Historias desopilantes, anécdotas curiosas, rarezas antiguas: bienvenidos a los siglos curiosos.
jueves, 29 de septiembre de 2011
El Loco Eustaquio versus el Loco Eustaquio.
Una de las personalidades más coloridas de Quillota es probablemente el Loco Eustaquio, un personaje que merodeó la ciudad chilena a mediados del siglo XIX. En esa época Quillota no era todavía una ciudad extendida hacia La Calera y Nogales como en la actualidad, sino casi un caserío cuya importancia devenía de centralizar la actividad comercial en torno a la agricultura del Valle de Aconcagua, río que cruza la ciudad. En ese tiempo, para viajar entre Santiago y Valparaíso era prácticamente obligatorio pasar por Quillota, y cuando se inauguró la línea férrea que conectaba ambas ciudades, el derrotero pasaba por la ciudad.
Pero volviendo al Loco Eustaquio que en este posteo nos ocupa. Este es mencionado por el periodista Benjamín Vicuña Mackenna en su libro "De Valparaíso a Santiago", de 1877 (así lo cita el investigador don Augusto Poblete Solar). Según refiere, dicho loco se aposentó en una de las bocaminas abandonadas del Cerro Mayaca (en cuyo lugar, dicho sea de paso, los incas edificaron un pucará), bocamina que aparentemente daba a un faldeo que caía hacia el río Aconcagua. Dice Vicuña Mackenna: "Habiendo muerto de calentura (tisis) un clérigo Cuestas, arrojaron sus hábitos en el cerro de la Moyaca (sic) y el loco Eustaquio pasó muchos años vestido con ellos". El fin de este pobre individuo fue triste: "Le arrastró con su lazo un huaso brutal, en una chanza de ebrio, de lo cual murió".
Sólo que no murió. En la literatura, al menos. Porque el intelectual y político chileno Zorobabel Rodríguez, quillotano él, escribió una novela titulada nada menos que "La cueva del Loco Eustaquio". En esta obra costumbrista acerca de la vida en la Quillota del siglo XIX, el autor se inventa toda una historieta romántica para darle relleno a su personaje, hasta hacerlo quizás casi irreconocible respecto del original. El personaje, siempre dentro de la ficción, cuando estaba cuerdo era requerido de amores por dos damas, una de las cuales (una "celosa harpía") le metió una bala a la otra a orillas del Aconcagua, perdiendo de ello el pobre hombre la razón. La ficción también le cambió el final: acaba ahogado en el río...
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domingo, 25 de septiembre de 2011
El misterio del Gran Pecador.
Hay que tenerlos de un tamaño respetable y cuadrado para, en pleno tiempo del Imperio Español y la Santa Inquisición, hacerse llamar el Gran Pecador. Pero el caso es que en la Colonia de Chile rondó un personaje de tales características. Al menos, basándose en documentos de la época, es lo que nos quieren referir los historiadores decimonónicos don Diego Barros Arana y don Claudio Gay.
La anécdota se produjo en la primera década del siglo XVII. Resulta que en 1601 apareció un misterioso personaje que regresó a España en 1603, acompañando a una expedición militar. Según refiere don Diego Barros Arana, "vestía traje de ermitaño, recorría las ciudades ejercitando actos de caridad, pero manteniéndose al corriente de cuanto pasaba, y sólo era conocido con los nombres de hermano Bernardo, de Bernardo pecador o de «el gran pecador»". Lo dicho, hay que tenerlos de acero para hacerse llamar "el gran pecador" de esa manera, y no levantar suspicacias por parte de la Inquisición. Por cierto, cuando regresó a España en 1603, el gobernador Alonso de Ribera ordenó su arresto y la confiscación de toda su correspondencia, informes y documentación, temeroso de que este extraño personaje intrigada para separarlo de la Gobernación (que efectivamente perdería en 1605, por lo demás).
