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domingo, 29 de noviembre de 2009

La neotenia y Mickey Mouse.


Uno de los más desopilantes artículos de "El pulgar del panda", un estupendo libro de ensayos escrito por el biólogo Stephen Jay Gould, se refiere a Mickey Mouse, y como no podía ser de otra manera, a un análisis biológico de Mickey Mouse. Concretamente, Jay Gould se centra en la neotenia, fenómeno propio de algunas especies biológicas, y... curiosamente, también de Mickey Mouse.

Observa Jay Gould que el primitivo Mickey Mouse era un personaje malicioso, e incluso cruel. En el estupendo estilo de Jay Gould, referida a "Steamboat Willie" (el primer corto de Mickey, de 1928): "El Mickey original era un individuo revoltoso, incluso ligeramente sádico. En una notable secuencia, explotando la innovación del sonoro, Mickey y Minnie aporrean, estrujan y retuercen a los animales que llevan a bordo para producir una emocionante interpretación a coro de 'Turkey in the Straw'. Hacen la bocina estrujando a un pato, dan cuerda al rabo de una cabra, pellizcan los pezones de una cerca, golpean los dientes de una vaca a modo de xilófono y tocan la gaita con sus ubres". El problema es que, como Mickey se tornó popular, empezaron a llegar cartas al estudio por parte de todas esas aburridas organizaciones que se consideran a sí misma llamadas para preservar la moral, los valores, la santurronería, etcétera, cada vez que el dichoso ratoncito se le ocurría hacer orquesta de animales, o alguna otra barrabasada semejante. Observa Jay Gould que en el corto del Aprendiz de Brujo (dentro de la película "Fantasía" de 1940), el otrora imponente Mickey recibe ahora una buena patada en el trasero, y en un corto de 1953 no es siquiera capaz de poner en su sitio a una insolente almeja escupidora mientras trata de pescar.

Pero he aquí lo interesante. Dicha evolución fue acompañada también por un cambio progresivo en el dibujo. El primer Mickey tenía una cabeza pequeña con una bóveda craneana también pequeña, y ojos igualmente pequeños, apenas un par de botones en la cara. Interesantemente, en el Mickey de años sucesivos, las orejas fueron echadas hacia atrás, y con esto la capacidad craneana se incrementó. Por su parte, el manchón negro que era su ojo, pasó a ser apenas su pupila, y se dibujó un círculo adicional para marcar un ojo en consecuencia mucho más grande. La nariz mantuvo sus dimensiones, pero en paralelo el rostro se amplió hacia los costados, y con esto se creó la ilusión de una nariz más pequeña en relación a la cara. ¿El resultado final? El Mickey de algunas décadas después era un ratón rejuvenecido. Porque todos estos rasgos reciben un nombre biológico, cuando se presentan en especies animales de verdad: se llaman "neotenia". Y la neotenia es un proceso biológico por el cual una especie adulta retiene rasgos infantiles. ¿Para qué? Fundamentalmente, como un reclamo de cariño. Muchas especies animales poseen el instinto de cuidar y proteger a las crías, y una manera de potenciar ese instinto es que la criatura objeto del cariño, mantenga rasgos juveniles. En el ser humano, las criaturas con cabezas grandes, ojos grandes y narices chatas (rasgos de niño) tienden a gustar y enternecer más que las criaturas con cabezas pequeñas, ojos pequeños y narices grandes: de esta manera, una ardilla enternece más que un conejo, un pájaro enternece más que una gaviota, y un perrillo de nariz chata enternece más que un perdiguero de nariz aguzada.

Es poco probable que estos cambios fueran intencionales. Con todo, resulta interesante observar que mientras Mickey se hacía más educado y compuesto (más amistoso, en suma), sus rasgos corporales también se hacían más amables, como los de un niño. El Pato Donald, por ejemplo, también experimentó su propio proceso de neotenia, suavizándose sus rasgos con el paso del tiempo, pero en correlación con su comportamiento malhumorado, sus rasgos corporales no evolucionaron con tanta velocidad ni llegaron a extremos tan, ehm, "infantiles", como los de Mickey. Los villanos contra los cuales combaten Mickey o Donald, por su parte, en el dibujo carecen de toda neotenia, y retienen rasgos adultos. Quizás aquí está, en parte al menos, una interesante clave para la supervivencia de estos personajes en el imaginario colectivo del siglo XX y lo que va del XXI. Inconsciente, o inspiración artística, pero biológicamente bien presentes...

jueves, 26 de noviembre de 2009

El libro que disparó la Hipótesis Gaia.

La Hipótesis Gaia es una de las ideas científicas más provocadoras de la segunda mitad del siglo XX. Apoyada y combatida a partes iguales, en parte por sí misma y en parte por sus tenebrosas conexiones con el submundo del misticismo New Age, se transformó para bien o para mal en parte del paisaje científico de comienzos del siglo XXI. Y todo empezó con un libro del científico James E. Lovelock, publicado en 1979, llamado "Gaia: Una nueva visión de la vida sobre la Tierra".

