Pirrón, el filósofo griego del siglo III a.C., era cuando menos un personaje peculiar. Estaba convencido de que nada existe en realidad, y de que todo es una mera ilusión. Por eso, sostenía el escepticismo más radical sobre todas las cosas. Simple y llanamente, postulaba que nada podría ser conocido jamás. El que podía alcanzar la suspensión del juicio, o "epojé", como lo llamaba en su idioma, iba a tener paz y tranquilidad. Y fin de la historia.
Fiel a sus principios, Pirrón no vivía demasiado preocupado de las cosas mundanas. Se cuenta de él que, más de alguna vez, sus amigos tuvieron que socorrerle porque caminaba tranquilo en mitad de la calle, sin preocuparse por ser atropellado por los carros que pasaban a toda prisa, o por ser mordido por los canes que se le interpusieran. Es que, según él, los carros y los perros no existían, eran sólo una ilusión... Al menos así lo refiere Diógenes Laercio, biógrafo de filósofos antiguos, quien indirectamente le da enorme crédito a dichos amigos, al señalar que Pirrón habría alcanzado nada menos que los noventa años de edad (sin ser atropellado ni mordido, suponemos).
Fiel a sus principios, Pirrón no vivía demasiado preocupado de las cosas mundanas. Se cuenta de él que, más de alguna vez, sus amigos tuvieron que socorrerle porque caminaba tranquilo en mitad de la calle, sin preocuparse por ser atropellado por los carros que pasaban a toda prisa, o por ser mordido por los canes que se le interpusieran. Es que, según él, los carros y los perros no existían, eran sólo una ilusión... Al menos así lo refiere Diógenes Laercio, biógrafo de filósofos antiguos, quien indirectamente le da enorme crédito a dichos amigos, al señalar que Pirrón habría alcanzado nada menos que los noventa años de edad (sin ser atropellado ni mordido, suponemos).
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