Una de las teorías barajadas sobre este personaje, es que sería realmente un agente de la Corona Española espiando y enviando informes de primera mano a la Corte. No en balde, en esos años la Guerra de Arauco había recrudecido lo suyo luego del Desastre de Curalaba en 1598 y la gran sublevación de 1602, y el cabildo pasaba apuros implorando a la Corona que aumentara los recursos para pagarle a las huestes afincadas en el sur para defender a dichas tierras de los ataques mapuches. Dentro de ese contexto, tiene sentido que la Corona pidiera informaciones por parte de un agente externo, lejos de los cauces oficiales. La propia documentación de la época parece apoyar esta teoría. No en balde, el Cabildo de Santiago lo nombró como representante ante el Rey, con estas significativas palabras: "A este reino llegó hará tiempo de cuatro años un ermitaño que ya Vuestra Majestad ha visto, que es el que ésta lleva. Institúlase «el gran pecador». Su vida ha parecido a todos muy buena y de grande ejemplo, porque el tiempo que aquí estuvo, se ejercitó en obras de gran virtud, yendo en persona a las ciudades de arriba y trajo servicio (sirvientes domésticos) para el hospital de esta ciudad de indios de guerra, y llevando limosnas a hombres y mujeres necesitadas, que padecían muchos trabajos, y por su persona en el hospital a los enfermos con gran humildad y otros muchos ejercicios. El cual, viendo los trabajos y miserias del reino, informó a Vuestra Majestad de ellas, y ha vuelto a dar razón de lo que hizo con el socorro de los mil hombres que trajo el gobernador Antonio de Mosquera; y ahora nos ha parecido volviese a darla del estado de esta tierra, e informar lo que será necesario para ella, a quien hemos dado poder para que en nuestro nombre lo pida; porque como esta ciudad no tiene posibles para pagar una persona que vaya a los pies de Vuestra Majestad a decirlo, le hemos pedido lo haga por vía de caridad, por lo cual lo hace. Suplicamos a Vuestra Majestad se le dé crédito en lo que informase, porque como celoso de vuestro real servicio y tan buen cristiano, dirá verdad"...
El Gran Pecador regresó a Chile en 1607, trayendo consigo alguna correspondencia oficial desde España al territorio. Además, visitó personalmente la zona de guerra en Arauco. En marzo de 1608 partió una vez más a España, y ésta vez sí que su rastro desaparece para siempre, porque no vuelven a aparecer menciones al respecto suyo en la documentación posterior.
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jueves, 22 de septiembre de 2011
La Procesión del Pelícano.
No demasiada gente debe saber que la ciudad de Quillota en Chile es conocida como la "Ciudad del Pelícano", sobrenombre que parece haberle puesto el infatigable periodista y escritor Benjamín Vicuña Mackenna, debido a la Procesión del Pelícano. En su instructivo libro "Quillota: Sus escritores, su pasado y su gente", el profesor e investigador Augusto Poblete Solar nos entrega detalles de esta pintoresca ceremonia. En corto, la Procesión del Pelícano es la procesión de Viernes Santo. Parece ser que recibe su nombre de la urna en que se deposita el cuerpo de Cristo, y cuya forma recuerda eso justamente, un pelícano. Según el decir popular, por lo menos. A finales del siglo XIX, la fiesta era tan importante en Chile, que el periódico El Correo de Quillota menciona la llegada de 7.000 foráneos a participar en ella, cuando la ciudad tenía apenas 11.000 habitantes. Sean exactas las cifras o algo exageradas, de todas maneras algo dicen.
La ceremonia empezaba el Domingo de Ramos, época en que los cofrades del Santo Sepulcro, "con túnicas y bonetes puntiagudos y máscaras" en el decir de Poblete Solar, pedían dinero con una frase sacramental: "para el santo entierro de Cristo y la soledad de la Virgen". Luego venía el "correr de las estaciones" el Jueves Santo, antes de la Procesión del Pelícano misma. El pelícano estaba asociado con el amor de Cristo por los seres humanos, ya que según la leyenda popular, esta ave alimenta a sus hijos con el corazón, rasgándose el pecho. El pelícano que se sacaba a la procesión era una figura que representaba al ave precisamente, cargada por 30 o 40 hombres, y que según la tradición había sido construida por un habilísimo preso. Por desgracia, dicho pelícano se perdió cuando fue destruido en el violentísimo terremoto de 1906 (al que ya nos hemos referido en Siglos Curiosos: véanse "El hombre del Teatro de la Victoria", "¡Los terremotos de 1906 predichos!" y "Gómez Carreño te pondrá en tu lugar").
Aún así, quedaron testimonios literarios para la posteridad acerca de dicha procesión, incluyendo capítulos de "La cueva del loco Eustaquio" de Zorobabel Rodríguez (sí, el famoso político conservador chileno) y "La ciudad dormida" de Lautaro Yankas, entre otras.
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domingo, 18 de septiembre de 2011
El escándalo de la fragata Scorpion.
