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jueves, 31 de enero de 2008

El Emperador que volaba.

Todos los pueblos de la Tierra con algún grado de organización política más allá de la simple jefatura, han tratado de hacer espléndidas exhibiciones de poder, construyéndose magníficos palacios y diseñando elaboradísimos rituales. Y el Imperio Bizantino, que pretendía ser gobernado nada menos que por Cristo mismo, no podía ser una excepción.

El traje habitual del Emperador era el propio de un icono sagrado. Así, usaba una túnica rígida como una capa. En la cabeza, su corona estaba rematada por una cruz. Y el domingo de Pascua, se hacía rodear de doce personas, que representaban a los doce Apóstoles, en medio de los cuales el Emperador es un verdadero Cristo. El rito mismo era de índole religiosa. El papias, el portero del palacio, sin ir más lejos, era un eclesiástico.

El rito de recepción a los visitantes, por parte del Emperador, no podía ser más grandilocuente. La habitación tenía forma octogonal, y estaba rematada por una gran cúpula. En el mobiliario había toda clase de bestias confeccionadas en oro: leones, pájaros, quimeras... Cuando el visitante llegaba, todo aquel grupo de esculturas se activaba de improviso por mecanismos ocultos, llenando la habitación de estruendo, al tiempo que las bestias de oro parecían animadas por medios que debían seguramente parecer magia, para el inculto visitante de aquellos tiempos. No podía menos que prosternarse ante el trono, pero cuando levantaba la vista, el trono ya no estaba. Un mecanismo de poleas alzaba en las alturas, tanto al trono como al Emperador, haciéndolo virtualmente inaccesible ante cualquiera que quisiera llegar hasta él. ¡Magnífica manera ésta, para endiosar al Emperador...!

domingo, 27 de enero de 2008

El Imperio de Cristo sobre la Tierra.


Muchos reinos y repúblicas cristianas han afectado gobernarse o ser gobernadas en el nombre de la Virgen María, de Cristo o de Dios. Incluso hasta fechas recientes, en Chile existía el juramento para asumir un cargo público; lo cual fue cambiado por juramento o promesa para darle cabida a que los agnósticos no tuvieran que jurar según el rito cristiano. Pero seguramente que pocas naciones terrestres han llevado tal megalomanía hasta los extremos del Imperio Bizantino.

El Imperio Bizantino, en efecto, como sucesor del muy cristiano Imperio Romano del Oriente, y ante la caída de Occidente ante la barbarie medieval, se tomó muy en serio la idea de que ellos eran la única fortaleza del Cristianismo. Así, en el anverso de las monedas de oro era posible encontrar la efigie de Cristo, pero coronada con la diadema propia del Emperador de Bizancio. Los iconos, por su parte, representaban a Cristo con la stemma en la cabeza, el scaramangion en el cuerpo y la campagia en los pies, vestimentas todas propias del Emperador bizantino. Y los desfiles de los soldados eran acompañados no con marchas militares al uso, sino con salmos bíblicos. Y las leyes, por su parte, eran promulgadas nada menos que en nombre del "Señor Jesucristo nuestro maestro".

Pero quizás la mayor muestra de este sentimiento de ser gobernados por Cristo mismo, se encuentra en las reuniones de embajadores. Ahí, frente a los plenipotenciarios extranjeros, había dos tronos, uno al lado del otro. Uno de ellos estaba ocupado por el Basileo, el Emperador del Imperio Bizantino. Y el otro estaba vacío, con sólo el Evangelio abierto delante suyo. Y los bizantinos se le acercaban con reverencia y emoción. Ese trono, era aquel en el cual Cristo invisible se sentaba, para gobernar a todos los bizantinos...

jueves, 24 de enero de 2008

Porfirogénetas.