En el libro, refiere Lovelock la manera en que llegó a concebir la Hipótesis Gaia. Esta teoría se refiere al planeta Tierra, pero irónicamente, partió un poco más lejos, concretamente con el planeta Marte. En la década de 1960, en los ratitos libres que les dejaba la carrera a la Luna, la NASA empezaba a desarrollar ideas para detectar vida en Marte. En caso de que la hubiera, por supuesto. Los experimentos para detectar dicha supuesta vida se basaban, claro está, en la química de la vida terrestre, por ser el único ejemplo conocido, a lo cual Lovelock, que prestaba labores de asesoría para el proyecto, se hizo la gran pregunta: ¿y si la vida marciana no sigue los patrones biológicos terrestres, sino que se sustenta en patrones propios? La idea era de una lógica meridiana, claro está, pero destrozaba la labor experimental proyectada hasta el minuto, y obligaba casi a definir lo que era la vida, o lo esencial en la vida, para buscarla cualesquiera fuera la forma que pudiera asumir.

Lovelock describe de manera divertida sus esfuerzos en su libro: "(...) dedicaba muchos ratos a leer y a reflexionar sobre la auténtica naturaleza de la vida y sobre cómo podría renocérsela con independencia de lugares y de formas. Confiaba en que, revisando la literatura científica, terminaría por encontrar en alguna parte una definición de la vida como proceso físico que pudiera servir de punto de partida para diseñar experimentos encaminados a detectarla; para mi sorpresa pude comprobar que era muy poco lo escrito sobre la naturaleza misma de la vida. El interés actual por la ecología y la aplicación del análisis de sistemas a la biología estaba en mantillas; en aquellos días, sobre las ciencias de la vida pesaba un academicismo inerte y polvoriento. Eran incontables los datos acumulados sobre prácticamente cualquier aspecto de las distintas especies de seres vivos, pero el aluvión de hechos ignoraba la cuestión central, la vida misma"... (Esto fue escrito en los '70s, y honradamente ignoro si hoy en día las ciencias biológicas están un poco mejor).

Con todo, Lovelock observó el significativo detalle de que la vida opera creando orden a partir del desorden (creando moléculas complejas a partir de elementos simples, por ejemplo), y que para eso necesitaba tomar materiales (alimentarse) y expulsarlos (excretar). La vida debía, por lo tanto, servirse de sistemas fluídicos (atmósferas, océanos, etcétera) como correa transportadora de dichos materiales. Esto, a su vez, debía impactar en esos sistemas fluídicos, lo que tendría una gran consecuencia: la atmósfera de un planeta con vida sería netamente distinta a la de un planeta inerte. La atmósfera de un planeta inerte estaría en equilibrio químico absoluto, mientras que la atmósfera de un planeta vivo no podría estar en ese punto de equilibrio. Por ejemplo, en la atmósfera terrestre (planeta vivo) coexisten el metano y el oxígeno. Químicamente, ambos reaccionan para transformarse en dióxido de carbono y vapor de agua. Si la Tierra fuera un mundo muerto, haría mucho tiempo que eso habría pasado, y todo el metano habría desaparecido. ¿De dónde sale el metano entonces? De la actividad fisiológica de los seres vivientes. Un observador externo a la Tierra tendría entonces una pista de que la Tierra sostiene la vida, basado en que coexisten el metano y el oxígeno en la atmósfera planetaria terrestre.

El libro está dedicado en su mayor parte a mostrar cómo la Tierra es un enorme sistema viviente cibernético, es decir, que funciona por principios de retroalimentación positiva (procesos que se potencian a sí mismos) o negativa (procesos que se extinguen a sí mismos), guiados por la vida. Donde antes se concebía a la vida como adaptándose al medio ambiente, Lovelock mostró que la vida y lo inerte eran parte de un gigantesco esquema planetario en que la vida no sólo reaccionaba al medio ambiente, sino que también lo modificaba. De hecho, Lovelock tenía en mente algún nombre como "Sistema de Homeostasis y Biocibernética Universal" para su monstruito, hasta que el escritor William Golding (conocido por "El señor de las moscas" y "Los herederos") le apuntaló señalándole que en los mitos griegos, la diosa de la Tierra se llamaba Gaia, y con ese nombre pasó a los anales de la ciencia. Para bien o para mal, porque parte del descrédito contra el cual la Hipótesis Gaia debió luchar, radica en que coincidió con el auge ochentero de la New Age, que tomó lo que en el principio era una hipótesis bioquímica o ecoquímica o geoquímica (a según), y lo convirtió en un baturrillo de ideas pseudoindigenistas, misticismo holístico y neopaganismo de mall, que muy poco tiene que ver con los planteamientos de Lovelock...

domingo, 22 de noviembre de 2009

Jemmy Button el patagón que inspiró a Charles Darwin.


¿La Patagonia, relacionada con la Teoría de la Evolución de las Especies, imbrincada en el origen de "El origen de las especies" de Charles Darwin? Sí, sí sucedió... Con todo, Charles Darwin es un personaje secundario en esta historia, porque el verdadero protagonista se llama Jemmy Button. O al menos así le pusieron los británicos, porque su nombre nativo en realidad era Orundellico (O'run-del'lico). Su historia es la siguiente.