Uno de los más sonados escándalos en la historia chilena que involucran abuso de autoridad (y de ésos hay una tonelada), es probablemente el relacionado con el de la fragata Scorpion, en los años inmediatamente anteriores a la independencia. De hecho, este escándalo ayudó en gran medida a catalizar los sentimientos patrióticos en la gente, debido a que en medio del ajo estaba nada menos que el Gobernador de Chile, a la sazón Francisco Antonio García Carrasco. En la época, el contrabando era una actividad muy lucrativa en las costas del Imperio Español debido a las restricciones comerciales impuestas por la metrópoli, sumadas a la pujanza del comercio francés e inglés, buscando abrirse nuevos mercados, aunque fueran un mercado negro. Por otra parte, parece ser que más allá de sus actividades ilegales, Tristán Bunker el capitán de la Scorpio era un hombre de honrar sus compromisos. La fragata Sorpion navegó varias veces los mares australes como ballenero, pero a la larga terminó abandonando debido a que habían mayores beneficios en el contrabando. El contacto en Chile era Enrique o Henry Faulkner, un médico afincado en Quillota, de origen inglés o estadounidense a según la fuente. Bunker y sus armadores ingleses arreglaron entonces el envío de un contrabando por ochenta mil libras esterlinas en paños y telas de hilo (sí, ésas cosas se contrabandeaban en aquellos años). En 1808, la nave emprendió un viaje de tres meses desde Plymouth en Inglaterra hasta Topocalma, en la costa de Colchagua en Chile. Una vez arribado, Bunker mandó llamar a Faulkner desde Quillota a Topocalma, para concretar la transferencia del contrabando. El correo fue un hacendado local llamado José Fuenzalida Villela, quien jugó a dos bandas: mandó avisar a Faulkner, en efecto, pero también avisó a un funcionario español llamado Francisco Antonio Carrera.
Resultó entonces que entre los tres (Faulkner el comprador, Fuenzalida el hacendado y correo, y Carrera el funcionario) se coaligaron para hacerle una quitada a Bunker. El pretexto era que, estando la Scorpio en actividades de contrabando, podía hacerse presa de la nave y su contenido... sin pagar por el mismo, claro. Para ganar tiempo mientras sus compinches se movilizaban a Colchagua, Fuenzalida le dijo a Bunker que sacara la Scorpio a mar abierto y navegara un poco más, e incluso le ofreció algunas vacas para que los marinos se alimentaran por un tiempo. Bunker, sin sospechar lo que se le venía encima, aceptó de buena fe. En paralelo, para asegurar el golpe, Carrera envió a Fuenzalida con cartas oficiales para entrevistarse nada menos que con el Gobernador de Chile, Francisco Antonio García Carrasco, quien de esta manera también quedó metido en el complot. García Carrasco debió apurarse en echar a andar la quitada porque en el intertanto la autoridad aduanera a cargo de Manuel Manso se había dado cuenta de que andaba una fragata sospechosa dando vueltas. Si la aduana intervenía, era obvio que la quitada se iba al diablo. A tanto llegó el doblez, que cuando Fuenzalida empezó a experimentar algunos escrúpulos de conciencia, sin querer retirarse del proyecto pero al menos dejarle algo a Bunker por su corrección en los tratos, entre los otros conjurados empezaron a darle pistas falsas para dejarlo fuera de la operación, a pesar de que el propio Fuenzalida la había financiado en su mayor parte de su propio peculio.
El golpe finalmente se concretó el 13 de Octubre, fecha en que la Scorpion arribó a Quilimarí para concretar finalmente la entrega del contrabando, contra el cual se cargaría la fragata con plata y cobre. Los metidos en la conjura consiguieron convencer a Bunker, que algo sospechaba, de que todo marchaba perfectamente, lo hicieron bajar a tierra, y le ofrecieron una opípara cena. Una vez allí se suscitó un griterío. Un testigo presencial citado por el historiador Diego Barros Arana dijo: "El capitán se levantó de su asiento, pero inmediatamente recibió una puñalada por la espalda. (...) Bunker, aunque herido, alcanzó a salir afuera para ganar los botes, pero fue alcanzado y asesinado. Entonces fue desnudado, y amarrándole un lazo a una de sus piernas fue arrastrado a corta distancia y arrojado a un hoyo que parecía hecho a propósito para él. A mí me parecía que todavía daba señales de vida, y quise acercarme a él, pero no me lo permitieron. Yo pude ver esto a la luz de cuatro faroles y del fuego de una fogata". Varios marineros de la Scorpion fueron masacrados, y la nave remitida a Inglaterra.
