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jueves, 28 de septiembre de 2006

Enrique el Impotente.


Hay sobrenombres curiosos e irónicos para los reyes de la Historia Universal, pero pocos de ellos son tan sarcásticos u ofensivos como el de Enrique IV de Castilla, mejor conocido como Enrique el Impotente.
A la edad de 15 años, Enrique el Impotente se casó con Blanca de Navarra, hija de Blanca I de Navarra y Juan II de Aragón. No hubo descendencia, y exámenes médicos posteriores acreditaron que ella proseguía siendo virgen. Se le solicitó entonces el divorcio al Papa Nicolás V, quien dictaminó haber hechicería que había evitado la consumación de la boda, y el divorcio fue aceptado.
Hubo entonces un segundo matrimonio con Juana, hermana del rey Alfonso V de Portugal. En este matrimonio nació una hija, llamada también Juana. Pero como Juana la madre había tomado como amante a un caballero, don Beltrán de la Cueva, se sospechó de que la hija no era del rey, sino de don Beltrán. De esta manera, la chica pasó a ser conocida en la historia como Juana la Beltraneja. Quien popularizó el sobrenombre fue Isabel, la media hermana de Enrique el Impotente, quien estaba obviamente interesada en que éste no tuviera descendencia para heredar la corona.
A la muerte de Enrique el Impotente estalló la guerra civil. El ejército de Isabel consiguió derrotar al de Juana la Beltraneja, y aquélla pasó a ser Isabel I de Castilla, la famosa Isabel casada con Fernando que conformó el matrimonio de los Reyes Católicos (la Reina Isabel que apoyó a Cristóbal Colón, por más señas).
¿Era verdaderamente impotente el rey? Parece ser que no. Hasta donde se sabe, hay fuertes sospechas de que Enrique en verdad fuera homosexual. Sobre la verdadera paternidad de Juana la Beltraneja, si su padre era en verdad Juan de la Cueva, o bien el rey Enrique, eso es algo que permanece en el más profundo de los misterios... y probablemente jamás se resuelva.

domingo, 24 de septiembre de 2006

Domiciano el "Domine et deus" ("Señor y dios")

Los Emperadores locos más conocidos son Calígula y Nerón, y gracias a la película "Gladiador", también Cómodo. Sin embargo, en la galería de emperadores locos romanos ocupa también un lugar relevante el Emperador Domiciano, quien gobernó entre 81 y 96.
Los delirios de grandeza de Domiciano eran sencillamente patológicos. Desde Augusto (31 aC a 14 dC), los Emperadores se habían conformado con el sencillo título personal de "princeps civium" ("el primero de los ciudadanos"), para mostrar su adhesión a los valores de la República (en las formas, al menos, que en el fondo no es por nada que la palabra cesarismo es sinónimo de autoritarismo). Pero Domiciano desechó este título, y prefirió llamarse a sí mismo "domine et deus" ("señor y dios").
Su biógrafo Suetonio, en las "Vidas de los doce Césares", menciona algunas crueldades varias de Domiciano: "dio también muerte a Salvio Coceyano por haber celebrado el nacimiento del Emperador Otón, tío suyo; a Mecio Pomposiano, por haber nacido bajo una constelación que, al decir de algunos, auguraba el Imperio, porque llevaba a todas partes con él un mapa del mundo y los discursos de reyes y grandes capitanes, extractados de Tito Livio, porque había, en fin, dado a esclavos los nombres de Magón y Aníbal; a Salustio Lúculo, legado en la Bretaña, por haber permitido que llamasen luculenas unas lanzas de forma nueva; a Junio Rústico, por haber escrito el elogio de Peto Traseas y de Helvidio Prisco y haberles llamado los más virtuosos de los hombres [estos hombres fueron antiguos conspiradores contra Nerón]. Hizo también percer a Helvidio hijo, con el pretexto de que en una representación intitulada París e Ione había censurado el divorcio del príncipe, y a Flavio, primo suyo, porque el día de los comicios consulares el pregonero, después de elegido Sabino, le proclamó, en vez de cónsul, emperador".
En el colmo de su paranoia, Domiciano llegó incluso a poner placas de mármol lustroso en las paredes de su palacio, para poder ver así como en un espejo lo que ocurría a sus espaldas.
También emprendió una dantesca persecusión contra los cristianos.
Finalmente, ya que ni sus propios parientes estaban seguros ante la ola de ejecuciones masivas que azotaba su reinado, Domiciano fue asesinado por un complot en que incluso su propia esposa estaba metida. Corría el año 96.

