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domingo, 28 de diciembre de 2008

De dónde salió el "colemono".


El cola de mono o "colemono" es un trago típico chileno que, si bien se puede consumir todo el año, suele ser tradicionalmente asociado a la Navidad y el Año Nuevo. Es un combinado de café, leche, azúcar y aguardiente, y generalmente se le añaden especias (canela, por lo regular, aunque también a veces cascaritas secas de naranja) para darle un toque. El origen del trago, así como el de su denominación, es uno de los misterios sumergidos en la Historia Profunda de Chile, y circulan varias versiones sobre ella.

Según don Manuel Antonio Román, en su diccionario de chilenismos, el nombre vendría simplemente del color café oscuro del trago, semejante a la cola de un mono. Otros le achacan la responsabilidad a que el trago se comercializaba artesanalmente en sus buenos tiempos, reutilizando las botellas de un popular anís español, el Anís del Mono, cuya característica era el dibujo de un mono con una larga cola. Pero las versiones más populares relacionan al colemono con don Pedro Montt, quien fuera Presidente de Chile entre 1906 y 1910 (ya nos referimos incidentalmente a Pedro Montt en un posteo anterior de Siglos Curiosos).

Según una versión, en 1901 los partidarios de Pedro Montt habrían ido a consolar la derrota electoral sufrida frente a Germán Riesco, a una heladería cuya especialidad de la casa era justamente un trago de aguardiente con helados de café con leche derretidos. El trago no tenía nombre, pero hubo quienes asociaron a Pedro Montt (a quien, por lo bajo, y comprensiblemente de espaldas al aludido, llamaban el Mono Montt por su cara más bien morena) y el que hubiera salido "a la cola" o "coleado" en las elecciones, con el trago. Empezó así a hablarse de la "cola de Montt", y más aún, con su picardía, de la "cola de mon... o", para aludir a Montt sin referirse directamente a él.

Pero la versión más popular es la siguiente. En la casa de doña Filomena Cortés viuda de Bascuñán, que tenía cuatro hijas casaderas que cantaban, tocaban la guitarra y el arpa, se organizó una fiesta que tenía como invitado de honor nada menos que al ahora sí Presidente don Pedro Montt. En la madrugada empezó a llover, e inquieto, Pedro Montt quiso retirarse, y pidió que le devolvieran un revólver Colt que había entregado para que lo custodiaran. Los invitados trataron de disuadir a Montt de que no se retirara, en parte por la lluvia y en parte para seguir la fiesta, y de manera muy conveniente para los contertulios, nadie recordaba dónde había quedado el dichoso revólver. Y como el vino y los licores se habían terminado, y descubrieron sólo una jarra de café con leche, los parroquianos le echaron aguardiente y azúcar, y siguieron la fiesta. Y como el trago no hubiera nacido, según esta versión, si el revólver del Presidente no se hubiera perdido, se lo llamó en su honor el "Colt de Montt", que después por corrupción idiomática habría pasado a ser el "colemono"...

jueves, 25 de diciembre de 2008

¿Y dónde nació Jesús...?


Cualquier persona, interrogada sobre el lugar de nacimiento de Jesús de Nazaret, dirá sin dudar que nació en Belén. Quienes más estén enraizados en la tradición, hablarán del "portal de Belén" o del pesebre o establo en que nació Jesús... A pesar de que un portal no es un establo, claro está. Y sin embargo, lo cierto es que ¡no sabemos dónde nació Jesús! Y del análisis de los textos bíblicos, bien podría ser que el lugar más probable no fuera Belén, sino Nazaret...

Vamos por partes. Los dos textos bíblicos que se refieren al nacimiento de Jesús son el Evangelio de Mateo y el Evangelio de Lucas. Por desgracia, ambos relatos no sólo están trufados de elementos sobrenaturales que le restan credibilidad histórica (apariciones de ángeles, visiones, etcétera), sino que además se contradicen mutuamente. El relato de Mateo no menciona el nacimiento de Jesús en Belén, pero no menciona la procedencia de la familia. Mateo pareciera subentender que el lector asume como nativos de Belén a la familia de Jesús, debido a que luego de regresar desde Egipto (en donde habían estado escondidos, esquivando la Matanza de los Inocentes supuestamente ordenada por Herodes), dice que tuvieron miedo de regresar y se instalaron en Nazaret... Lo que significaba cambiar no sólo de ciudad sino también de región, porque Belén estaba en Judea y Nazaret en Galilea (y los judíos de raza despreciaban a los galileos por ser una especie de "judíos nuevos", porque su judaización había sido producto de una conquista militar cerca de un siglo antes, por obra de los Macabeos).