La cosa se puso fea cuando Manuel Manso, como encargado de la aduana, determinó que estando España e Inglaterra bajo armisticio, no correspondía la presa de la Scorpion como nave enemiga sino apenas su comiso. Con esto, se iba al traste la maniobra de los conjurados para apoderarse del contrabando. García Carrasco hizo entonces valer su condición de Gobernador de Chile y dando un golpe de autoridad, sin consultar a administración o tribunal alguno, declaro por sí la presa, y se repartió la misma entre los apresadores. El escándalo fue mayúsculo: mientras que los hechores materiales estuvieron en un tris de ser linchados en las calles de Valparaíso a los gritos de "¡Asesinos!", en Santiago los notables empezaron a moverse para que los tribunales aclararan el enredo y establecieran responsabilidades. Cuando la noticia llegó a España, el gobierno estaba radicado en la Junta de Cádiz, que apoyó las acciones de García Carrasco, basadas en un oficio del propio Gobernador... hasta que llegaron informaciones paralelas por parte de los vecinos de Santiago e incluso desde el mismísimo gobierno de Inglaterra. Por desgracia, cuando la Junta de Cádiz dio la orden de restituir los bienes mal habidos, ya era el 23 de Abril de 1811, y el Gobierno de España ya no tenía injerencia en los asuntos de Chile, que a la sazón estaba en manos de la Junta de Gobierno. Para cuando los españoles reconquistaron Chile en 1814, muchos de los involucrados ya se habían puesto a buen recaudo tanto ellos como el botín. Menciona don Augusto Poblete Solar en su obra sobre Quillota ("Quillota: Sus escritores, su pasado y su gente"), que Faulkner llegó a ocupar la Gobernación de Quillota en 1823, y que en 1844 se compró un fundo llamado Santa Teresa...
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jueves, 15 de septiembre de 2011
Culebrón de un historiador chileno.
¿Quién dice que la vida de un historiador tiene que ser aburrida? A la de Vicente Carvallo y Goyeneche no le faltan ingredientes para su propia teleserie. Vicente Carvallo y Goyeneche es considerado el último de los grandes historiadores que produjo el Chile del período colonial, y de hecho, fue soldado en la frontera con los mapuches. Valdiviano de origen, nació en 1742. Aunque abrazó la carrera de las armas, no pudo continuarla por su carácter: era jugador, mujeriego y díscolo.
Pero por otra parte, era un hombre siempre interesado en la lectura, y por lo tanto de gran cultura. Esto lo aprovechaba para escribir sermones por encargo de los frailes y los clérigos, con cuyos ingresos conseguía financiar las calaveradas que, probablemente sobre decirlo, lo tenían de manera permanente al borde de la bancarrota. O de cómo financiar las actividades del Diablo haciéndole trabajos a Dios...
El caso es que hacia 1780 se dio a escribir una gran obra histórica sobre Chile. Para su "Descripción Histórico-Geográfica" no sólo incorporó material de cronistas anteriores, sino que incorporó sus propias averiguaciones en la documentación que pudo consultar en los cabildos. Terminado su trabajo de investigación en Chile, Carvallo y Goyeneche pidió autorización a la corte de Madrid para viajar hasta allá y consultar los archivos reales, en busca de más información sobre Chile. La corte le concedió la autorización en 1791. Pero para desgracia del historiador, en la época el gobernador de Chile era Ambrosio O'Higgins, antiguo superior al mando de Carvallo y Goyeneche que conocía su carácter indisciplinado y mantenía una franca enemistad con él, y que temeroso de que éste aprovechara su viaje a Madrid para intrigar en la corte en su contra, se negó a darle autorización para el viaje.
¿Creen ustedes que eso iba a detener a Carvallo y Goyeneche? Por supuesto que no. Su remedio fue cortejar a una viuda rica y añosa llamada Mercedes Fernández, con quien contrajo rápido matrimonio. Luego del cual, por supuesto, se fugó desde Chile dejando atrás a la afligida viuda y llevándose los dineros de la misma. Furia redoblada del Gobernador y del mismísimo Rey, que ordenaron su captura inmediata. Pero Carvallo y Goyeneche se las arregló en la corte para lograr el perdón real, y pudo seguir sus investigaciones en España, aunque por desgracia no obtuvo el acceso a los archivos. Finalmente se radicó en Buenos Aires, ciudad en la que fallecería en 1816. Con todo, su opus magna permaneció inédita durante más de medio siglo, hasta ver la luz finalmente en tres tomos publicados en 1875 y 1876...
