
Partamos diciendo que en los orígenes, Belcebú no era Satán, y de hecho, esta distinción era bien conocida por los escolásticos medievales, quienes solían distinguirlos a las horas de repartir cargos y prebendas en los círculos infernales con su calenturienta imaginación. Parece ser que Belcebú era simplemente uno de los tantos dioses adorados a lo largo de Canaán: la primera sílaba derivaría de la palabra "baal", el título que designa a dichos dioses cananeos. El Libro Segundo de Reyes menciona que el rey Ocozías de Israel, sintiéndose enfermo, envía mensajeros a Belcebú el dios de la ciudad de Ecrón, ante lo cual el Yahveh bíblico se lleva un cabreo mayúsculo y condena al rey desobediente a muerte, por consultar a dioses que no son EL DIOS. Belcebú era por tanto el baal local de Ecrón, que aparentemente tenía su propio negocio de salubridad pública.
Se ignora el origen del nombre Belcebú, pero una alternativa plausible es que el nombre original sería "Ba'al Zabub", que significaría "El Señor del Lugar Alto" (del Cielo, se entiende). Pero los hebreos, siempre dispuestos a mofarse de los ídolos que tienen boca y no comen, tienen ojos y no ven, etcétera, habrían hecho un juego de palabras con otra palabra hebrea, de donde habría salido "Señor de las Moscas". A qué se referían no es seguro. Una posibilidad es que se burlaran de sus seguidores, que revolotearían alrededor del santuario como moscas. Otra, que se burlaran de que estos ídolos que tienen boca y no comen se les diera comida como ofrenda, las que al pudrirse, harían que Belcebú se manifestara en forma de moscas buscando putrefacción, precisamente. Como puede verse, hasta el momento no tenemos ninguna asociación de Satán con los insectos. Esta podría ser una derivación tardía: recordemos que Belcebú no era propiamente un demonio sino un dios extranjero, y haberlo homologado con Satán para denigrarlo habría tenido como consecuencia colateral que uno de sus atributos, los insectos, se haya abierto camino hacia la figura del Demonio en el Cristianismo.
Resulta sintomático que en la Biblia, en al menos un par de ocasiones, los insectos aparecen no en arsenal de Satán, sino... en el de Dios. Cuando Yahveh envía las plagas contra el Faraón de Egipto, una de ellas es de langostas. Más revelador aún es el Apocalipsis. En el capítulo 9 del final de la serie, el quinto ángel de la serie de Siete Trompetas toca, y los abismos se abren. De él emergen unas langostas muy pintorescas (la descripción, que el amable lector la busque en la Biblia, que es larga, pero por alucinógena no tiene desperdicio) a las que se ordena castigar a todos los seres humanos que carecen del sello de Dios, durante cinco meses, pero sin matarlos. Estas langostas son encabezadas por un ángel llamado Abaddon (en griego Apolión, en castellano probablemente "Destrucción"). Del contexto del Apocalipsis se puede inferir que Abaddon y sus langostas no son demonios ni ángeles caídos o rebeldes, porque obran en perfecto cumplimiento de las instrucciones de Dios. Aunque aquí se trata de langostas y no de moscas, es difícil no ponerse a hacer asociaciones al respecto.