En 1825, una nave llamada HMS Beagle había salido en misión de exploración hacia la Tierra del Fuego. El territorio en ese entonces no estaba ocupado por ninguna potencia europea, y pese a los elegantes títulos jurídicos de propiedad que Chile o Argentina pudiesen reclamar sobre aquellos lares, en aquellos años las tierras eran del primero que instalaba colonias y fortines allí. La nave pasó varias desafortunadas peripecias, que no son del caso detallar aquí, y regresó a Inglaterra al mando del capitán Robert FitzRoy en 1830, junto con tres nativos (un cuarto murió en la travesía). Estos nativos recibieron los nombres de Jemmy Button, Minster York y Fuegia Basket (esta última era una chica), y pertenecían a la etnia de los yaganes, hoy en día extinta, al menos en estado de puridad. El nombre de Jemmy Button le venía porque a FitzRoy le había costado apenas la bagatela de un botón de nácar el comprarlo. FitzRoy era un tory (un conservador), y llegó alardeando de que traía a sus salvajes en calidad de esclavos, para enseñarles a ser personas civilizadas y cristianas como Dios manda. Los marinos bajo el comando de FitzRoy, por su parte, iban diciendo por ahí que el hombretón Jemmy Button había costado apenas un botón de nácar. Pero FitzRoy no había contado con que en sus años de ausencia, la sensibilidad política había ido cambiando. Mientras que los tories eran esclavistas con toda su alma, los whigs (liberales) eran abolicionistas, y habían conseguido en el intertanto que la esclavitud efectivamente se prohibiera en Inglaterra (el Beagle había pasado cerca de cinco años fuera). De inmediato, en las altas esferas políticas se decidió que Jemmy Button, así como sus tres compañeros, que legalmente ya no eran esclavos, fueran por tanto devueltos a Tierra del Fuego, desde donde habían sido sacados contra su voluntad. FitzRoy recibió las nuevas con fastidio, en particular cuando recibió órdenes de que no debería disparar a los nativos bajo ninguna circunstancia, aunque ellos, ofendidos por el secuestro de sus compatriotas, intentaran vengarse de los ingleses... Pero se serenó un poco cuando además se le informó que debería llevar a cabo algunas acciones políticas en el sur, muy cerca de su lugar de destino (reclamar para Inglaterra las Islas Malvinas, por ejemplo, todo en Historia se conecta).

¿Y Jemmy Button? Aunque nativo salvaje por los cuatro costados, no le había sido difícil asimilar los modales y refinamientos propios de la civilización británica, quizás no tanto como un lord inglés de pura cepa, pero sí con certeza de mejor manera que los propios de los rudos marineros en sus tabernas y bajos fondos londinenses. La esforzada entrega de un reverendo de apellido Matthews había tenido mucho que ver en ello. Además, Jemmy Button había desarrollado un carácter un tanto infantil, producto del envanecimiento propio de quien es y se sabe el centro de atención de las gentes, que por supuesto miraban con curiosidad, casi como fenómeno de feria, al salvaje caníbal que estaba aprendiendo de manera tan acelerada cómo comportarse en civilización. Debe recordarse que en esa época se consideraba que las diferencias entre distintas culturas no solían considerarse como un problema de aprendizaje o de sociedad, sino racial y biológico: las culturas inferiores lo eran porque sus miembros pertenecían también a razas inferiores. Ver a Jemmy Button vestido de etiqueta y cenando era para ellos casi como ver a un chimpancé amaestrado haciendo lo propio en algún programa de televisión al estilo "Lancelot Link" o similar.

Llegó el día del embarque, y los tres yaganes fueron llevados de regreso a Tierra del Fuego. Allí, una horda de salvajes desprovistos de cualquier rasgo de civilización, recibieron a los retornados. Al principio, habiendo los tres viajeros patagones permanecido demasiado tiempo en el ámbito civilizado, la idea de abandonar sus ropas y volver a sus hábitos antiguos, canibalismo incluido, se les antojó insufrible. York Minster fue el primero que se adaptó, seguido por Fuegia Basket, y no sólo abandonaron del todo las costumbres británicas como si nunca hubieran salido de su tierra nativa, sino que además estuvieron en posición de aprovechar algunos truquillos aprendidos durante la vida en sociedad, para enseñorearse sobre su propia tribu. Para horror del Reverendo Matthews, York y Fuegia regresaron al nudismo y a la antropofagia como si nada. Jemmy Button, por el contrario, las pasó muy mal. Un día en que salió, vestido y con modales, a dar una vuelta fuera del poblado, York Minster se le arrojó encima, le dio una paliza, y le robó toda la ropa y pertenencias. Jemmy, desesperado, se refugió con el reverendo Matthews, tachando de bribones e ignorantes a sus compatriotas, y pidiendo llorando que le dejaran regresar al Beagle, y eventualmente a Inglaterra. La ironía suprema es que el Gobierno británico había dado órdenes precisas de dejarle en tierra, para no contrariar los supuestos deseos de Jemmy Button secuestrado contra su voluntad, y ahora que el pobre quería devolverse a la civilización, el capitán FitzRoy en cumplimiento de sus órdenes tajantes debía dejarle en tierra firme, como finalmente sucedió... En cuanto al Reverendo Matthews, que se suponía debía quedarse en Tierra del Fuego para evangelizar y civilizar a los nativos, al ver esto perdió toda esperanza y acabó reembarcándose en el Beagle, considerando su "misión civilizadora" como algo imposible.

