Ghino di Tacco, quien vivió en Italia a aballo entre los siglos XIII y XIV, era un salteador de caminos bastante curioso. Se habían apoderado él y su banda de un castillo ubicado entre Roma y Siena, y desde allí hacía sus trapacerías. Claro que él no era un bruto, ¡ah, no señor!
Digamos que un mercader caía en sus manos. Amablemente, Ghino le preguntaba cuánto podía dar. Si el mercader decía que 500 ducados, Ghino tomaba sólo 300, dejándole 200 para que invirtiera (suponemos que en el viaje de vuelta lo despellejaría otra vez por la diferencia, ya que de todas maneras le quedaría utilidad si había invertido bien el resto)... A los clérigos les despojaba de sus magníficas mulas, pero no le dejaba sin locomoción, aunque eso fuera un jamelgo que se cayera de puro viejo. Si el asaltado era un goliardo, uno de aquellos estudiantes medievales que viajaban a las universidades, en vez de robarle solía darle algún dinero, más algunos consejos para que se condujera bien y adquiriera saber.
Tan famoso fue Ghino di Tecco, que Dante Alighieri y Giovanni Boccaccio se dan tiempo para mencionarle. El segundo dice que se dedicó a la vida de bandolero no por malignidad de carácter, sino por la injusticia de enemigos poderosos, y lo describe como hombre generoso y de gran ingenio.
De todas maneras, eso no impidió que Ghino di Tecco, al final, pereciera acorralado y combatiendo contra sus enemigos. Muerte de héroe, cierto, pero muerte a fin de cuentas.
Tan famoso fue Ghino di Tecco, que Dante Alighieri y Giovanni Boccaccio se dan tiempo para mencionarle. El segundo dice que se dedicó a la vida de bandolero no por malignidad de carácter, sino por la injusticia de enemigos poderosos, y lo describe como hombre generoso y de gran ingenio.
De todas maneras, eso no impidió que Ghino di Tecco, al final, pereciera acorralado y combatiendo contra sus enemigos. Muerte de héroe, cierto, pero muerte a fin de cuentas.
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