miércoles, 20 de septiembre de 2006

La verdadera historia tras "Gladiador"

La película "Gladiador", que dirigió el realizador Ridley Scott en el año 2000, tuvo el mérito de haberle dado nueva vida al venerable cine histórico y cine épico, mejor conocido también con el mote de "cine de romanos". La trama del filme está ambientada a finales del siglo II, pero aunque aparecen algunos personajes históricos, lo cierto es que hay algunos patinazos monumentales respecto del argumento, en lo que a rigor histórico se refiere.

El argumento gira en torno a Máximo, un general romano que como recompensa por sus servicios al Emperador Marco Aurelio, es designado por éste como su sucesor. Enrabiado, su hijo Cómodo decide matar a su propio padre, y apoderarse así del trono. En cuanto a Máximus, por viscisitudes del guión termina como gladiador, comenzando así una carrera ascendente que lo llevará a convertirse en el máximo astro popular de Roma, y por tanto, el único rival digno para Cómodo. Máximo se empeñará entonces en derrocar a Cómodo, para eliminar el Imperio y restaurar la República.

Sin ánimo de criticar negativamente la película, que después de todo es un filme de entretenimiento y no un documental del History Channel, bien vale la pena desde un punto de vista histórico señalar las desviaciones más gruesas con respecto a lo que en verdad pasó:

-- Lejos de querer desposeerlo, Cómodo parece haber sido desde siempre la primera opción de Marco Aurelio para la sucesión. Con esto, Marco Aurelio rompió la tradición que se prolongaba desde Nerva (96-98 dC), según la cual cada Emperador adoptaba como sucesor al más capaz, sin que necesariamente fuera su hijo biológico. Cómodo fue el primer hijo biológico de un Emperador reinante en llegar al trono desde Domiciano (quien sucedió a su hermano Tito en 81, y era hijo de Vespasiano), y lo fue por decisión de Marco Aurelio, no en contra... y pasó lo que pasó (Cómodo fue en verdad un tirano peor que lo descrito en el filme).

-- El asesino de Cómodo no fue general ni gladiador, sino que era el profesor de esgrima del Emperador. Y lo mató por estrangulación. Parece ser, de todas maneras, que el guión original de "Gladiador" contemplaba que su protagonista fuera precisamente este individuo, y viniera del norte de Africa, justamente la región natal del asesino de Cómodo (y en donde Máximo, en la película, inicia su carrera como gladiador).

-- Una vez muerto Cómodo, no sobrevino ninguna clase de gobierno senatorial, sino una sangrienta guerra civil que duró un año. Los conjurados que mataron a Cómodo intentaron darle el gobierno a un senador apellidado Pértinax, pero al poco tiempo éste fue asesinado. Un tal Didio Juliano pagó entonces una crecida suma de dinero por apoderarse del Imperio, pero tres generales, Clodio Albino (en Bretaña), Pescenio Níger (en Siria) y Septimio Severo (en Iliria, actual Yugoslavia) se rebelaron, lo derrocaron, y luego el tercero dio muerte a los otros dos. Con lo que no hubo restauración republicana posible, porque Septimio Severo fue gobernante aún más rudo que Cómodo (aunque también más capaz).