Varios Emperadores y Emperatrices del Imperio Bizantino lucieron el título de "Porfirogéneta". El más famoso es, probablemente, Constantino VII Porfirogéneta (913-950, aunque en dos reinados separados por el de Romano I Lecapeno entre 920 y 944), pero aparte de éste, hay varios otros Porfirogénetas. Este título se ha traducido como "nacido en la púrpura", aunque quizás una traducción más exacta sería "nacido en el pórfido" (en todo caso, para los clasicistas afectos a la fuente original, la palabra griega es Πορφυρογέννητος). La explicación es la siguiente.

Dentro del recargadísimo ceremonial del Imperio Bizantino, se estilaba que la Emperatriz diera a luz en una cámara especial, la llamada Cámara de Pórfido, también llamada Habitación del Amor. Esta se encontraba dentro del Palacio Imperial de Constantinopla. Como su nombre lo indica, estaba recubierta enteramente por (cuando decimos enteramente, nos referimos a literalmente todo: paredes, suelo y techo) losas de una piedra llamada pórfido. El pórfido es una roca rojiza que combina varios atributos muy apreciados por los constructores imperiales de muchas culturas, partiendo por su dureza, superior a la del granito, y siguiendo por su color, que por coincidencia, es muy similar al de la púrpura, el carísimo tinte con el cual se teñían las vestimentas de los nobles y aristócratas. Cubrir una habitación completa con losas de pórfido era entonces no sólo un rasgo de lujo, sino un signo de realeza.

Los principitos que nacieran en esta habitación (y que, requisito adicional, fueran hijos del Emperador y de la Emperatriz, y que ambos estuvieran unidos en matrimonio y no fueran por tanto simples concubinos), por lo tanto, eran tan especiales, que recibían el calificativo de "nacidos en la púrpura", como una manera de decir que habían nacido en la realeza: de ahí lo de Porfirogénetas. Hasta aquí, dirán ustedes, esto no es la gran cosa, porque en todas épocas y lugares hay príncipes que nacen cómodamente arrullados en una cuna de oro. Sin embargo, debe recordarse que el Imperio Bizantino no se caracterizaba por su estabilidad política y era, entre otras cosas, el imperio de los golpes de estado, que hubo un sinfín de dinastías gobernantes, y que por tanto, ya era un signo de capacidad no sólo gobernar lo suficiente para conseguir que naciera un heredero en la dichosa Cámara de Pórfido, sino que además éste consiguiera alzarse a la corona bizantina, una vez que el progenitor del porfirogéneta hubiera fallecido...

domingo, 20 de enero de 2008

¿Por qué las leyes se dividen en artículos?

En la actualidad, todas las leyes que se dictan se subdividen en artículos; puede decirse que la ley es un conjunto interrelacionado de distintas normas, y cada artículo se refiere a una norma más pequeña. Así, al estructurarse en un articulado, se hace más fácil la consulta y la cita del texto legal. Hasta tal punto llega esto, que muchas veces por costumbre, cuando se trata de una sola norma, se dictan leyes "de artículo único", a pesar de que en este caso, dicha estructuración de la norma es obviamente redundante. Y sin embargo, pocos se ponen a pensar que ésta no es la única manera de redactar una ley. Y de hecho, pueblos tan legalistas como los antiguos romanos o los germanos, desconocían la técnica de redactar las leyes en artículos.

La costumbre de dividir una ley en artículos deriva del Derecho Romano Tardío. Durante toda la época de la vigencia del Derecho Romano más clásico, es decir, entre los siglos III a.C. y III d.C., había una relación entre los edictos de los cónsules y pretores, que eran leyes escritas en nuestro sentido moderno, y los jurisprudentes, que eran quienes opinaban sobre las leyes. La opinión de los jurisprudentes era tan respetada, que muchas veces se basaba la resolución de un caso judicial no tanto en lo que dijera el edicto del pretor, sino en la opinión consagrada de un jurisprudente. El sistema legal romano alcanzó así una gran complejidad.