Esto ocurrió en 1831. En 1834, la expedición volvió a toparse con Jemmy Button. Para sorpresa de todos, ya no quería regresar a Inglaterra, porque tenía una chica, a la que presentó como "Jemmy Button's wife" (más tira un par...). Y andaba cubierto sólo por un taparrabos. De York Minster no se supo más, y de Fuegia Basket sólo se supo que unos cazadores de focas se toparon, en 1842, con una chica yagana que hablaba algo de inglés y que se subió alegremente al barco, para su desgracia, porque los rudos marineros acabaron usándola de juguete sexual, por decirlo suavemente, hasta que acabaron matándola. Sin embargo, de la desgraciada experiencia salió algo bueno, aunque no para el pobre Jemmy Button. Uno de los tripulantes de la expedición del Beagle, al mando de FitzRoy, a saber el por entonces joven y desconocido naturalista Charles Darwin, tuvo una inmejorable ocasión de observar cómo el medio ambiente modela a las personas y opera sobre su comportamiento. Gracias a la desafortunada, y por qué no decirlo, también trágica, experiencia de Jemmy Button, las semillas de las ideas sobre la adaptación de las especies a sus respectivos entornos, así como el concepto de que el ser humano quizás fuera descendiente por evolución de alguna criatura bestial de los tiempos prehistóricos, quedó implantada en la mente del joven Charles Darwin. Lo que siguió adelante, fue la publicación de "El origen de las especies", el 24 de Noviembre de 1859 (más de un cuarto de siglo después), lo que gatilló una de las más importantes revoluciones científicas en toda la Historia de la Humanidad.

jueves, 19 de noviembre de 2009

La demencial nummulosfera de Randolph Kirkpatrick.

Una de las teorías científicas más demenciales del siglo XX, sin lugar a dudas es aquella postulada por Randolph Kirkpatrick, y que suele ser conocida como la "nummulosfera". En breves palabras, esta teoría postula que TODAS las rocas fueron creadas por unos bichos llamados nummulites. Semejante despropósito viola todas las leyes geológicas conocidas, por lo que cabe preguntarse qué llevó a Kirkpatrick (que era estudioso de las esponjas, y además... ¡nada menos que Conservador del Museo Británico!) a plantear con toda seriedad científica una hipótesis tan aberrante. La historia es, más o menos, la siguiente.

Los nummulites son criaturas fósiles del tipo de los foraminíferos (un tipo de criatura ameboides que secretan conchas, y cuyas versiones modernas y vivientes forman parte del plancton de los mares). Su forma lenticular les dio su nombre, ya que "nummulus" significa "monedita" en latín (comparte raíz etimológica con la palabra "numismática", que es la disciplina que estudia las monedas). El historiador romano Estrabón vio estos fósiles en Egipto, y creyó erróneamente, aunque de buena fe, que eran lentejas petrificadas procedentes de las raciones de los esclavos que construyeron las pirámides. Los nummulites eran conocidos en la época de Randolph Kirkpatrick, pero el problema es que él, por lo demás investigador honesto y cabal, empezó a ver nummulites en todas partes. Incluso en rocas ígneas, que según es bien sabido, no contienen fósiles (las rocas ígneas se forman directamente de la lava líquida, y por lo tanto, es imposible que un fósil se conserve en ellas). Kirkpatrick, borracho de nummulites, acabó llegando a la conclusión más obvia y evidente bajo esos parámetros: que absolutamente TODAS las rocas eran en realidad nummulites fosilizados. Lo que había pasado, según Kirkpatrick, es que no existiendo depredadores capaces de comerse las conchas de los nummulites, éstas se habían acumulado en el fondo de los mares, y el calor de la Tierra las había fundido hasta convertirlas en las rocas modernas. Incluso pensaba que, al ser estrujados y fundidos, fueron empujados hacia arriba, convirtiéndose en los meteoritos... ¡de manera que los meteoritos también estaban hechos de conchas de animales unicelulares terrestres! Al último, llegó a creer que los nummulites eran nada menos que la estructura misma de la vida, su arquitectura o esencia fundamental... Sus, ehm... "resultados"... fueron publicados en un tratado llamado "La nummulosfera: Un recuento del origen orgánico de las llamadas rocas ígneas y las arcillas rojas abisales" ("The Nummulosphere: An Account on the Organic Origin of so-called Igneous Rocks and of Abyssal Red Clays"), en el año 1912, que por supuesto le atrajo las rechiflas y cuchufletas de todos los científicos e investigadores serios del mundo.

Hoy en día sabemos donde estuvo la trampa en que cayó Randolph Kirkpatrick. Por un lado su Eozoon (nombre que le dio a los nummulites, y que en griego significa "criatura del amanecer") en realidad no existe. Las famosas formas lenticulares que descubrió, en realidad eran producto de reacciones inorgánicas: calor y presión. En segundo lugar, el propio Kirkpatrick parece haberse obsesionado con la teoría hasta límites increíbles: "En ocasiones, me ha sido necesario examinar un fragmento de roca con la máxima minuciosidad durante horas antes de poder convencerme de que había visto todos los detalles arriba mencionados" (o sea, los nummulites fosilizados). Si había estado horas y horas viendo una misma roca buscando con desesperación que aparecieran los dichosos nummulites, no es de extrañar que al final terminaran compareciendo... dentro de su afiebrada imaginación.