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domingo, 11 de septiembre de 2011
El cobre en la Colonia.
Considerando que el cobre es la espina dorsal de la economía chilena, resulta un tanto insólito considerar los humildes orígenes de la minería cuprífera. Ya en tiempos incásicos, el cobre (antu) era explotado junto con el oro (milla) y la plata (lighen). Refiere el Abate Molina que los indígenas explotaban de preferencia el cobre campanil (mineralizado), por ser más duro, y apto así para fabricar hachuelas y hachas.
La llegada de los conquistadores españoles no cambió demasiado las cosas, ávidos como venían ellos de oro y plata, no de cobre, y sometiendo a la población nativa, obligándola a trabajar en los lavaderos y las minas... de metales preciosos, no de cobre. Después de todo los españoles usaban para sus armas el hierro, mucho más duro y resistente que el cobre. Con todo, la producción de cobre siguió adelante, por obra de algunos comerciantes que lo utilizaban para fabricar ollas, cacerolas y pailas. La primera exportación de cobre chileno se produjo en una ocasión particular en que el virrey del Perú demandó "cobre campanil" para fabricar cañones, y repeler eventuales ataques piratas... Este estreno en sociedad del cobre chileno le significó ganar enteros e incluso ser exportado a las fundiciones españolas, debido a que dicho cobre era más duro que el producido en las minas de Río Tinto, en la península. Pero no había una producción continuada del mineral: en vez de ello solía esperarse a que viniera un pedido grande desde Madrid o desde Lima, y entonces se mandaba gente a las montañas para extraer el mineral, cumplir el pedido, y olvidarse después del asunto.
En la región de Copiapó, durante el siglo XVIII, llegó a haber un curioso trueque. Los barcos viajaban cargados de grano hasta la antedicha región de Copiapó, y una vez desembarcado el trigo, se quedaban sin lastre. Entonces, lastraban sus naves para proseguir navegando... con cobre. Con todo, algún beneficio trajo esto porque se descubrieron algunos minerales: Puquios, Ojancos, El Checo...
Fue la Revolución Industrial lo que cambió el panorama. El mundo desarrollado se volvió insaciable de minerales, y el precio mundial del cobre subió con rapidez. Por esto, a comienzos del siglo XIX ya era negocio explotar el cobre, y surgieron las empresas y los empresarios. Pero esto es parte de otra historia.
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jueves, 8 de septiembre de 2011
El salitre en la Colonia.
El Desierto de Atacama contiene los más grandes, casi únicos, depósitos de nitrato de sodio en el mundo. Estos se encuentran en una roca esparcida sobre la superficie: el caliche. Los nitratos son esenciales para fabricar pólvora, y en un siglo XIX en donde la producción en serie masificó las armas de fuego, la producción salitrera se tornó cada vez mayor. La pólvora, en realidad, era fabricada en Europa con nitrato de potasio, un compuesto similar, y más resistente a la humedad... y también más caro. El Desierto de Atacama quedó definitivamente chileno a partir de 1884, con los tratados de paz que clausuraron la Guerra del Pacífico. Pero antes que eso, la región era en parte peruana y en parte boliviana.
Es interesante observar que, aunque no conocían la pólvora, ya los indígenas del Imperio Inca explotaban, en cantidades bajas, eso sí, el caliche del desierto. Este lo molían, y lo utilizaban como abono. A poco que los españoles llegaron, los indios aprendieron a hacer pólvora del salitre, con la obvia preocupación española subsecuente. Se les hizo entonces aplicable un decreto de 1571, en que el rey español Felipe II ordenaba: "No se puede fabricar pólvora en ninguna parte de las Indias sin licencia del gobernador o corregidor, e intervención de los regidores de la ciudad donde se fabricare". Con todo, en la Pampa del Tamarugal creció una importante producción clandestina de salitre, y por consiguiente de pólvora. En la actualidad, dicha zona es un desierto, pero en ese tiempo había frondosos bosques de tamarugos, que le dieron su nombre al territorio, y que fueron arrasados por los fabricantes de pólvora, para convertir la madera de esos tamarugos en leña.