En un detalle, este filme es rigurosamente histórico: Cómodo sí que descendió a la arena de los gladiadores a combatir como uno de ellos. Sentía particular admiración por Hércules, y de ahí que intentara repetir sus hazañas en el Circo Romano. Fue el único Emperador romano en rebajarse de esta manera (es como si hoy en día el Presidente de los Estados Unidos se pusiera a jugar fútbol americano en las ligas profesionales, para que nos entendamos).

domingo, 17 de septiembre de 2006

La rebelión de los acuñadores de moneda.


Uno de los episodios más sórdidos de la historia del Imperio Romano, lo vivió el emperador Aureliano hacia el año 274. En aquel tiempo, el Imperio Romano vivía un estado prácticamente crónico de guerra civil. El año 235, el emperador Alejandro Severo había sido asesinado, y desde entonces, todos los emperadores subsiguientes habían perecido a manos de algún pretendiente que volvía a ser asesinado por otro pretendiente más, y así sucesivamente.
Este caos había llevado, ente otras cosas, a una devaluación crónica de la moneda. En aquella época, una moneda valía lo que el metal acuñado. Por tanto, para hacer economía y ahorrar, se emitió moneda con porcentajes cada vez menores de oro y plata en la aleación. Esta devaluación llegó hasta a comerse hasta el 98% de la moneda. Galieno, un predecesor cercano de Aureliano, había llevado esta política hasta el ridículo. El resultado es que, en numerosas regiones del Imperio Romano, la economía monetaria se había desplomado, y había regresado al trueque.
El advenimiento de Aureliano en 270 marcó el inicio de la recuperación imperial romana. Este reunificó al Imperio Romano, y emprendió numerosas reformas para sanear las finanzas. Entre ellas estuvo la reforma monetaria, intentando darle una vez más solidez a la moneda, como única manera de salvar la economía imperial.
Pero experimentó una inesperada resistencia: los monetarios, nombre que recibían los acuñadores de moneda. Sucede que en las guerras civiles anteriores, y en el caos subsiguiente, estos desvergonzados habían adoptado la pésima costumbre de trampear aún más la moneda, tomando simplemente el oro y la plata destinados a la acuñación, y llevándoselo para la casa (la plata más que el oro: las monedas de oro debían ser tan puras como se pudiera, porque con ellas se pagaba el impuesto al fisco). Cuando Aureliano prohibió sus exacciones a los monetarios, los acuñadores de moneda, lejos de someterse, se sublevaron. El asunto degeneró incluso en una rebelión armada, con los acuñadores amotinados en el Monte Celio, una de las siete colinas de Roma. Aureliano tuvo que ponerle sitio a dicha colina como si se tratara de un ejército enemigo en toda regla, y cuando los acuñadores cayeron por fin en sus manos, no tuvo piedad: los exterminó sin contemplaciones. O a la inmensa mayoría, al menos. Pero este triunfo le costó cerca de 7000 bajas.
Aureliano triunfó, como en casi todo lo que emprendió, pero no pudo sustraerse al destino de los Emperadores de su época: fue asesinado en 275. Y a pesar de su reforma monetaria, el problema de la moneda depreciada continuaría adelante. Recién Diocleciano, a comienzos del siglo IV, consiguió poner en circulación buena moneda de plata otra vez, y esto al costo de depreciar ahora la moneda de cobre, por lo que el problema siguió sin resolverse...

miércoles, 13 de septiembre de 2006

De cuartetos y orquestas.