Con todo, a pesar de estos desvaríos, Randolph Kirkpatrick también consiguió algún acierto modesto. Sus estudios sobre la Merlia, un tipo de esponja presente en la Isla de Madeira, le llevaron a un hallazgo asombroso (bueno, asombroso para todos aquellos que se apasionen por esas criaturas quietas y calladas que son las esponjas marinas): las esponjas en comento creaban sus espículas (sus agujas que le sirven de esqueleto interno y le dan estructura) a partir de sílice, pero también de calcio, como los corales. Para la sabiduría biológica de 1910, esto era aberrante (¿una esponja que haga lo mismo que un coral...?). Las conclusiones de Kirkpatrick fueron arrumbadas y olvidadas porque nadie quería creerle una sola palabra al investigador que había publicado ideas tan irresponsables como la famosa nummulosfera. Pero en la década de 1960, investigando los resquicios en los arrecifes de coral, los buzos científicos se encontraron con nuevos y variadísimos ecosistemas. Y en esos ecosistemas, adivinaron, estaban las famosas esponjas medio coralinas que Kirkpatrick había predicho. Hoy en día, se aceptan las esponjas coralinas como parte del mundo viviente, y se le da a Randolph Kirkpatrick el crédito por haber sido el primero en dar el chivatazo, por más que debido a sus ideas raritas sobre el origen de las rocas, nadie le haya hecho en su tiempo el menor caso.

domingo, 15 de noviembre de 2009

El Diablo contra Georges Cuvier.


Georges Cuvier (1769-1832) fue uno de los más destacados naturalistas de comienzos del siglo XIX. Entre otros méritos, desarrolló los estudios de Anatomía comparada entre fósiles, e impuso la idea de que las criaturas antiguas podían en efecto llegar a extinguirse. Descubrió el primer fósil de pterodáctilo del que se tenga noticia, así como una bestia marina reptiliana, el mosasaurio, y tuvo la muy certera intuición, que se confirmaría después de su muerte, de que antes del predominio de los mamíferos, había existido una época en la que el planeta había sido dominado por los reptiles. Con todo, no se libró de cometer algunos errores, el peor de los cuales fue ser un antievolucionista convencido. Para Cuvier, los fósiles eran restos de animales prehistóricos, vale, pero no habían evolucionado, sino que habían sido barridos por catástrofes sucesivas en la historia terráquea.

En su mentalidad, Cuvier se mantenía más o menos apegado a la idea de Creación. Para él, las especies sobre la Tierra surgían y se mantenían inmutables en el tiempo, hasta que un cataclismo las barría. Observó que las partes de distintos animales se correspondían, y formuló así una "ley de la correlación". Según Cuvier, un animal con cuernos y casco siempre tendrá dentadura de hervíboros, y si tiene uñas y garras, necesariamente tendrán dientes de carnívoro. Esta idea, llevada al extremo, es como mínimo un poco complicada, pero Cuvier con esto adelantó la noción de que podemos saber si un fósil pertenecía a un hervíboro o un carnívoro mirándole los dientes, y en general, de que podemos saber cosas sobre el comportamiento y costumbres del animal observando su anatomía. Con esto, creía estar amarrando al Reino Animal, y cerrando la puerta a cualquier clase de evolución. Después de todo, si los animales permanecen dentro de sus respectivas correlaciones porque es su forma natural, es imposible que cambien con el tiempo.

Un buen día, un grupo de estudiantes decidió gastarle una broma. Uno se vistió de diablo y se puso cuernos, además de zapatos con suela en forma de casco. Con ese disfraz se metió a la casa de Cuvier, mientras el resto se quedaba afuera, esperando el resultado. El disfrazado se acercó a Cuvier, que estaba durmiendo, y le gritó cerca del oído:

- ¡Despierta, hombre de las catástrofes! ¡Soy el Diablo, y vengo a comerte!

A sabiendas de que era alguna clase de broma, o simplemente demasiado adormilado para asustarse, Cuvier replicó:

- ¿Quieres comerme? Es imposible. Tienes cuernos y pezuñas. Según la ley de las correlaciones, eres hervíboro.

Y se vuelta sobre su cama para seguir durmiendo. Los estudiantes, mientras tanto, al escuchar esto, descargaron una gran ovación.

Por cierto, como ya explicamos en Siglos Curiosos, la imagen del Diablo fue confeccionada a partir del dios griego Pan, que tenía patas de macho cabrío, esto es, de un hervíboro. Entonces, la afirmación de Cuvier no iba tan desencaminada...

jueves, 12 de noviembre de 2009

El misterio del mammotowakost.