Los medios de producción de la época eran bastante precarios. Se arrojaba las piedras molidas en recipientes de cuero con unas clavijas en la parte inferior. Se dejaban remojando 24 horas, y luego se quitaban las clavijas para que destilara el líquido. Este líquido se cocía en pailas, y se formaban canutillos de salitre que después se refinaban otra vez. Los principales compradores eran los fabricantes de pólvora, por supuesto, mientras que el guano pasaba a sustituir al salitre como abono.
Parte importante del poderío del Virreinato del Perú descansaba en el monopolio de la pólvora de la Pampa del Tamarugal. En 1810, cuando el movimiento juntista empezaba a tomar vuelo en Chile, el Virrey decidió, como mera precaución, cortar el abastecimiento de salitre a Chile. Los chilenos debieron entonces recurrir a yacimientos en los alrededores de Copiapó, pero aún así, la situación se tornó desesperada, y el Director Supremo Bernardo O'Higgins decretó en 1817: "se excita a todos los habitantes al descubrimiento i libre elaboración [del salitre], que serán pagados a 25 pesos el quintal, si fuese de primera cochura o destilación, i a treinta i cinco pesos el de dos cochuras".
En aquellos años, como decíamos, empezó a crecer la demanda por salitre, y Perú creó toda una industria alrededor. En el puerto de Iquique (hoy chileno, entonces peruano), cuarenta barcos cargaron salitre en 1835, y las exportaciones ascendían a 100.000 libras esterlinas de la época. Nada mal para una industria que había empezado sus exportaciones con un fiasco: el primer cargamento de salitre de Tarapacá enviado a Europa recaló en Liverpool, y allí, por alguna razón, acabó siendo echado al agua...
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domingo, 4 de septiembre de 2011
¡Los Tres Antonios contra España!
La verdad es que me había resistido hasta la fecha de incluir esta curiosa anécdota de la historia patria chilena en Siglos Curiosos, por juzgarla más o menos conocida en Chile, pero andando el tiempo me he dado cuenta de que no es tan así, además de que mis lectores extranjeros es muy probable que no la conozcan. De manera que, por primera vez (y suponemos que única) acá en Siglos Curiosos... ¡La historia de la conspiración de los Tres Antonios! Historia que se remonta a la época de la Colonia, en que Chile pudo... ¡Haber tenido su Revolución Francesa antes que Francia!
Hagamos historia. Chile se encontraba pasando algunos apuros internos, pero en general puede decirse que la sociedad de finales del siglo XVIII era estable y maduraba. En este contexto llegó a la Gobernación de Chile un hombre llamado Ambrosio de Benavides, que previamente había hecho carrera en Puerto Rico y Charcas, pero que era viejo y lleno de achaques. En este contexto dos ciudadanos franceses llamados Antonio (o más propiamente Antoine) desarrollaron un curioso proyecto. Antonio Gramusset se había avecindado en Chile en 1764, y había intentado infructuosamente ordenarse de sacerdote, luego se dedicó a la agricultura también sin éxito, y al final tentó suerte con una máquina para izar el agua en altura. El otro era Antonio Berney, profesor de latín y matemáticas, y devoto lector de la Enciclopedia francesa. Entre los dos convencieron de sus ideas a un chileno llamado José Antonio de Rojas, y con ellos, quedó ensamblada la conspiración.
No se puede decir que no fueran una banda de soñadores. Primero derrocarían al gobierno español y lo reemplazarían por un cuerpo colegiado que sería el "soberano senado de la muy noble, muy fuerte y muy católica república chilena". Habría derecho a voto prácticamente universal, e incluso los araucanos votarían (por contraste, nótese, en Chile durante la mayor parte del siglo XIX el voto fue censitario, y en cualquier caso se les negó a los analfabetos, que no eran pocos). En la nueva república quedarían abolidas la esclavitud y la pena de muerte. Y la tierra sería redistribuida entre toda la población, en lotes iguales (recordemos que en la época existían unos pocos terratenientes con grandes latifundios, incluyendo la Iglesia Católica... y el resto). Luego vendría la fortificación de los puertos y la consolidación de un poderosísimo Ejército... para imponer los ideales de la naciente república chilena a toda la Tierra, nada menos. No se puede negar que los conspiradores soñaban en grande.
