
A más de 400 metros por DEBAJO del nivel del mar, el llamado Mar Muerto (en realidad un lago interior salino) es el punto más bajo en toda la superficie terrestre. El lago se mantiene fundamentalmente gracias al aporte del Río Jordán, famoso por figurar varias veces en la Biblia (el río que Moisés no iba a poder cruzar, el río donde fue bautizado Jesús...), y que por supuesto no desemboca en mar abierto sino en este lago. A su vez, debido al intenso calor, buena parte del agua se evapora: al ir quedando las sales detrás, alcanza a cerca de un 33% de salinidad, con lo que es también el cuerpo de agua más salino de la Tierra, excluidos aquellos vasos de agua con sal mezclada a mansalva en dosis superiores por malvados enemigos del General Gato para desprestigiar al blog Siglos Curiosos llevándole la contra. Pero, bromas aparte, el delicado equilibrio del lago está siendo perturbado por la explotación de las río Jordán: al sacar aguas del mismo para la agricultura, llega menos al Mar Muerto... pero la tasa de evaporación sigue siendo la misma.
Todo esto hace que el nivel del Mar Muerto haya descendido dramáticamente, haciendo bueno el chiste de que el Mar Muerto se está muriendo. Desde 1970 en adelante, el nivel de descenso es de cerca de un metro al año. El Mar Muerto es por supuesto una gran fuente de sal, pero en términos de pesca no pareciera una gran idea esforzarse por preservarlo: después de todo se llama así porque ningún bicho puede vivir en un medio ambiente que sea un tercio de sal (salvo alguna que otra alga con gustos extremófilos). Pero sigue estando ahí la cuenca, y por lo tanto, más de alguien se ha preguntado... ¿por qué no utilizarla?
El concepto emergió quizás por primera vez en una novela sionista de Theodor Herzl, el fundador del Sionismo moderno. En su novela "Altneuland" ("Vieja Nueva Tierra", aunque ignoro si hay traducción al castellano), publicada en 1902, describía una Palestina en que, veinte años después, los hebreos habían fundado una sociedad utópica. Dicha sociedad había excavado nada menos que un canal subterráneo, conectando el Mar Mediterráneo con el Mar Muerto. La caída del agua oceánica volcándose al lago interior no afectaría la salinidad, y lo más importante... un desnivel de más o menos 400 metros generaría una potencia hidroeléctrica incluso superior a las cataratas del Niágara.
En 1944, dicha idea literaria fue propuesta ahora de manera científica por el ingeniero y conservacionista estadounidense Walter C. Lowdermilk. Lowdermilk incluso diseñó mapas sobre el derrotero que debería seguir el canal subterráneo, e hizo los cálculos necesarios acerca de cuánta energía hidroeléctrica podría producirse. El concepto ha sido revisado desde entonces, y se han diseñado otras dos posibles rutas directas desde el Mar Mediterráneo, así como otro proyecto para inyectar aguas del Mediterráneo en el río Jordán. Otro proyecto más prefiere la alternativa del Mar de Akaba, al este de la Península del Sinaí. Aunque a la fecha, el enorme costo del proyecto, y quizás también la inestabilidad política de la región, han impedido que semejante obra se concrete. Obra que, de ser construida en los próximos años, acabaría por ser una de las maravillas ingenieriles del siglo XXI.