A comienzos del siglo XVIII, era casi un dogma de fe que la naturaleza no podía cambiar. Y todo lo que en el registro geológico pudiera aparecer fuera de lugar, solía explicarse con el Diluvio Universal, ya que el único texto sobre la Historia de la Tierra que existía como digno de crédito, era la Biblia. Por eso, el descubrimiento de una nueva bestia debía tomar a los nativos de la época, como mínimo, por sorpresa. Pero esta historia principia en otro punto muy diferente: en la Batalla de Poltava, librada en 1709, y que significó el fracaso del último intento de Suecia por invadir Rusia (¡así, como suena, hubo una época en ser sueco la llevaba en el mapa europeo!). Los rusos tomaron numerosos prisioneros suecos, y los enviaron desterrados a Siberia y Tartaria. De tales regiones, los que consiguieron sobrevivir regresaron con toda clase de noticias sobre dichas regiones y sus habitantes. Y entre esas noticias, venían los relatos sobre una extraña nueva bestia: el "mammotowakost"...

La primera noticia que se dio sobre el dichoso mammotowakost fue dada por un capitán de caballería de apellido Kagg, en 1722. Posteriormente un agrimensor llamado Tabbert von Strahlenberg dio nuevas referencias. Este, reuniendo declaraciones de científicos de San Petersburgo, además de traficantes de pieles cosacos, declaró que todo el marfil ruso y chino procedía del mammotowakost. Eso hoy en día nos parece una obviedad (se sabe que el elefante sólo vive en Africa y la India, o en los zoológicos, en la actualidad), pero en ese tiempo de extensas áreas mundiales inexploradas, era toda una noticia. Lo curioso es que nadie había visto a ningún mammotowakost vivo: sólo aparecían sus esqueletos... a veces, detalle gore éste, con pedazos de carne podrida y huesos ensangrentados. Un médico y botánico alemán de apellido Messerschmidt había testimoniado que la bestia "tenía pelos largos como una cabra y que, posiblemente, era el behemoth bíblico", idea lógica en un mundo dominado por las concepciones cosmológicas de la Biblia. El tal Messerschmidt había hecho su hallazgo enterrado en la nieve, recorriendo el río Indigirka en 1724, en una expedición de exploración natural auspiciada por el Zar Pedro el Grande (el mismo que occidentalizó Rusia y prohibió las barbas).

Los científicos se tomaron las noticias con sorna. Linneo, el más grande naturalista de su tiempo, autor de la clasificación de las especies que sirve de base a la actual, los descartó como simples piedras fosilizadas que por pura coincidencia guardaban resemblanza con huesos de algún tipo. En cuanto a los huesos ensangrentados y etcétera, esos debían ser chismes y exageraciones de nativos supersticiosos. Además, la investigación paleontológica no podía ser apoyada por nativos supersticiosos que, al no ver ningún mammotowakost vivo, habían llegado a la conclusión de que eran criaturas del inframundo, que acarreaban la enfermedad y la muerte sobre todos aquellos quienes tuvieran la desgracia de toparse con un esqueleto entero en su camino. Finalmente, en 1803, empezó a circular en Europa el dibujo de un cadáver encontrado en un bloque de hielo, en 1779, en el Río Lena, y que en 1801 había empezado a deshielarse. La existencia del mammotowakost ahora era incontrovertible, aunque por motivos comprensibles, los investigadores se referían a él simplemente con la abreviación "mamut"...

El famoso mamut, en efecto, era un gigantesco elefante prehistórico con pelo, que pobló Siberia durante la Era Glaciar. Los restos habían quedado congelados en la nieve, y los relatos de huesos carcomidos y ensangrentados tienen su lógica, si se considera que al deshielarse algunos cadáveres congelados de mamuts por accidente, sirvieron de opípara comida a los siempre hambrientos lobos de la estepa. Hay quien calcula que la tercera parte del marfil que circula en los mercados mundiales viene del mamut siberiano. Todas las tallas de marfil chinas, son de mamut siberiano. Y de marfil de mamut siberiano fue confeccionado el gran trono de marfil del Khan de la Horda de Oro, que rigió a Rusia durante la Edad Media. Y ni los artesanos chinos ni los talladores mongoles parecían pensar que se las estaban viendo nada menos que con restos fósiles de miles de años de antigüedad...

domingo, 8 de noviembre de 2009

Y los antiguos pecadores en realidad eran...

Johann Jakob Scheuchzer no podía imaginarse (y de haberlo sabido, quizás hubiera espumeado de impotencia) que sus desvelos por probar como ciertas las palabras de la Biblia, iban a terminar por pavimentar el camino a la investigación paleontológica moderna. Scheuchzer (1672-1733) escribió una serie de tratados históricos, pero también fue un naturalista convencido, que hizo algunas interesantes expediciones geológicas. Como mucha gente de su tiempo, se tomaba las palabras de la Biblia de manera casi literal, y hombre creyente como era, encaminaba sus esfuerzos a probar que el relato bíblico era una vívida y certera descripción de la Historia de la Tierra.

En 1705 rondaba cerca de las colinas de Altdorf, en las cercanías de Nüremberg, cuando de pronto hizo un hallazgo sensacional. Rondando las cercanías de la colina que servía de patíbulo a la ciudad de Altdorf, dio con algunos huesos, en apariencia vértebras. Quizás alguien antaño los hubiera visto, y los hubiera confundido con los huesos de algún ahorcado. El caso es que Scheuchzer recogió los huesos, que en realidad eran piedras (fósiles, aunque en esa época todavía el tema no se entendía bien), y creyó tener en sus manos uno de los hombres anteriores al Diluvio. Anunció su descubrimiento urbi et orbi, pero la comunidad científica le miró con desdén. En ese tiempo se conocía bien la existencia de los fósiles, no se crea que no, pero se le atribuía esto a la "vis plastica", a formaciones caprichosas de la naturaleza sin otro significado. El golpe de gracia vino cuando Johann Jakob Baier analizó los dichosos huesos, y anunció que... ¡eran huesos de pescado!