La cosa se destapó cuando los franceses confiaron en Mariano Pérez de Saravia y Borante, un abogado que los delató (introduzca aquí su chiste antiabogados favorito). Las autoridades ordenaron apresar a los dos franceses y los remitieron a España sin mayor trámite para ser juzgados. La mala suerte quiso que la embarcación en cuestión naufragara frente a las costas de Portugal, debido a una tormenta. Berney murió ahogado, y Gramusset consiguió salvarse, pero enfermó de tanta gravedad, que falleció tres meses después. En cuanto a José Antonio de Rojas, era un ciudadano demasiado importante, y por lo tanto fue tratado con guantes de seda. Con todo, ya en pleno proceso de independencia de Chile, de Rojas fue primero apresado por orden del gobernador García Carrasco en 1808, y aunque fue liberado después, años después fue relegado a la isla de Juan Fernández, también por sus tendencias políticas. Murió quebrantado y poco después de regresar al continente.
Hagamos historia. Chile se encontraba pasando algunos apuros internos, pero en general puede decirse que la sociedad de finales del siglo XVIII era estable y maduraba. En este contexto llegó a la Gobernación de Chile un hombre llamado Ambrosio de Benavides, que previamente había hecho carrera en Puerto Rico y Charcas, pero que era viejo y lleno de achaques. En este contexto dos ciudadanos franceses llamados Antonio (o más propiamente Antoine) desarrollaron un curioso proyecto. Antonio Gramusset se había avecindado en Chile en 1764, y había intentado infructuosamente ordenarse de sacerdote, luego se dedicó a la agricultura también sin éxito, y al final tentó suerte con una máquina para izar el agua en altura. El otro era Antonio Berney, profesor de latín y matemáticas, y devoto lector de la Enciclopedia francesa. Entre los dos convencieron de sus ideas a un chileno llamado José Antonio de Rojas, y con ellos, quedó ensamblada la conspiración.
No se puede decir que no fueran una banda de soñadores. Primero derrocarían al gobierno español y lo reemplazarían por un cuerpo colegiado que sería el "soberano senado de la muy noble, muy fuerte y muy católica república chilena". Habría derecho a voto prácticamente universal, e incluso los araucanos votarían (por contraste, nótese, en Chile durante la mayor parte del siglo XIX el voto fue censitario, y en cualquier caso se les negó a los analfabetos, que no eran pocos). En la nueva república quedarían abolidas la esclavitud y la pena de muerte. Y la tierra sería redistribuida entre toda la población, en lotes iguales (recordemos que en la época existían unos pocos terratenientes con grandes latifundios, incluyendo la Iglesia Católica... y el resto). Luego vendría la fortificación de los puertos y la consolidación de un poderosísimo Ejército... para imponer los ideales de la naciente república chilena a toda la Tierra, nada menos. No se puede negar que los conspiradores soñaban en grande.
La cosa se destapó cuando los franceses confiaron en Mariano Pérez de Saravia y Borante, un abogado que los delató (introduzca aquí su chiste antiabogados favorito). Las autoridades ordenaron apresar a los dos franceses y los remitieron a España sin mayor trámite para ser juzgados. La mala suerte quiso que la embarcación en cuestión naufragara frente a las costas de Portugal, debido a una tormenta. Berney murió ahogado, y Gramusset consiguió salvarse, pero enfermó de tanta gravedad, que falleció tres meses después. En cuanto a José Antonio de Rojas, era un ciudadano demasiado importante, y por lo tanto fue tratado con guantes de seda. Con todo, ya en pleno proceso de independencia de Chile, de Rojas fue primero apresado por orden del gobernador García Carrasco en 1808, y aunque fue liberado después, años después fue relegado a la isla de Juan Fernández, también por sus tendencias políticas. Murió quebrantado y poco después de regresar al continente.
jueves, 1 de septiembre de 2011
Los decretos poéticos del gobernador Mariano Osorio.