El relato de Lucas, por su parte, señala enfáticamente que la familia de Jesús era de Nazaret, y viajaron a Belén para cumplir con la orden de que cada persona se censara en el lugar de su nacimiento (y José era de Belén, se da a entender). Situación que es un absurdo, por supuesto, como cualquiera que haya afrontado un censo en la actualidad lo sabe. Pareciera que Lucas estaba empeñado en que Jesús naciera a cómo dé lugar en Belén, aunque lo sabía de Nazaret, y por eso tuvo que inventarse la historia del viaje. Por otra parte, en varios pasajes de la Biblia se deja entrever que los galileos consideraban a Jesús como "uno de los suyos", y que se motejaba a Jesús como "galileo" con su cuota de desprecio... (recuérdese el episodio en que Jesús es echado de la sinagoga de Nazaret, y éste replica "nadie es profeta en su tierra"...).

Pero si Jesús efectivamente nació en Nazaret, ¿por qué los evangelistas habrían querrido hacerlo nacer en Belén? La razón puede estar en la empresa de justificar a Jesús como el mesías. Se suponía por la tradición rabínica que el mesías debía ser un vástago de la Casa de David, y como ésta venía de Belén, una señal para el lector de que Jesús era efectivamente el mesías, era hacerlo nacer en Belén, aunque hubiera que mentir o inventarse la historia. Lucas habría escrito entonces su Evangelio con posterioridad, y tomando por buena la información de Mateo, pero no pudiendo olvidar que Jesús era de Nazaret, se inventó entonces el viaje a Belén.

domingo, 21 de diciembre de 2008

¿Juan XXIII...?


Durante cerca de medio milenio, el nombre "Juan" fue maldito entre los Papas, y ninguno quiso llamarse así. Y eso que Juan era uno de los predilectos de los Papas para darse nombre a sí mismos. Hasta el siglo XIV, la lista oficial de Papas incluye a 22 Juanes. Juan XXII gobernó a la Iglesia Católica entre 1316 y 1334, y por lo tanto ejerció su Papado no desde Roma, sino desde la ciudad de Avignon (el Papado tuvo dicha ciudad por sede entre 1309 y 1377, por razones políticas, fundamentalmente la presión de la entonces poderosa corona francesa).

Todo cambió después de 1378. En esa fecha se produjo un gran cisma, con dos Papas peleándose por la legitimidad, uno desde Roma y el otro desde Avignon (más tarde, desde el Concilio de Pisa de 1409, hubo incluso un tercer pretendiente). El historiador Edward Gibbon, en su voluminosa "Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano", en el apartado reservado a la Edad Media (la caída del Imperio Bizantino o Romano de Oriente), dice sobre el carácter inicuo y violento de este Papa ("antipapa", según la Iglesia Católica), que se le acusó de piratería, asesinato, violación, sodomía e incesto, y que se suprimieron contra él las acusaciones más graves (¿las había peores...?). El caso es que en el Concilio de Constanza se le obligó a renunciar junto con los otros dos pretendientes (1417). Y la reputación del nombre Juan quedó tan manchada, que ningún Papa quiso llamarse así en los próximos 500 años (como la Iglesia Católica lo considera antipapa, cualquier Papa Juan debería darse el número XXIII, y no el XXIV, para mayor bochorno).

Hasta la llegada de Angelo Roncalli, un cardenal cuya carrera diplomática al servicio del Vaticano le había entrenado bien en el arte de los mensajes sibilinos. En 1958, próximo a cumplir los 77 años, fue elegido Papa. Para sorpresa general, tomó el nombre de Juan XXIII. Cuando le preguntaron el por qué había adoptado el nombre de un antipapa como el suyo propio, repuso con notable sabiduría que antes del "antipapa" Juan XXIII del siglo XV, habían existido 22 Papas legítimos de nombre Juan... Además de que el nombre Juan está por todas partes, incluida la Iglesia de San Juan Lateranense (esto es, San Juan de Letrán, una ciudad actualmente en la órbita de la megaciudad de Roma). Y si el Juan XXIII renacentista había sido un bribón de marca mayor, y seguramente uno de los hombres más despreciables que han pasado por el solio pontificio, el Juan XXIII del siglo XX resultó ser tan asombrosamente carismático y abierto al mundo de su tiempo, que fue honrado universalmente después de morir (cáncer, en 1963) con el apodo de "el Papa bueno".