Pero Scheuchzer no cejó. Poco después, cayó en sus manos, por obra de un cantero de la ciudad de Öningen, en Baden, otro esqueleto distinto. El entusiasmo de Scheuchzer acabó por convencer a todos de que era el esqueleto de un ser humano, un "antiguo pecador" que había perecido en tiempos anteriores al Diluvio. Su tratado fue llamado con el colorido título de "Un verdadero y extraño monumento de las estirpes humanas malditas del primer mundo", y salió publicado en 1726. En cuanto al esqueleto, fue vistosamente llamado "Homo diluvii testis" ("Evidencia del hombre del Diluvio"). Scheuchzer estaba equivocado, por cierto, pero al menos hay que atribuirle el mérito de poner de una vez por todas el tema de los fósiles encima de las polvorientas mesas científicas de comienzos del siglo XVIII.

Scheuchzer murió sin llegar a saber la verdad. Su primer fósil no era un viejo pecador, pero tampoco un pescado. En realidad, según se determinó después, eran vértebras de un... ¡ictiosaurio!, una especie de reptil acuático parecido a los delfines de hoy en día. En cuanto al fósil de la cantera, el error era incluso más grotesco, a la luz de nuestros conocimientos de hoy en día: tampoco era un viejo pecador. En 1812 se determinó que no era otra cosa, sino una gigantesca especie, hoy en día extinta... de salamandra.

jueves, 5 de noviembre de 2009

¡La Genética contra el Darwinismo!

¿Conocen ustedes esos cómics de crossover en que dos superhéroes distintos se encuentran por primera vez, y tienen todas un guión tipo? ¿Un guión de estilo "superhéroes se encuentran, superhéroes equivocados por un malentendido se agarran a tunazos, superhéroes arreglan malentendido, superhéroes unidos enfrentan al verdadero villano"? Esta es una historia más o menos similar. Bueno, quizás sin villano. Pero con dos grandes héroes de las teorías científicas modernas, como es la Teoría de la Evolución y la Teoría de la Herencia Genética, que en sus orígenes andaban a los tropiezos una con otra.

Si renunciamos por un instante a nuestra cosmovisión contemporánea y regresamos en el tiempo a 1859, nos encontraríamos con una sorpresa al leer el recién salido "El origen de las especies". Porque la Teoría de la Evolución, tal y como la planteaba Charles Darwin, era ante todo una teoría económica. En realidad, podemos decir que el Darwinismo duro y original era una especie de Economía aplicada a la Biología. Darwin tenía bien en mente lo que planteaba Thomas Malthus a finales del siglo XVIII: nacen más personas de las que pueden ser alimentadas, y el exceso perecerá de inanición. Lo que Darwin hizo fue ampliar esta idea de las personas a las criaturas vivientes en general: nacen más plantas y animales de las que podrán sobrevivir, mientras que el resto perecerá víctima del hambre o de sus depredadores (factor este último que Malthus no considera, porque desde el Paleolítico que el Homo Sapiens carece de depredadores naturales). Su propuesta de la selección natural como mecanismo evolutivo para explicar por qué algunos perecen y otros sobreviven y engendran descendencia, en realidad era una muy ingeniosa vuelta de tuerca al Malthusianismo (sin que esto le reste méritos a la hercúlea labor de Darwin, claro está), o dicho de otra manera, es una especie de Malthusianismo llevado hasta sus últimas consecuencias: los individuos y las especies no sólo se limitan a perecer de hambre, sino que además se adaptan para mejorar sus posibilidades de supervivencia. Pero la teoría darwiniana en esos años tenía un gran talón de Aquiles: ni Darwin ni nadie podía explicar en 1859 cómo demonios se producían los cambios mínimos que le daban mejores ventajas a los afortunados que sobrevivían.

Ocho años después, en 1867, y no en la Inglaterra darwiniana sino en la otra punta de Europa, en un monasterio checo, el monje Gregor Mendel se puso a hacer experimentos con guisantes, y llegó a una inquietante conclusión: las características de los progenitores se transmiten a la descendencia a través de leyes bien definidas. A esto se lo llamó "leyes de la herencia". Mendel envió su trabajo a algún científico, pero fue ignorado. Recién en 1900, ya muerto Mendel, su obra fue redescubierta. En el siguiente medio siglo, la Genética dio pasos de gigante: en los '10s se desarrolló el concepto de "gen", en los '20s se descubrió que la molécula de ácido desoxirribonucleico (ADN) era el vehículo material de la transmisión de la herencia, y en los '50s se descubrió la estructura del ADN en doble hélice, que permitió explicar cómo el ADN replica su información y la transmite a su descendencia.