En la actualidad, el profano en música clásica puede considerar algo abstracta y artificiosa la manera en que se clasifican las piezas musicales (sonatas, cuartetos, conciertos, etcétera). Así, por ejemplo, puede resultar desconcertante que los conciertos barrocos incluyan a más bien pocos instrumentistas, en comparación a los conciertos románticos del siglo XIX. Pero estas distintas denominaciones y formas musicales han ido evolucionando conforme lo ha hecho la infraestructura propia para los músicos. En los siglos XVII y XVIII, la música clásica era para ser interpretada en salones señoriales, casi como distracción, más o menos como en la actualidad se pone un CD en un reproductor para amenizar una buena conversación, o trabajar con música de fondo. De ahí que predominaran formas musicales con pocos músicos. Las formas musicales con grandes músicos eran la ópera y el oratorio, por su carácter de música para exhibición pública, y aún así tampoco eran orquestas mucho más grandes. En el siglo XIX, después de la Revolución Francesa, surgieron por primera vez las grandes orquestas, para las cuales se componían piezas de mucho mayor tamaño, una evolución que ya venía desde Mozart y Haydn (y antes), y culminará en las ampulosas orquestas románticas con cerca de un centenar de músicos, que es la formación orquestal propia de la actualidad.
Por cierto, algo parecido pasa con las bandas de rock, que son generalmente tres o cuatro amigos que se reunen a tocar música, generalmente en un garage, pero que algunas veces, cuando arman grandes conciertos frente a miles de personas, se dan el lujo de contratar músicos adicionales para tocar ante estadios llenos...

domingo, 10 de septiembre de 2006

Simeón el Estilita.


La leyenda de Simeón el Estilita no deja de ser peregrina. Vivió este monje en Siria, en el siglo V d.C. Recordemos que en ese tiempo, el Imperio Romano estaba cayéndose a pedazos, así es que había un muy comprensible sentido de espiritualidad y de búsqueda de Dios en el ambiente, como refugio contra las inclemencias mundanas de ese tiempo. Los monasterios florecían por todo Oriente, y los monjes que huían del mundo para salvarse en el interior de sus murallas eran legión.

Simeón fue uno de estos monjes. En su acedrada búsqueda de espiritualidad, se sometió a mortificaciones increíbles, incluso no comer ni beber nada durante los cuarenta días de Cuaresma (así dice la leyenda, al menos). Con ello despertó la envidia de otros monjes, quienes lo hostilizaron tanto, que Simeón emigró al desierto.

Como con todos estos sucesos había ganado fama de hombre santo, Simeón se vio pronto molestado por los peregrinos que acudían a él en busca de consejo. Pero Simeón, sintiéndose distraído de esta manera de las preocupaciones celestiales, comenzó a cambiar de refugio. Mientras más huía, más le buscaba la gente, porque más santo parecía por querer retirarse del mundo. Finalmente, decidió refugiarse arriba de una columna ("stylos", en griego, de donde deriva su apodo). Se subió a ella y se amarraba los pies por las noches para no caer durante el sueño. Estuvo así una buena cantidad de años, y no sólo cobró fama definitiva de santo, sino que además, fundó todo un movimiento de imitadores que también intentaron alcanzar la santidad por homólogos medios, hasta el punto que había parajes en donde se habían reunido comunidades de monjes dando el pintoresco espectáculo de ver varias columnas, y sobre cada una de ellas un hombre. Todavía en el siglo XIX había estilitas en existencia en Europa Oriental.

miércoles, 6 de septiembre de 2006

Endulzando la Historia.


En la actualidad existe una amplia gama de endulzantes y edulcorantes que hacen más brillante y bonita la vida. Pocos se detienen a pensar que, hasta hace relativamente pocos siglos atrás, el darle dulzor a un postre o a un pastel era algo bastante más complicado.
El endulzante mejor conocido por los pueblos antiguos era la miel, el producto de la abeja. A tanto llegaba su valor, que la Tierra Prometida que Dios reservó a los hebreos según la Biblia era llamada "la tierra en donde mana la leche y la miel", como una manera de alabar sus bondades naturales.
Los antiguos germanos, por su parte, eran ávidos devoradores de la llamada hidromiel. Esta no era sino vino normal y corriente, convenientemente mezclado con miel. Según los germanos, los propios dioses, con Odín a la cabeza, ingerían este brebaje.
Fue en el siglo XII, más o menos, cuando se esparció desde Oriente el secreto del azúcar. La propia palabra "azúcar" es de procedencia árabe, lo que es indiciario de su origen. En aquella época, el azúcar era un lujo destinado a los más nobles: el pueblo bajo y campesino debía seguir recurriendo a la miel. El método clásico de procesamiento era el prensado de las mismas (la imagen corresponde a una de estas prensas, en la Sicilia de 1600).
Pero el azúcar comenzó a ganar la partida una vez que las carabelas ampliaron los mercados mundiales, y enormes extensiones de terreno fueron destinadas en los trópicos al cultivo de la caña de azúcar. Y más modernamente, la industria química desarrolló el mercado de los edulcorantes artificiales. En medio de todo este panorama, cuesta recordar que durante aproximadamente cinco milenios y más, la miel reinó sin contrapeso posible para llevar dulzura a la vida de las personas.