Para hacer más compleja la cuestión de la numeración de los Papas Juan, resulta que posiblemente Juan XXIII sea efectivamente el N° 23, y el "antipapa" Juan XXIII en realidad sea "Juan XXII". En la Edad Media hubo notables confusiones por una inscripción malinterpretada en el Liber Pontificalis (aquel libro oficial en que se registran los Papas). De hecho, formalmente nunca ha habido un Papa Juan XX, por lo que el "antipapa" Juan XXIII vendría siendo en realidad Juan XXII, y así Angelo Roncalli, en el siglo XX, efectivamente habría sido Juan XXIII (sin considerar como antipapa al Juan XXIII del siglo XV...).

jueves, 18 de diciembre de 2008

La guerra de la tumba de Herodes.


Herodes el Grande, quién vivió entre 73 y 4 a.C., es uno de los personajes históricos de más ingrata memoria en la Historia. Aunque en los últimos años ha sido objeto de rehabilitación histórica (incluso en la década de 1950, Arnold J. Toynbee hablaba más o menos favorablemente de él, en su monumental "Estudio de la Historia"), sigue siendo famoso por el incidente de la Matanza de los Inocentes, que para más inri es muy improbable que haya sido un episodio histórico de verdad. Por eso, resulta cuando menos curioso, aunque esperable dentro de las coordenadas del juego político de toda la vida, que la tumba de Herodes haya dado lugar a una guerrilla cultural entre palestinos e israelíes.

Excavaba el arqueólogo Nehud Netzer en el Herodión, uno de los más importantes palacios de Herodes. El palacio está dividido en dos secciones, una inferior en la planicie y una superior en lo alto de un risco que servía como fortaleza en caso de apuro. Netzer no dejó piedra por voltear para descubrir cualquier indicio de la tumba, que según la descripción del historiador judío Flavio Josefo, debió haber sido magnífica. Finalmente, en el año 2007, encontró la tumba, ni arriba ni abajo: estaba en una ladera, más o menos bien escondida por el paso del tiempo (además que los judíos, que odiaban a Herodes, se habían encargado de maltratar la tumba con posterioridad).

El 8 de Mayo, después de acuciosas excavaciones, Netzer dio a conocer el hallazgo en una conferencia de prensa, y precipitó una tormenta política. Resulta que la región en torno a Herodión es palestina, pero con asentamientos judíos. Shaul Goldstein, líder del asentamiento Gush Etzion, al sur de Jerusalén, dijo entonces que la tumba era "una nueva prueba de la relación entre Gush Etzion, el pueblo judío y Jerusalén", y pidió que fuera designada monumento nacional religioso. La Autoridad Palestina respondió cuestionando abiertamente que se tratara de la tumba de Herodes, y atacó a Netzer por haberse llevado los restos y hallazgos a territorio israelí, fuera de Herodión. Nabil Khatib, director del distrito de Belén de la Autoridad Palestina, sin pelos en la lengua, dijo: "Es un robo de artefactos palestinos".

Lo irónico del caso no radica sólo en el absurdo de basar pretensiones nacionalistas del siglo XXI en un estado de cosas político que se acabó con la Diaspora de los años 70 y 135 d.C., es decir, hace dos milenios atrás. El colmo del absurdo es que Herodes no era judío, ya que su madre era árabe y su padre era idumeo (edomita). Por lo tanto, si consideramos a las razas bíblicas como sobrevivientes en Oriente Medio (consideración que es una fortísima petición de principios)... ¡Resulta que Herodes no sería judío sino palestino, y el hallazgo de Herodión confirmaría las pretensiones palestinas y no las judías! Es más, los judíos odiaban a Herodes como a un extranjero intruso que había sellado un pacto mefistofélico con el Imperio Romano (un títere o Quisling de los romanos, hablando en plata), y de ahí que le crearan la siniestra reputación que devino posteriormente. Que los judíos se encarguen entonces de reivindicar la tumba herodiana, y los palestinos en dudar de ella, estando la tumba en territorio palestino, resulta entonces un absurdo sólo comprensible por la poca cultura que tiene en general la clase política de nuestros tiempos...

domingo, 14 de diciembre de 2008

Las anacrónicas defensas de París.