Por supuesto que las opiniones de los jurisprudentes eran todo lo disímiles que podían llegar a ser, y no pocas veces tenían ideas contrapuestas sobre varios puntos. De manera que cuando la evolución del Derecho Romano cesó, y se produjeron intentos de sistematizar toda la frondosa literatura jurídica que se había producido en el intertanto, se decidió darle el favor a determinados jurisprudentes por sobre otros. Pero como esto no bastó, finalmente el Emperador Justiniano (527 a 565 d.C.) encargó a Triboniano, su jurista de confianza, que recopilara en un todo orgánico la totalidad de la ley romana, lo que llevó a la elaboración de una obra capital, el "Digesto", cuya versión definitiva data de 533 d.C.

Lo que hizo Triboniano fue, en esencia, entresacar opiniones y frases sueltas de los más prestigiosos jurisprudentes, tratando de armonizar los dichos de unos con otros, copiándolos textualmente y retocándolos en algunas partes. Aunque se conservó en cada fragmento el nombre de su autor y la obra de la cual procedía, con el paso del tiempo la estructura del Digesto (y de otras obras que lo complementan, conformando el "Corpus Iuris Civilis") fue copiada en leyes sucesivas promulgadas ya en pleno Imperio Bizantino, ahora numerando cada uno de los fragmentos para así poder manejarlos mejor. Y de ahí deriva la costumbre de numerar los artículos en las leyes.

jueves, 17 de enero de 2008

La muerte de Plinio el Viejo.


De todos los lugares en donde podría haber muerto, Plinio el Viejo no podía haber elegido uno más famoso y representativo en la Historia Universal. Porque falleció en una erupción. Y no una cualquiera, sino en la que sepultó la famosa ciudad de Pompeya, o sea, la del Volcán Vesubio, el año 79 d.C. La historia es la siguiente.

Plinio el Viejo era, hasta cierto punto, un bicho raro en la vida intelectual del Imperio Romano. En los siglos anteriores el estudio de las ciencias naturales alrededor del Mar Mediterráneo, en la civilización grecorromana, había alcanzado grandes cotas, pero ya en tiempos de Plinio el Viejo, bien asentado el Imperio Romano, las glorias de la ciencia eran cosa del pasado, y sólo parecía haber lugar en este terreno para los recopiladores de lo antiguo, no para los investigadores de lo nuevo. Los esfuerzos de los intelectuales de la época, como Séneca por ejemplo, estaban dirigidos a la Filosofía, con fuerte énfasis en la moral, y por ende, no había interés en los fenómenos del mundo físico. Por esto, la "Historia natural" de Plinio el Viejo es una obra rara para su época; Plinio se propuso escribir un vasto tratado natural que pudiera funcionar como una enciclopedia tanto de la naturaleza como de la moral, y en verdad su propósito funcionó, porque hasta tiempos bastante recientes, el texto de Plinio estuvo en la cabecera de muchos estudiantes que buscaban profundizar en los misterios de la naturaleza.

Pero Plinio el Viejo tenía también una carrera política, que consiguió mantener en tiempos tan turbulentos como los de Nerón. Uno de sus sucesores, el Emperador Vespasiano, en el año 77 d.C. lo nombró prefecto de la flota romana, cargo que le obligaba a estar en el puerto de Miseno. De ahí que, cuando estalló la erupción del Vesubio, que sepultó a Pompeya y Herculano bajo toneladas de lava, en el año 79 d.C., fuera Plinio el Viejo quien estuviera encargado de las labores de rescate de los pobladores de las zonas afectadas. Debe decirse que esta misión la cumplió con enorme celeridad, evacuando por mar a la gente perseguida por la lava, pero entonces, el científico se impuso al oficial, y decidió aventurarse hacia la erupción, dispuesto a echar una miradita que pudiera enseñarle un poco más sobre aquel fenómeno natural, que quizás no tuviera una nueva oportunidad de estudiar. Nunca más regresó.

