Batavia era el nombre de la ciudad que los holandeses construyeron en Indonesia, como capital de su imperio colonial, en lo que actualmente es Yakarta. Y también se llamó así un barco de línea que en su viaje inagural desde Holanda a Indonesia, naufragó estrepitosamente en las costas de Australia, en 1628. Dicha catástrofe es con toda probabilidad una de las peores tragedias marítimas de todos los tiempos, no tanto por el naufragio en sí como por lo que aconteció después con los supervivientes.
Como dijimos, el Batavia zarpó desde Holanda hacia Indonesia, siguiendo la peligrosa ruta austral. Es decir, desde El Cabo en Sudáfrica, debían llegar hasta el meridiano de la isla de Java (en donde estaba la ciudad de Batavia), y allí ir recto al norte. Como con las precarias técnicas de navegación de la época era fácil pifiar el meridiano (en particular porque el corredor de vientos a través del Océano Indico solía acelerar la marcha de las naves), no pocas de esas embarcaciones, el Batavia incluido, terminaron varadas en la por entonces casi completamente desconocida costa australiana.
El desastre fue casi absoluto, porque embarrancados en un arrecife de coral, el filo de éstos se encargó de triturar el casco, cuando la marea bajó más aún. Los supervivientes tuvieron que ser trasladados a unas islas de origen coralino que apenas sobresalían del mar. No tenían agua ni alimentos, como no fueran las escasas reservas que pudieron sacar del barco, así es que el capitán exploró un poco la costa australiana, y al no encontrar más que acantilados y desiertos, optó por dejar a los náufragos abandonados a su suerte, y viajar con un frágil esquife hasta Java en busca de ayuda, confiando en que éstos, entretanto, se las arreglarían de alguna manera para sobrevivir.
Fueron los supervivientes quienes se llevaron la peor parte de la tragedia. Estaban encajonados en el llamado Sepulcro del Batavia, una isla sin agua ni comida ninguna. Entre los supervivientes estaba un tal Jeronimus Cornelisz, antiguo boticario que había escapado desde Holanda en oscuras circunstancias, y que combinaba dos cualidades potencialmente letales: era con toda probabilidad un psicópata, y tenía un seductor don de gentes. Había estado complotando para llevar a cabo un motín, y ahora, en riesgo de verse descubierto, decidió pasar a la acción. Rápidamente reunió a los complotadores, y empezó a acumular todo el poder en la isla, hasta construir un verdadero estado policíaco. Cornelisz sabía que sin comida ni agua, los supervivientes eran muchos y morirían de todas maneras de sed e inanición, así es que optó por empezar a diezmarlos. Los primeros asesinatos, los hizo en términos perfectamente "legales", usando el poder que los otros náufragos le habían concedido para "imponer la disciplina". Sin embargo, andando el tiempo, sus matones (hombres todos de la peor ralea posible, ya que no de otra clase trabajaban en las inhumanas condiciones que les imponía la Compañía Holandesa de las Indias Orientales) probaron el gusto de la sangre humana, y empezaron a matar con frenesí cada vez mayor, y a medida que los ubicados fuera de la conspiración disminuían en número, ya no se cuidaban de hacerlo abiertamente, con la mayor brutalidad posible: no solamente con puñales y estoques, sino también a garrotazo limpio. En lo que a las mujeres se refiere, éstas eran pocas, casi todas pasajeras, así es que se las reservó para ser violadas sistemáticamente, y era rara la mujer que no era "requerida" por los acólitos de Cornelisz dos o tres veces en un día. En cuanto a los enfermos, eran los primeros "bocas inútiles" en ser muertos, y de los niños, tan solo sobrevivió uno.
Este reino del terror duró hasta que consiguió abrirse paso hasta dicho lugar una expedición de rescate (de rescate de la carga del Batavia, entendámonos, y si alcanzaba para salvar algún superviviente, tanto mejor). Los conspiradores intentaron apoderarse de la nave de rescate, pero fracasaron. Cornelisz sufrió una suerte relativamente suave: sólo se le cortaron ambas manos, y fue ahorcado a continuación sin mayor trámite. Otros conspiradores la pagaron del mismo modo. Algunos escasos conspiradores que no fueron ajusticiados ahí mismo, al llegar a Batavia (la ciudad) sufrieron una suerte incluso peor.
Esta muy apretada reseña no alcanza a dar cuenta de todos los horrores vividos por aquellas personas, ni la magnitud de los asesinatos cometidos. Baste decir que la isla del archipiélago en donde se cobijaron los náufragos, se llama hasta hoy "Sepulcro del Batavia".