Que la mentalidad militar es proclive al conservadurismo, no es un secreto para nadie. Esto es lógico si se considera que en la inmensa mayoría de los ejércitos, los ascensos y promociones son por edad, y por lo tanto, cuando se llega hasta el alto mando, ya se es un viejo mañoso acostumbrado a "los buenos y viejos tiempos". Los franceses tuvieron algo de eso cuando fortificaron media línea fronteriza con la Línea Marginot, pero se negaron obstinadamente a defender las Ardenas, con las consecuencias que son bien conocidas. Pero en fin, eso es otra historia.

En la pasada anterior de los alemanes por París, en 1870 (en la guerra de 1914-18 no llegaron a tomarla), las tropas prusianas se enfrentaron a otro falible infalible sistema de defensa francés. Gobernaba Luis Felipe de Orléans (1830-48), y en aquellos años en que se debilitaba el Imperio Otomano, Francia (al igual que las restantes potencias europeas) barajaban muy seriamente la posibilidad de una guerra para marcar las respectivas esferas de influencia europeas. Por ende, entre 1840 y 1844, Luis Felipe ordenó fortificar París, en prevención de que Prusia o Austria fuera a tentar una invasión armada contra suelo francés. Siguiendo la doctrina clásica del bastión, que para ese entonces tenía unos venerables 200 a 250 años de antigüedad, París fue rodeado con una serie de terraplenes que deberían impedir o al menos retrasar todo lo posible el acceso del enemigo.

Los dichosos terraplenes tuvieron sólo una ocasión de probar cuánto valían. Cuando las tropas prusianas pusieron sitio a París, en 1871, éstos contribuyeron notoriamente a la defensa... Pero por otra parte, dentro de París (en el radio de los terraplenes) no había alimento suficiente para abastecer a toda la ciudad, y pronto ella debió capitular por el hambre, por lo que los bastiones, si bien militarmente cumplieron con su finalidad, terminaron siendo inefectivos. En los siguientes años, en que el París de la Belle Epoque experimentó un crecimiento urbanístico brutal, los famosos terraplenes, inútiles en tiempos de paz, allí se quedaron porfiadamente, impidiendo que ésta creciera, casi como una muralla medieval. Finalmente, para hacerle espacio a la ciudad, no quedó más remedio que echar abajo éstos, cosa que ocurrió ya bien empezado el siglo XX, después de la Primera Guerra Mundial. Era una buena idea, quizás, pero un tanto anacrónica ya en pleno siglo XIX...

jueves, 11 de diciembre de 2008

El Complejo Industrial Militar.


Parte importante de la política del siglo XXI gira en torno al concepto de Complejo Industrial Militar ("Military-industrial complex", en su original inglés). La idea básica gira en torno a la existencia de una poderosa industria armamentística trabajando en connubio con vastos cuerpos militares, retroalimentándose mutuamente en sus objetivos propios (hacer dinero los industriales, ganar prestigio y poder los militares), todo ello no sólo utilizando el dinero de los contribuyentes, sino además financiando "más cañones con menos mantequilla", como decía Adolfo Hitler, o también por decirlo de otra manera, con menos escuelas, hospitales, centros de rehabilitación y otras instalaciones de utilidad social.

El concepto fue acuñado por Dwight Eisenhower, Presidente de los Estados Unidos entre 1953 y 1961. En su discurso de despedida, antes de entregarle el mando a John Fitzgerald Kennedy (quién, según la peli "JFK", fue por cierto una víctima cuyo asesinato fue ordenado por el Complejo Industrial Militar para impedir que detuviera Vietnam), Eisenhower proclamó que la conjunción "de un inmenso poder militar y una gran industria de armamentos es nueva en la experiencia americana. La total influencia -económica, política, incluso espiritual- se siente en cada ciudad, en cada legislatura, en cada oficina del gobierno federal. (...) Debemos ponernos en guardia contra la adquisición de influencia injustificada, sea deseada o no, por el Complejo Industrial Militar. El potencial por este desastroso ascenso de poder fuera de lugar existe y aún continúa". Y Eisenhower debía saber de qué hablaba, no en balde era General Cinco Estrellas del U.S. Army, y durante la Segunda Guerra Mundial había sido el comandante supremo a cargo de la Operación Overlord, la célebre operación del Desembarco en Normandía, en 1944...