El destino final de Plinio el Viejo, lo conocemos gracias a su sobrino Plinio el Joven, que trabó amistad con el Emperador Trajano (98 a 117 d.C.), amistad que nos ha legado una copiosa correspondencia, valiosísima para entender ese período histórico. En una de las cartas, 27 años después de la erupción del Vesubio, Plinio el Joven se refiere a la muerte de su tío, y de ahí podemos hacernos una idea del desventurado destino de este esforzado y solitario aventurero científico, que sin duda, por su espíritu pionero merecía un destino mucho mejor.

domingo, 13 de enero de 2008

"Zapatero a tus zapatos".


En castellano se suele decir "zapatero a tus zapatos" para poner en su lugar a alguien que trata de hacerse el competente en cuestiones que no son de su incumbencia. Menos conocido es que la frase tiene su origen en una anécdota que aconteció a lo menos dos milenios y medio atrás, en la Antigua Grecia.

La anécdota es referida por Plinio el Viejo, historiador y científico romano que vivió en el siglo I d.C. Existió en el siglo IV a.C. un pintor llamado Apeles, que a juzgar por la opinión de sus contemporáneos, fue un gran maestro (de hecho, pintó nada más y nada menos que para Alejandro Magno), aunque ya nosotros no podamos decidir sobre el asunto, porque la crueldad del Padre Tiempo ha hecho que ninguna de sus pinturas haya llegado hasta nuestros días. Tenía Apeles la costumbre de exhibir sus pinturas en público, y esconderse estratégicamente para escuchar los comentarios de la gente, para así, escuchando y valorando las críticas y elogios recibidos, poder mejorar sus pinturas. Pasó por ahí un zapatero, que criticó el haber pintado pocas tiras en una sandalia. Apeles tomó nota silenciosa de esto y lo corrigió. Al día siguiente, pasó otra vez el mismo zapatero, y envanecido al ver corregido aquello que él señaló como un error, empezó a criticar la pierna pintada. Apeles montó entonces en cólera, y le dijo ásperamente "el zapatero no debe juzgar más arriba de las sandalias" ("Ne supra crepidam sutor judicaret").

Resulta curioso observar que esto se transformó, en el idioma español, en "zapatero a tus zapatos", que si bien rescata la misma idea, lo expone de manera bastante distinta. Otro tanto ocurre con el inglés, que formula esta idea de una manera más críptica; en este idioma, la frase equivalente es "the cobbler should stick to the last" ("el zapatero debería mantenerse hasta el último"), que es mucho menos precisa y más metafórica.

jueves, 10 de enero de 2008

El astrológico final de Nicias y Demóstenes.

En el año 413 a.C., en el marco de las Guerras del Peloponeso (que, en Grecia, enfrentaron a sus dos ciudades maestras de Atenas y Esparta, recordemos), los atenienses tuvieron la "brillante" idea de tratar de expandir su imperio marítimo invadiendo Siracusa, ciudad de Sicilia que era aliada tradicional de Esparta. Esta empresa era a todas luces descabellada, debido a que Sicilia estaba demasiado lejos de Grecia, como para montar una expedición militar en toda forma, estando el enemigo tan cerca de casa (los espartanos habían puesto sitio a las mismísimas murallas de Atenas más de una vez). Por supuesto que todo resultó de lo peor para los atenienses, y muchos historiadores, partiendo por el gran Tucídides, responsabilizan a esta chapucera planificación geopolítica el final de la gloria de Atenas. Pero el asunto podría haber mejorado un poquito, de no haber intervenido los astrólogos "a favor" del bando ateniense...

La expedición estaba comandada por Nicias, un general bastante competente, pero que cayó enfermo durante la campaña militar. Atenas le envió refuerzos en la figura del general Demóstenes, a quien no le tomó demasiado darse cuenta de que el asedio de Siracusa era insostenible, y debían retirarse cuanto antes, porque ya no se trataba de obtener la victoria, sino de evacuar mientras aún hubiera tiempo. Pero se topó con la obcecación de Nicias, quien se emperró en que los siracusanos hostiles a Esparta podían todavía prestarle ayuda. Un mes después había sucedido lo obvio: no sólo Siracusa no había caído y el "enemigo interno" no colaboraba de manera eficaz, sino que además los siracusanos habían recibido refuerzos desde Esparta. Demóstenes una vez más urgió la retirada, pero...