domingo, 3 de septiembre de 2006

¿Eran los egipcios maniáticos de la muerte?


Egipto es quizás una de las culturas más asociadas al tema de la muerte. Es bien conocida la relación de este pueblo con los muertos. Como vivían en el desierto, se daban perfecta cuenta de que los cuerpos conservados en sequedad no se descomponían. Por tanto, diseñaron todo un sistema de creencias basado en la inmortalidad del alma. También es conocida la complejidad de los rituales de entierro de los egipcios, en particular en las clases pudientes que podían pagarse esos lujos. El cuerpo del difunto era sumergido en una solución salina a base de natrón, un compuesto que los químicos llaman carbonato de sodio. Allí debía permanecer 70 días, un número mágico porque tal era la cantidad de días que Sotis (la estrella Sirio) desaparecía en el horizonte. Previo a esto, se le sacaban las vísceras, y se depositaban en unos pequeños jarrones llamados cánopes. Luego, cuando el cuerpo estaba bien seco, se lo envolvía en vendas: nacía así una flamante nueva momia. Y no vale la pena insistir sobre el arte de la construcción de tumbas: las más conocidas son las famosísimas pirámides, pero también existen otros modelos que fueron populares de acuerdo a la época, como por ejemplo la mastaba (una especie de recinto rectangular) y el hipogeo (una tumba subterránea). Todo esto ha inspirado truculentas historias en donde los faraones maniáticos construen enormes pirámides, o de momias que vuelven a la vida y se ponen a recorrer las calles de Londres para encontrar el camino a casa, y de paso cumplir las maldición de rigor para quienes profanen la tumba del faraón...
Y sin embargo, toda esta visión de los egipcios como un pueblo que vivía más en la ultratumba que en la vida terrenal, es eminentemente falsa. Los modernos arqueólogos saben bien que los egipcios eran un pueblo amante de la vida, como cualquier otro, y sabían sacarle mucho partido a la misma. ¿Cómo es entonces que nos construimos una imagen tan fúnebre de los egipcios?
Sucede que los egipcios hacían su vida en torno al Río Nilo y construían sus casas en materiales perecederos, como paja, adobe y madera, por lo que la inundación anual del río a lo largo de sucesivos años tenía que barrer cualquier rastro de su vida en tales lugares. En cambio, las tumbas faraónicas estaban emplazadas en lugares bien secos, como el Valle de los Reyes, o bien en pleno desierto, como las pirámides de Gizah (las más altas de todas), y además, estaban construidas en un material casi indestructible, comparativamente hablando, como es la piedra. Resultado: las tumbas sobrevivieron más o menos incólumnes al paso del tiempo (descontada la acción de los saqueadores de tumbas), mientras que los edificios de la vida cotidiana egipcia desaparecieron.
¿Y cómo sabemos entonces que los egipcios no eran tan fanáticos dle los ritos mortuorios como pensábamos? Simplemente porque una de las más hermosas costumbres de los antiguos egipcios era enterar a los faraones con maquetas y representaciones en pequeña escala de vida cotidiana egipcia. En ellos se ve un pueblo alegre, optimista y lleno de vida, con sus campesinos, pescadores, panaderos, médicos y taberneros. Todo esto está refrendado por las inscripciones y papiros egipcios, que dan cuenta de la actividad mercantil de la época. Así que los egipcios no eran un pueblo tan macabro como el cine serie B del antiguo Hollywood nos ha querido hacer creer.

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