La filosofía del Complejo Industrial Militar es fácil. Los militares se benefician con mejores armas y cuadros cada vez más grandes. Y a la vez, la industria armamentística se beneficia vendiendo armas cada vez más caras y eficaces. Todo esto, aunque la sociedad no necesite otro soldado ni su correspondiente rifle. Un tercer ángulo (muy bien explicado en la peli "Las razones de la guerra", por cierto) del Complejo Industrial Militar, pasa a ser la clase política, en particular los congresistas para quienes la industria de armamentos implica por un lado puestos de trabajo en sus propios distritos electorales, y por el otro implica empleo (en forma de reclutamiento militar) para los desempleados, por lo que pocos congresistas tendrían así el valor de hacerle un alto al crecimiento del Complejo Industrial Militar, y serían proclives a pasar leyes que favorezcan al Complejo.

El problema del Complejo Industrial Militar, además de consumir parte substancial del presupuesto de la Nación, es que llega un minuto en que no se pueden reclutar más soldados ni implementar más el stock de armamentos. ¿Cómo vaciar plazas y quemar armas? Yendo a la guerra, por supuesto. Y el Complejo Industrial Militar, nacido para fortalecer la capacidad de defensa de un país, la transforma así en una potencia imperialista. Y naturalmente que, como mostró gráficamente Michael Moore en "Fahrenheit 9-11", no son los hijos de quienes están dentro del Complejo Industrial Militar quienes van a la guerra, sino los hijos de alguien más...

Por otra parte Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, en su estupendo libro "Los felices 90" comenta que la idea de que las guerras son buenas para la Economía es un mito. Durante la Segunda Guerra Mundial podía ser, considerando que en esos tiempos, una guerra implicaba movilización total, algo que en la economía del siglo XXI ya no ocurre. Y el empujón que se le da a la Economía por la vía de la guerra, se ve neutralizado por el frenazo que provoca la incertidumbre de la guerra misma, lo que se refleja en la baja de precios de los recursos (commodities) en las bolsas mundiales. Comenta al respecto que la Primera Guerra del Golfo (1990-1991), lejos de solucionar la crisis económica de los '80s, probablemente la exacerbó... Y ya sabemos que dicha crisis le costó la reelección de George Bush padre en 1992, además de acuñar un nuevo gran lema político sobre el fracaso de su campaña electoral: "¡Es la Economía, estúpido!"...

domingo, 7 de diciembre de 2008

Davout contra Bernadotte.

Napoleón Bonaparte tiene fama de ser uno de los más grandes generales de todos los tiempos. Pero su ejército no era ni con mucho un monolito de hombres perfectamente alineados. En más de alguna ocasión, hubo severos problemas entre sus hombres. En Egipto, por ejemplo, dos oficiales apellidados Renier y Destaing disputaron hasta el punto de desafiarse a duelo, y Destaing acabó así expirando en la tierra de los faraones. Los mucho más conocidos Joachim Murat y Michel Ney tampoco se llevaban excesivamente bien, y también llegaron a pensar en batirse a duelo, aunque cambiaron de idea a última hora luego de que los convencieran de que sus rencillas internas sólo servirían para aliviar al enemigo.

Pero uno de los casos más complicados fue el de Louis-Nicolas Davout. Este Mariscal de Francia era uno de los mejores comandantes de las tropas napoleónicas. El problema es que el "Mariscal de Hierro", como era conocido por su estricta disciplina, tenía como reverso una grave falta de trato social, lo que le granjeó numerosas enemistades, en particular la de Joachim Murat y la de Jean-Baptiste Bernadotte (por su parte, Michel Ney le tenía en buena estima, y como Ney era rival de Murat...).

Las cosas se salieron de tiesto durante la Batalla de Auerstädt, que se libró en forma paralela a la Batalla de Jena, el 14 de Octubre de 1806. Mientras Napoleón lidiaba en Jena, tanto Bernadotte como Davout recibieron órdenes de acudir en su auxilio, aunque debido a su posición, por rutas distintas. En el camino, Davout y sus 28.000 hombres se encontraron con los 63.000 hombres del principal cuerpo del ejército prusiano. En tan crítica situación fue cuando Bernadotte decidió traicionar a Davout y lo dejó luchando en solitario. Heroicamente, Davout consiguió una victoria decisiva, hasta tal punto que cuando Napoleón recibió las nuevas de las bajas prusianas, ordenó: "Díganle a su Mariscal que está viendo doble" (un chiste privado, debido a que Davout tenía efectivamente problemas a la vista). Davout, por su parte, quedó tan irritado con Bernadotte que incluso estuvo al borde de desafiarlo a duelo. Sólo la intervención personal de Napoleón, complacido con Davout y muy enfadado con Bernadotte, impidió el duelo.

