabemos a lo menos (además de que no habría podido vivir tanto como para conseguir que Alonso de Ercilla leyera su material en vida). Incluso hay quien dice que el libro mismo habría sido alguna clase de elaborado embuste, sea de Quevedo o sea de alguien más, que por una razón u otra prefirió atribuirle el material a un prestanome o incluso inventándose el poeta desde la nada. El misterio está servido.
¿Y qué tan buen autor era el ínclito? El lector podrá buscar poemas suyos en Internet, caso de que los haya, pero por si no encuentra, aquí le dejamos con un soneto. Es lo menos que podemos hacer por un poeta bastante bueno, que tuvo la desgracia de ser oscurecido por otros mayores, y que además vaya a saber por qué razones no pudo o no quiso publicar con su propio nombre:
Bella es mi ninfa si los lazos de oro
al apacible viento desordena,
bella, si de sus ojos enajena
el altivo desdén que siempre lloro;
bella, si con la luz que sola adoro
la tempestad del viento y mar serena;
bella, si a la dureza de mi pena
vuelve las gracias del celeste coro.
Bella si mansa, bella si terrible,
bella si cruda, bella esquiva y bella,
si vuelve grave aquella luz del cielo.
Cuya beldad humana, y apacible,
ni se puede saber lo que es sin vella, [*]
ni vista entenderá lo que es el suelo.
[*] Sic en el original.
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3 comentarios:
Lástima que no podamos interrogar a Quevedo, que seguramente algo más sabría. Y eso si no fue todo cosa suya.
Bueno, general, tal vez algún día aparezca nueva documentación capaz de resolver el misterio.
Feliz domingo
Bisous
"Vella" me parece que debería entenderse como "verla" escrito en su forma antigua. En este caso las letras "l" se pronuncian como tal, emulando al latín, y no como la hispánica elle ("ll"). Por supuesto que además estamos en presencia de un juego de palabras.
Iba a comentar lo mismo que Galo sobre "vella" como "verla". Un saludo
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