...ocurrió un eclipse total de luna. Los astrólogos lo consideraron un mal presagio, y dijeron que debían esperarse "tres veces nueve días" para proceder a la evacuación. Tres veces nueve días después, los felices siracusanos habían ubicado trirremes en la bahía que era el punto de acceso de los atenienses a la isla, y los encadenaron entre sí para que ninguna nave ateniense pudiera pasar. La única alternativa era romper el cerco por tierra, pero todos los intentos atenienses por zafarse del cerco fracasaron. De 50.000 tropas de élite atenienses, sólo 7.500 sobrevivieron, sólo para terminar sus días en las canteras (una de las peores maneras de ser condenado a muerte en vida, en el mundo antiguo). El valiente pero demasiado crédulo Nicias, por su parte, así como el bravo y prudente Demóstenes, y podemos suponer que la cohorte de adivinos y astrólogos de Nicias también, terminaron todos ellos en el patíbulo.

domingo, 6 de enero de 2008

¿La Era de Acuario...?


Uno de los lugares comunes de la Astrología y el Ocultismo en general, y que estuvo muy en boga entre el Hippismo y la New Age, es el paso de la llamada "Edad de Piscis" a la "Edad de Acuario"; incluso hasta salió una famosa canción llamada precisamente "Aquarius/Let the Sunshine In", del grupo The Fifth Dimension. Se supone que durante la Edad de Acuario, la Humanidad dará un paso trascendente, la hermandad reemplazará a las guerras, el espiritualismo a la codicia, y el mundo se convertirá en un verdadero Jardín del Edén sobre la Tierra. A pesar de que esto no pasa de ser un bienintencionado mito de la New Age, lo cierto es que la idea de la Edad de Acuario sí que tiene algún fundamento, aunque por supuesto éste al final resulta ser un poco más descafeinado que el mito en comento.

Cada vez que se habla de "movimientos de la Tierra", se cita la rotación y la traslación. Sin embargo, hay algunos otros movimientos adicionales. El más importante de éstos es la "precesión de los equinoccios", conocida las más de las veces simplemente como "precesión". La Tierra y los otros planetas se mueven todos en un mismo plano orbital respecto al Sol, y este plano es la Eclíptica; desde la Tierra se ve la Eclíptica como una banda de cielo a través de la que pasa el Sol en su recorrido diurno; doce constelaciones sobre la Eclíptica han sido entonces elegidas para ser "signos solares", o sea, los celebérrimos signos del zodíaco babilónico (Aries, Tauro, Géminis, etcétera). Ahora bien, el eje terrestre (sobre el cual rota la Tierra) no es perpendicular a la eclíptica, sino que está inclinado en 23°, respecto de dicha perpendicular. El eje terrestre apunta entonces no a un lugar en perpendicular al plano de traslación de la Tierra (la eclíptica mencionada), sino a una estrella llamada Polaris (la Estrella Polar de toda la vida). Ahora bien, ese "apuntar" va cambiando con los años. De hecho, da una vuelta completa cada 26.000 años. A este movimiento se lo llama "precesión", porque cada 2.200 años aproximadamente, los equinoccios se producen en un signo zodiacal de la eclíptica distinto, dando la vuelta entera a los doce signos en los mencionados 26.000 años.