En la segunda mitad del siglo XIX se aceptaba la evolución como un hecho, pero la selección natural como mecanismo evolutivo (la gran idea de Charles Darwin) era aún muy resistida. El desarrollo de la Genética a comienzos del siglo XX le dio armas a los detractores de Darwin para opinar que el gran mecanismo de la evolución no era la selección natural, sino las mutaciones. En alguna época estuvo a punto de darse por muerto al Darwinismo, como un simple desvarío decimonónico. Pero algunos genetistas, entre ellos Ronald Fisher, J. B. S. Haldane y Sewall Wright, tuvieron la inspiración para pasar a estudiar cómo los cambios en el acervo genético de los individuos se relacionan con la dinámica de las poblaciones de especies. Esta "genética de poblaciones" permitió crear un modelo armónico que arrojó toda una nueva luz sobre el tema. Según se acepta desde la década de 1920 hasta ahora, las mutaciones y la selección natural no se cancelan como mecanismo evolutivo, sino que son complementarios. De este modo, las mutaciones genéticas amplían la variedad de individuos dentro de cada población, mientras que la selección natural suprime aquellas variedades menos afortunadas, y permite que los más afortunados ("los más aptos", en la jerga popular, aunque esta nomenclatura, sin ser errónea, es un tanto inexacta) propaguen sus genes a la descendencia, acumulando sus propias mutaciones hasta que llegan a ser tantas, que configuran una especie nueva. De este modo acabó la guerra de la Genética contra el Darwinismo, y a partir de entonces pasaron a trabajar juntos, como amigables hermanos en la lucha por la verdad, el conocimiento y la justic... perdón, creo que me pasé de roscas con la analogía superheroica con la que abrí este posteo.

domingo, 1 de noviembre de 2009

La naturaleza se rebela contra el Argumento del Diseño.


Este posteo está vagamente emparentado con la Historia, aunque se relaciona con la Teología y con la Evolución de las Especies. Entre los varios argumentos que los teólogos profesionales o aficionados pretenden hacer pasar por pruebas de la existencia de Dios, está el Argumento del Diseño. Este funciona más o menos de la siguiente manera: el universo es un sistema enormemente complejo, lleno de leyes muy complicadas y encajadas de manera muy precisa unas con otras. Luego, para una Creación tan perfecta, debió existir un Creador que lo concibiera todo. Este argumento ha sido planteado muy en serio por varios teólogos, con Tomás de Aquino a la cabeza, y también los predicadores puerta a puerta y aún muchos de tus amigos que más o menos creen lo plantean de manera informal: "¿Crees que todo esto que existe a tu alrededor, podría ser tan perfecto, complejo y hermoso si alguien no lo hubiera creado así?". Existen varios problemas lógicos con este planteamiento, que no abordaremos aquí, pero existe además un problema adicional: en la realidad, la naturaleza demuestra ser un tejido con varios despuntes.

Quizás el argumento más contundente, sea la existencia de órganos inútiles o superfluos para muchas especies animales. Las ballenas, por ejemplo, poseen restos óseos que recuerdan una pelvis. ¿Para qué iba una criatura acuática a tener una pelvis, si no puede caminar? Los peces, de hecho, no tienen pelvis, como le consta a cualquiera que se haya comido un pescado frito y le haya tenido que sacar laboriosamente las espinas. Si hubiera un Creador que hubiera creado a la ballena, lo lógico es que la hubiera creado desde el inicio sin pelvis. Sin embargo, hoy en día sabemos que la respuesta es diferente: la ballena evolucionó desde antepasados terrestres, que por caminar en tierra firme sí tenían pelvis. Con el paso a un medio marino, la pelvis se fue atrofiando, pero no desapareció.

Otra prueba interesante es el "pulgar del panda", que incluso le da nombre a un estupendo libro sobre la Evolución, que publicara el célebre científico Stephen Jay Gould. A primera vista, el oso panda tendría un pulgar oponible, algo que no encaja en la idea clásica de que sólo el ser humano poseería tal órgano. Para remate, a diferencia de la mayor parte de los mamíferos, el pulgar del panda sería un ¡sexto dedo! Si la mayor parte de los mamíferos poseen cinco dedos porque vienen de un antepasado común con tal cantidad de dedos, ¿de dónde salió el pulgar del panda? La respuesta: del sesamoide radial, un hueso de la muñeca al cual la evolución deformó hasta convertirlo casi en un sexto dedo... aunque originalmente no lo fuera. Otros carnívoros emparentados con el oso panda, como por ejemplo los osos y los mapaches, también presentan esta configuración. Si un supuesto Creador hubiera creado al oso panda, le habría convertido sin duda en un mamífero bastante anómalo, con un "sexto dedo" salido de un hueso que en otros mamíferos pertenece a la muñeca.

Aún se puede argumentar que el Creador creó desde ya a la ballena con pelvis y al oso panda con un pulgar adicional a los cinco dedos porque esa era la mejor manera de hacerlos. Sin embargo, eso no quita que tales soluciones de ingeniería biológica sean un tanto chapuceras, como por ejemplo crear al ser humano con muelas del juicio en principio inútiles, y por lo tanto, de asumir la existencia de un Creador, deberíamos concluir que no es omnipotente, porque no es capaz de crear una solución más perfecta o simple para tales problemas de diseño. Por lo tanto, la naturaleza, a través de tales imperfecciones, ofrece pruebas que van EN CONTRA del Argumento del Diseño, y NO A FAVOR de éste.

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