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jueves, 5 de julio de 2012

Cayendo frente a Ticonderoga.


La Guerra de los Siete Años (1756-1763) fue librada entre Inglaterra y Francia y sus aliados en el continente europeo, y entre las posesiones coloniales de ambos (las Trece Colonias y el Canadá respectivamente) en suelo americano. Una de las posiciones claves era el Fuerte Carillon. En una de esas situaciones típicas en que dos potencias coloniales conocen a medias el terreno y quedan medio en tablas al explorarlo, resulta que la parte inferior del Río Hudson en el sur era de los ingleses, que poseían Nueva York y Albany en su cuenca, pero desde el norte, bastante río arriba, se habían instalado los franceses. Huelga decir que los franceses instalados ahí, y que construyeron el Fuerte Carillon, eran una espada colgante perpetua sobre Nueva York: les bastaba con dejarse caer Hudson abajo, y podían apoderarse de un enclave vital para las Trece Colonias. De ahí que para los británicos fuera vital apoderarse del Fuerte Carillon a toda costa. La única ventaja de los ingleses al respecto era que los franceses no podían usar el potencial ofensivo del fuerte a su máxima capacidad, debido a su reluctancia a transportar tropas desde Europa a Canadá en un Océano Atlántico infestado de buques de guerra británicos. Finalmente, después de varias vueltas y revueltas, en 1758 marchó una expedición bélica a cargo de James Abercrombie, un cincuentón que era mejor en la logística que en lo que llamaríamos bravura militar, o aún mero sentido estratégico.

En realidad, la batalla parecía un resultado claro. La fuerza de combate de Abercromby se componía de 7.000 soldados de línea británicos, más 9.000 reclutas coloniales. Estos 16.000 hombres apoyados por artillería iban a tratar de tomarse un fuerte más o menos aislado dentro de su posición estratégica, defendido por 3.600 franceses con provisiones para ocho días. O de cómo cazar peces dentro de un barril, como dirían en el Tío Sam. Apenas supo las nuevas de que estaban a punto de pasarle la aplanadora por encima, el comandante francés Louis-Joseph de Montcalm tomó medidas desesperadas, en concreto levantar un parapeto de ramas y troncos que protegiera la parte frontal del fuerte: en realidad aquello era casi heroísmo más allá del cumplimiento del deber, porque Montcalm sabía bien que, como mucho, iba a retrasar a los ingleses y causarle algunas bajas. No en balde, había cuatro a cinco enemigos por cada uno de sus defensores. Ni siquiera tuvo tiempo para reforzar las defensas en los flancos del fuerte. Apenas los ingleses llegaron, la suerte parecía sellada. Pero entonces...

¿Cuál fue la orden de Abercromby? ¿Movilizar la artillería y volar el parapeto a cañonazos? ¿Flanquear el fuerte para atacarlo por los costados? ¿Simplemente sentarse bloqueando el acceso al río Hudson y rendirlo por hambre? No... La única orden fue avanzar y atacar. Tal cual. 16.000 hombres en un asalto frontal contra un fuerte con un parapeto. Los británicos y coloniales avanzaron entre los troncos, copas de árboles derribados, etcétera, pero por detrás estaban los mosqueteros franceses, cuidadosamente apostados. Cuando los británicos estaban empantanados tratando de moverse a través de la cobertura vegetal... ¡Fuego! Los reclutas montañeses trataron usar espadas para abrirse paso entre el follaje, pero eran barridos sin piedad por el fuego francés. Para colmo, en medio del desastre no había forma de hacerles llegar escaleras a los asaltantes, de manera que los pocos que conseguían sortear el fuego enemigo y se lanzaban a escalar los muros, eran eliminados a tiros nada más llegar arriba. Contra toda esperanza, los franceses consiguieron rechazar a la fuerza asaltante con apenas 377 bajas entre muertos y heridos, infligiéndole 2000 víctimas al enemigo. A las seis de la tarde, cinco horas después de iniciado el ataque, los británicos ordenaron la retirada. Por cierto, en ningún instante hubo un intento serio por usar la artillería que los británicos habían traído con tanto esfuerzo río arriba.

Pero... nada impide tentar un nuevo y más meditado asalto al día siguiente, ¿verdad? Después de todo, los británicos aún disponían de abrumadora superioridad militar, ¿verdad...? Nopes. La siguiente orden de Abercromby no fue aprovechar la superioridad numérica para emplear alguna nueva táctica, sino... retirarse a toda marcha hacia el sur, con la velocidad propia de quien busca un baño después de beberse un jarro de jugo de papayas con ciruelas. De hecho, los británicos nunca le volvieron a confiar un mando militar, aunque en Inglaterra siguió ascendiendo (sin combatir, eso sí) hasta llegar a General. Los franceses, por su parte, ni siquiera intentaron aprender de su buena estrella, y no protegieron la gran cosa su preciado fuerte: al año siguiente en 1759 los británicos volvieron a atacarlo, y esta vez ni siquiera tentaron defenderlo, y lo abandonaron después de tratar de volarlo haciendo estallar su depósito de pólvora. Los británicos le cambiaron el nombre al Fuerte Carillon, llamándolo ahora sí Fuerte Ticonderoga, palabra de origen iroqués que significa algo así como "reunión de dos cursos de agua", o sea, afluente. El fuerte sigue existiendo el día de hoy, aunque perdido su valor estratégico (consecuencias de que Canadá no tenga agallas para invadir Estados Unidos), funciona como museo, y como pintoresco recordatorio de una de las operaciones militares más imbéciles de todos los tiempos.

3 comentarios:

Galo Nomez dijo...

Al final, los ingleses no sólo tomaron posesión de todo lo que hoy es Estados Unidos sino también de Canadá, aunque a los franco canadienses -y entiendo que a también a los francófonos de Vermont- les permitieron conservar su lengua (de hecho Montréal es la segunda ciudad con más franco parlantes en el mundo, sólo superada por París) Claro que Francia se habría tomado revancha aprovechando la Guerra de Independencia norteamericana, donde al parecer suministraron material bélico a los rebeldes.

Martín dijo...

¿Que los franceses sólo suministraron material bélico? Francia participó activamente, primero con voluntarios (entre los que estaba el célebre Marqués de La Fayette), y luego ya en toda regla, ejército y marina incluidos. Por ejemplo, en el decisivo asedio y batalla de Yorktown, a los 8000 ingleses se oponían 6000 milicianos de las colonias (incluyendo a los milicianos de La Fayette), más 11000 (!!) franceses al mando del Conde de Rochambeau, aparte de los 88 barcos del almirante François de Grasse, que completaban el cerco a los ingleses por mar, impidiendo su abastecimiento.

Los franceses, y en especial la nobleza y el rey galos, se metieron en este lío porque pensaban debilitar a Gran Bretaña con la independencia de sus colonias. Pero no contaron con el enorme gasto económico que significó esta aventura, el cual aceleró significativamente el desplome financiero de la corona francesa, lo que en menos de una década llevaría a esos nobles al cadalso...

General Gato dijo...

No fuera nada el desembolso económico que le costó a los franceses meter sus narices en la independencia de los Yueséi. El problema es que el prototipo de monarquía absoluta de derecho divino estaba ayudando a una república democrática a independizarse de una monarquía parlamentaria semiconstitucional. Como ningún franchute fue capaz de ver que nada de bueno iba a salir de ahí, si incluso hubo hasta españoles que pararon mientes en que sus vecinos transpirenaicos se estaban disparando ideológicamente en las calzas, es algo que no me explico (bueno, no demasiado... es de Luis XVI de quien estamos hablando, al final del día).

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