Como dijimos, el Batavia zarpó desde Holanda hacia Indonesia, siguiendo la peligrosa ruta austral. Es decir, desde El Cabo en Sudáfrica, debían llegar hasta el meridiano de la isla de Java (en donde estaba la ciudad de Batavia), y allí ir recto al norte. Como con las precarias técnicas de navegación de la época era fácil pifiar el meridiano (en particular porque el corredor de vientos a través del Océano Indico solía acelerar la marcha de las naves), no pocas de esas embarcaciones, el Batavia incluido, terminaron varadas en la por entonces casi completamente desconocida costa australiana.
El desastre fue casi absoluto, porque embarrancados en un arrecife de coral, el filo de éstos se encargó de triturar el casco, cuando la marea bajó más aún. Los supervivientes tuvieron que ser trasladados a unas islas de origen coralino que apenas sobresalían del mar. No tenían agua ni alimentos, como no fueran las escasas reservas que pudieron sacar del barco, así es que el capitán exploró un poco la costa australiana, y al no encontrar más que acantilados y desiertos, optó por dejar a los náufragos abandonados a su suerte, y viajar con un frágil esquife hasta Java en busca de ayuda, confiando en que éstos, entretanto, se las arreglarían de alguna manera para sobrevivir.
Fueron los supervivientes quienes se llevaron la peor parte de la tragedia. Estaban encajonados en el llamado Sepulcro del Batavia, una isla sin agua ni comida ninguna. Entre los supervivientes estaba un tal Jeronimus Cornelisz, antiguo boticario que había escapado desde Holanda en oscuras circunstancias, y que combinaba dos cualidades potencialmente letales: era con toda probabilidad un psicópata, y tenía un seductor don de gentes. Había estado complotando para llevar a cabo un motín, y ahora, en riesgo de verse descubierto, decidió pasar a la acción. Rápidamente reunió a los complotadores, y empezó a acumular todo el poder en la isla, hasta construir un verdadero estado policíaco. Cornelisz sabía que sin comida ni agua, los supervivientes eran muchos y morirían de todas maneras de sed e inanición, así es que optó por empezar a diezmarlos. Los primeros asesinatos, los hizo en términos perfectamente "legales", usando el poder que los otros náufragos le habían concedido para "imponer la disciplina". Sin embargo, andando el tiempo, sus matones (hombres todos de la peor ralea posible, ya que no de otra clase trabajaban en las inhumanas condiciones que les imponía la Compañía Holandesa de las Indias Orientales) probaron el gusto de la sangre humana, y empezaron a matar con frenesí cada vez mayor, y a medida que los ubicados fuera de la conspiración disminuían en número, ya no se cuidaban de hacerlo abiertamente, con la mayor brutalidad posible: no solamente con puñales y estoques, sino también a garrotazo limpio. En lo que a las mujeres se refiere, éstas eran pocas, casi todas pasajeras, así es que se las reservó para ser violadas sistemáticamente, y era rara la mujer que no era "requerida" por los acólitos de Cornelisz dos o tres veces en un día. En cuanto a los enfermos, eran los primeros "bocas inútiles" en ser muertos, y de los niños, tan solo sobrevivió uno.
Este reino del terror duró hasta que consiguió abrirse paso hasta dicho lugar una expedición de rescate (de rescate de la carga del Batavia, entendámonos, y si alcanzaba para salvar algún superviviente, tanto mejor). Los conspiradores intentaron apoderarse de la nave de rescate, pero fracasaron. Cornelisz sufrió una suerte relativamente suave: sólo se le cortaron ambas manos, y fue ahorcado a continuación sin mayor trámite. Otros conspiradores la pagaron del mismo modo. Algunos escasos conspiradores que no fueron ajusticiados ahí mismo, al llegar a Batavia (la ciudad) sufrieron una suerte incluso peor.
Esta muy apretada reseña no alcanza a dar cuenta de todos los horrores vividos por aquellas personas, ni la magnitud de los asesinatos cometidos. Baste decir que la isla del archipiélago en donde se cobijaron los náufragos, se llama hasta hoy "Sepulcro del Batavia".
2 comentarios:
Muy buena la historia... enhorabuena por tu post
Existe un libraco de unas 600 páginas, muy ameno y completo, que se llama "La tragedia del Batavia", de Mike Dash, publicado por Editorial Lumen. Ahí cuenta la historia completa con lujo de detalles, además de detallar las prácticas ultracapitalistas de la Compañía de Indias (ya se sabe: primero la mercancía, luego los marineros...). Resumir 600 páginas en un simple posteo tiene su trabajo...
Gracias por las felicitaciones, y saludos.
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