De ahí que los astrólogos hablen del "Gran Año" de 26.000 años, separado en doce "Grandes Meses" de unos 2.000 años cada uno. A este fenómeno astronómico, los astrólogos le atribuyen consecuencias astrológicas, por la influencia que el Zodíaco supuestamente ejercería sobre los seres humanos. Así, la época actual, desde el nacimiento de Cristo más o menos, estaría en la Era de Piscis, porque en el Hemisferio Norte, el equinoccio de primavera se produce en Piscis (o sea, más o menos en Marzo). Y en algunos pocos centenares de años más (más o menos entre 2060 y 2600, según qué astrónomo haga los cálculos), el equinoccio de primavera se producirá en Acuario. De ahí entonces la dichosa Era de Acuario (o sea, más o menos en Febrero). Hay un resabio de esto, en el hecho de que la Astrología babilónica tal y como la conocemos hoy en día, se codificó en el Imperio Caldeo (612 a 538 a.C.), en plena Era de Aries (es decir, cuando el equinoccio de primavera se producía en Aries, en Abril, siempre en el Hemisferio Norte), y por eso el horóscopo actual empieza en Aries y termina en Piscis. Y, pase lo que digan los astrólogos, hasta ahí todo el magnífico asunto...

jueves, 3 de enero de 2008

Los antepasados de Pangaea.


Cuando a comienzos del siglo XX, el geólogo Paul Wegener propuso la Teoría de la Tectónica de Placas (básicamente, que los continentes se mueven y que alguna vez, Africa y Sudamérica estuvieron pegados), todo el mundo le tomó por loco. Sin embargo, desde entonces se ha acumulado toneladas de evidencia, que le dan a Wegener toda la razón: los continentes se mueven. Y es más, todo parece indicar que durante el Mesozoico, la Era de los Dinosaurios, todos los continentes estuvieron reunidos en una única gran supermasa continental que los científicos han llamado Pangaea o Pangea, del griego "pan" ("todo") y "Gea" ("Tierra"), o sea, "Toda la Tierra". Pero la historia no se detiene ahí. Porque análisis científicos más detallados, han llegado a la conclusión no sólo de que podría surgir en 250 millones de años más otro gran supercontinente (llamado "Pangaea Ultima", o bien "Amasia", según dos hipótesis científicas distintas), sino que Pangaea es sólo el último espectacular representante de un tipo de estructura geográfica planetaria que se ha repetido de manera cíclica a lo largo de la cuatrimilmillonaria Historia de la Tierra.

Algunos científicos apuntan la existencia de un supercontinente llamado Vaalbara, que habría comprendido la Tierra entera hace la friolera de 3.600 a 3.300 millones de años atrás, y cuyos restos estarían en cratones de Sudáfrica y el oeste de Australia. Sin embargo, el primer supercontinente cuya existencia puede considerarse como más o menos cierta, es Ur, el cual existió hace 3.000 millones de años atrás; de todas maneras, no se sabe si Ur era una simple gran masa continental al estilo de Eurasia, o un supercontinente único al estilo de Pangaea. Se suele teorizar que Ur habría ido a parar contra otras masas continentales para formar Rodinia, el primer gran supercontinente estilo Pangaea plenamente confirmado, que habría coleccionado todas las tierras emergidas entre 1.000 y 750 millones de años atrás. La ruptura de Rodinia habría generado cambios climatológicos tan graves, que habrían desembocado en violentas edades de hielo, frente a las cuales aquella que atacó a la Tierra durante el Paleolítico es apenas una suave brisa de Abril.

Estos no son los únicos supercontinentes, pero son los más representativos. La evidencia de su existencia incluye la datación radiactiva de ciertos territorios, además de la evidencia paleomagnética (cómo se alinea el suelo frente al campo magnético terrestre). Los científicos piensan que, lejos de ser anomalías, los supercontinentes forman un ciclo regular de separación y reunión, a partir del cual volverían a separarse cuando el gran tamaño del supercontinente impida al magma ubicado por debajo escapar, generando actividad vulcánica que los fracturaría. Parece ser también que la existencia de supercontinentes no sólo influye decisivamente sobre el clima, sino que además, al poner en contacto las especies biológicas terrestres, tendería a retrasar la evolución, al impedir el aislamiento de las mismas, algo necesario para que las poblaciones se diferencien unas con otras hasta generar especies distintas.

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