¿Quién dice que la poesía y la política no combinan? Mariano Osorio es la viva prueba de lo contrario. Osorio fue un militar español que participó en varias acciones bélicas contra los franceses, después de la invasión napoleónica de 1808 (dicho porque, según tengo entendido, hay otro Mariano Osorio que es mexicano y locutor, con el que nuestro personaje no tiene nada que ver más allá del alcance de nombre). El historiador Leopoldo Castedo describe a Osorio con estas palabras: "si bien no iba a revelar grandes dotes de general, era en cambio hombre culto, de inteligencia rápida, un tanto zumbón y de maneras afables, cualidades más de orden diplomático que militar". Diego Barros Arana es de opinión ligeramente distinta: "Osorio, sin poseer una inteligencia rápida y perspicaz, demostraba cierta solidez de juicio, y a veces rasgos ingeniosos y agudos que le celebraban mucho las personas de su séquito". Mariano Osorio reconquistó Chile para la corona española luego de haber quebrado de manera definitiva la resistencia militar en la Batalla de Rancagua del 1 y 2 de Octubre de 1814, y siguiendo instrucciones del Virrey Abascal, se instaló como Gobernador de Chile. Siempre considerando las circunstancias, puede decirse que su gobernación fue bastante suave. Hubo tribunales de vindicación que fueron más o menos severos en lo suyo, pero la represión no fue tan grave como la que hubo después de Osorio, bajo la infausta gobernación de Casimiro Marcó del Pont.
Toda la parrafada anterior en realidad fue para enmarcar la curiosa tendencia que tenía Mariano Osorio, de entregar respuestas y emitir decretos o providencias no en la seca prosa legal característica de estos documentos, sino... véanlo ustedes mismos. A una consulta sobre si unos dineros fiscales eran para pagar a las tropas o para una fiesta pública: "Lo primero es lo primero, Osorio". A un patriota preso que pedía residir en su casa bajo fianza: "No quiero, Osorio". A un oficial que pedía permiso para pasar a Lima: "Buen viaje, Osorio".
Pero las resoluciones más célebres de Osorio, fueron las que pasó en verso. Un caso fue el del militar español Raimundo Sesé, realista que sirvió bajo armas patriotas y que, no pudiendo escapar después de la Reconquista, tuvo que justificarse ante el tribunal de vindicación. Sesé fue absuelto, pero la resolución tenía ciertas consideraciones que dadas las circunstancias, Sesé consideraba infamantes, por lo que éste, ni corto ni perezoso, apeló a Osorio. La respuesta fue:
Se encarga al interesado
que no revuelva lo que está tapado
Mejor aún fue la respuesta que se llevó don Juan Martínez de Luco y Aragón, un realista que como era moneda corriente entre los partidarios del antiguo régimen ahora restaurado, estaba a favor de los privilegios, en particular de los suyos propios. Resulta que cuando se intentaron imponer contribuciones a los bienes raíces, este hombre le pidió a Mariano Osorio una exención, basada en un antiguo privilegio. Mariano Osorio, seguramente tapado con varias otras solicitudes similares, le respondió, para regocijo de los vecinos de Santiago cuando se enteraron:
Como Luco y Aragón,
libre de contribución.
Como vecino y pudiente,
pagará al día siguiente... Osorio.
Toda la parrafada anterior en realidad fue para enmarcar la curiosa tendencia que tenía Mariano Osorio, de entregar respuestas y emitir decretos o providencias no en la seca prosa legal característica de estos documentos, sino... véanlo ustedes mismos. A una consulta sobre si unos dineros fiscales eran para pagar a las tropas o para una fiesta pública: "Lo primero es lo primero, Osorio". A un patriota preso que pedía residir en su casa bajo fianza: "No quiero, Osorio". A un oficial que pedía permiso para pasar a Lima: "Buen viaje, Osorio".
Pero las resoluciones más célebres de Osorio, fueron las que pasó en verso. Un caso fue el del militar español Raimundo Sesé, realista que sirvió bajo armas patriotas y que, no pudiendo escapar después de la Reconquista, tuvo que justificarse ante el tribunal de vindicación. Sesé fue absuelto, pero la resolución tenía ciertas consideraciones que dadas las circunstancias, Sesé consideraba infamantes, por lo que éste, ni corto ni perezoso, apeló a Osorio. La respuesta fue:
Se encarga al interesado
que no revuelva lo que está tapado
Mejor aún fue la respuesta que se llevó don Juan Martínez de Luco y Aragón, un realista que como era moneda corriente entre los partidarios del antiguo régimen ahora restaurado, estaba a favor de los privilegios, en particular de los suyos propios. Resulta que cuando se intentaron imponer contribuciones a los bienes raíces, este hombre le pidió a Mariano Osorio una exención, basada en un antiguo privilegio. Mariano Osorio, seguramente tapado con varias otras solicitudes similares, le respondió, para regocijo de los vecinos de Santiago cuando se enteraron:
Como Luco y Aragón,
libre de contribución.
Como vecino y pudiente,
pagará al día siguiente... Osorio.
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