La suerte posterior de Bernadotte y Davout fue similar en un aspecto y dispar en otro. Davout fue recompensado por Napoleón Bonaparte, quién le convirtió en Duque de Auerstädt, y más tarde en Príncipe de Eckmühl. Bernadotte, por su parte, permaneció en una relativa semioscuridad, hasta que la suerte le sonrió y terminó sus días nada menos que como rey Carlos XIV de Suecia. Tanto los Duques de Auerstädt como los Reyes de Suecia actuales siguen siendo descendientes de ambos personajes, que alguna vez terminaron a punto de irse a duelo, y de permitir que sus disensiones intestinas le asestaran un grave golpe a Napoleón Bonaparte.

jueves, 4 de diciembre de 2008

García de la Cuesta y los ingleses.

Durante los seis años que van desde 1808 a 1814, los españoles consiguieron resistir con ímpetu la arremetida de una ocupación napoleónica frente a la cual tan poco alemanes e italianos habían conseguido tratando de enervarla. Pero la defensa española contra los franceses se vio gravemente lastrada por la actitud de Gregorio García de la Cuesta, el comandante supremo de las fuerzas españolas, quién durante la parte de la conducción de la campaña que le tocó dirigir, fue más un lastre que un beneficio para sus propios hombres.

Gregorio García de la Cuesta había nacido en 1741, y por lo tanto cumplía 67 años en el año de la invasión napoleónica a España. Entró en guerra apenas durante la Guerra de la Primera Coalición contra Napoleón (1793-1797), pero no tuvo una real oportunidad sino hasta la invasión napoleónica. Libró algunas batallas, y no obtuvo ninguna victoria o derrota que fuera decisiva. El 26 de Marzo de 1809, durante la Batalla de Medellín, sufrió un accidente decisivo, cuando fue herido en pleno combate, y luego pisoteado por su propia caballería. Prosiguió en el mando, eso sí, pero casi como un completo inválido, algo que si es complicado en un oficial al mando de por sí, es peor aún si se trata de un oficial de caballería, que supuestamente debe montar a caballo para liderar las operaciones.

Ni corto ni perezoso, García de la Cuesta decidió entonces hacerse transportar por un coche enorme y pesado, que era tirado por nueve mulas. Huelga decir que la movilidad de su ejército se resintió gravemente con esto. Además, estaba incapacitado para inspeccionar y reconocer por sí mismo el terreno, condición esencial para que un ejército pueda aprovechar las oportunidades del campo de batalla al máximo. Gregorio García de la Cuesta se refugió entonces en un verdadero mundo de fantasía sobre la marcha de la guerra, y tomaba sus decisiones militares basados en sus especulaciones mentales.

García de la Cuesta debió unir fuerzas con el Duque de Wellington, el gran estratega inglés que años después le infligiría la derrota decisiva a Napoleón Bonaparte en la Batalla de Waterloo, y que por esos años prestaba su asistencia con sus tropas a la causa española en la península ibérica. A pesar de que García de la Cuesta veía a Wellington poco menos que como un aprendiz, Wellington trató al militar español con enorme tacto, minimizando hasta cierto punto los roces entre las tropas inglesas y españolas. Aún así, en los preparativos de la Batalla de Talavera, librada entre los días 27 y 28 de Julio de 1809, no fue necesario un intérprete entre Wellington y García de la Cuesta: cualquier sugerencia que hacía el inglés, García de la Cuesta la respondía con un enfático "¡No!". Años después, con delicadeza, Wellington diría de García de la Cuesta que era "tan obstinado como lo sería cualquier caballero al frente de su ejército", y "demasiado viejo y carente de talento para conducir de forma adecuada los confusos y grandes asuntos que comporta una batalla".

El ciertamente macabro espectáculo que daba este viejo porfiado e inválido guiando un ejército de manera tan desastrosa, acabó en 1810, cuando un derrame cerebral obligó al anciano general a retirarse. Falleció un año después, a consecuencias del mencionado derrame.

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