Historias desopilantes, anécdotas curiosas, rarezas antiguas: bienvenidos a los siglos curiosos.
domingo, 16 de diciembre de 2012
El atentado contra Barrabás.
Ya se ha hecho casi un lugar común dentro de Siglos Curiosos que aludamos al petulante, corrupto, narcisista y emprendedor gobernador de Chile don Francisco de Meneses Brito (1664-1668) con el cariñoso sobrenombre que sus contemporáneos le pusieron: Barrabás. Las barrabasadas de este personaje pueden llenar páginas y páginas, pero no se crea que se puede ir por la vida siendo un barrabás sin desatar anticuerpos. En sus poquísimos años de gobernación, Francisco de Meneses Brito tiene a su haber el récord de ser uno de los pocos gobernadores de Chile, quizás el único, en haber sufrido un atentado personal en su contra. El hechor fue un personaje llamado Manuel de Mendoza, veedor del ejército en Concepción, que en honrado desempeño de su cargo había intentado perseguir y atajar las exacciones que Meneses y sus acólitos cometían con los bienes y el situado del ejército. Y como ninguna buena acción queda sin su correspondiente castigo, Mendoza fue depuesto y desfavorecido del todo, hasta el punto que quedó en la pobreza más absoluta.
Corría el año de 1667. Enfermo, sin goce de sueldo y pobre de solemnidad, habiendo obtenido permiso para ir a Santiago no le quedó más remedio que asilarse como indigente en el hospital de San Juan de Dios. Quiso la suerte loca que Francisco de Meneses acudiera a tal lugar al prior de los padres hospitalarios, acompañado de su ayudante. Allí, Mendoza concibió el proyecto de librar a Chile de la tiranía de Meneses por mano propia. Cuando el gobernador se retiraba, Mendoza le disparó un tiro, pero falló. Meneses y su ayudante se le precipitaron con espadas, dispuestos a liquidarle allí mismo. En la refriega posterior murió un vizcaíno sirviente de Mendoza que se metió para defender a su amo. Meneses por su parte salió levemente herido, aunque con posterioridad, para darse aires y que la gente lo considerara como aún más agraviado, reportó haber recibido una docena de heridas.
La venganza de Meneses, hombre fatuo y pagado de sí mismo, fue implacable. Con fuerza pública ingresó en el hospital a pesar de que, como establecimiento religioso, tenía el privilegio legal del derecho de asilo. El cadáver del vizcaíno fue llevado a la plaza pública, azotado (¡!) y colgado de la horca (¡¡!!). Mendoza estaba escondido en el hospital, y fue encontrado y arrancado a viva fuerza de allí. El comisario de la Inquisición exigió de inmediato que Mendoza le fuera entregado para ingresarlo a la cárcel pública, y ser juzgado por los tribunales eclesiásticos con los privilegios que a los asilados les reconocía el fuero eclesiástico. Meneses, lejos de recapacitar en su ilegalidad, juzgó que los religiosos estaban complotando en su contra, viendo una enorme conspiración detrás, lo que mirado desde la actualidad no parece ser el caso. Meneses mandó someterle a torturas, pero ni los mayores quebrantos consiguieron que Mendoza dijera otra cosa sino actuar en solitario para liberar a Chile de la peste de Meneses.
Meneses ordenó finalmente enviarlo a la cárcel pública, pero para humillarlo, mandó raparle la barba y la cabeza, y vestirlo de loco. Lejos de desteñir su reputación, sólo consiguió darle un aura de mártir frente al pueblo que odiaba a Meneses como se odia al gobernador más corrupto que padeció Chile en sus dos y medio siglos de dominio hispánico. Un cronista eclesiástico anotó: "tan exhausto y desangrado que algunas personas piadosas le iban sirviendo de cirineos en la pasión de aquel martirio" ("cirineo" por alusión a Simón de Cirene, que según el Evangelio ayudó a Jesucristo a cargar la cruz). Meneses fue lo suficientemente estúpido como para haber exhibido al hechor como loco, y después condenarlo a muerte como si fuera un responsable en su sano juicio. Las campanas de las iglesias tocaron entonces de la manera en que se anunciaba una excomunión: la que las autoridades eclesiásticas fulminaron contra Meneses y contra quien ejecutara al infeliz Mendoza. Pero fue en vano: Meneses mandó que la tropa entrara en la cárcel y ejecutara a Mendoza mediante el garrote. A continuación consiguió una resolución de la Real Audiencia en que se "aconsejó" a la Inquisición el levantar la excomunión sobre Meneses y los suyos. Debido a la decisión mostrada por las tropas adictas a Meneses, el comisario de la Inquisición decidió que tal vez se había pasado un tejo, y con prudencia levantó dicha sanción. Meneses reafirmó aún más su autoridad mandando perseguir a algunos vecinos de Santiago, bajo la sospecha de complicidad con el atentado. Hay algo de ironía en que Meneses debió haberse ido a la cama muy tranquilo, pensando haber escarmentado a sus enemigos, mientras que en el intertanto, el virrey del Perú ya había sido autorizado por doña Mariana de Austria para separar a Meneses de la gobernación y seguirle su correspondiente juicio de residencia. Hay otro resto de amarga ironía en que si Mendoza hubiera esperado algunos meses, hubiera conseguido salvar la vida...
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3 comentarios:
Quizás el único de no considerarse como tales los de Pedro de Valdivia y Martín García Óñez de Loyola, a quien de todas formas les queda mejor la chapa de "muertos en combate" en medio de los sucesos de la llamada Guerra de Arauco.
¡Ah! Y Wikipedia contiene una lista de tres gobernadores que presuntamente fueron envenenados.
Lo de Valdivia o García Oñez de Loyola no cuentan como atentados personales porque efectivamente murieron en combate (bueno, lo de Valdivia no se sabe muy bien, por aquello de que en la jornada los mapuches no dejaron testigo vivo), no por atentado directo y personal. La de los gobernadores envenenados lo ignoraba, aunque el tema es siempre nebuloso. Después de todo hay muchas muertes sospechosas de las que jamás sabremos porque no existía CSI, y la Medicina Forense estaba todavía en la Era de las Sanguijuelas, así es que...
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