Durante siglos, uno de los más arduos problemas que afrontó la investigación botánica, fue la cuestión de cómo se las arreglaban para reproducirse. La reproducción animal era fácil de explicar por el coito, pero... ¿y las plantas...?
Curiosamente, no muchos científicos se aventuraron a investigar aquello, quizás por la comprensible carga de puritanismo que tradicionalmente han envuelto las investigaciones sobre sexualidad, aunque sea ésta de las plantas; y especialmente de las plantas, símbolos de inocencia sexual frente a la depravación carnal de los animales. Ya el célebre Linneo había en su juventud investigado el tema, con su opúsculo "Nupcias de las plantas" (Preludia Sponsaliorum Plantarum), en 1730, y aún antes, en 1694, el botánico alemán Rudolph Camerarius expuso que el polen de las plantas equivalía al semen de los animales ("De sexu plantarum epistola"), idea que con el transcurrir de las investigaciones terminaría por revelarse como correcta. Pero grandes naturalistas del siglo XVIII, como Tournefort y Réaumur, simplemente rechazaron estas ideas.
Empero, en la séptima década del siglo XVIII, el guante arrojado por sus predecesores fue recogido por Joseph Gottlieb Kölreuter (1733-1806), quien fue capaz de reconocer que el polen es transportado desde la flor macho a la flor hembra (cuando ambos sexos están separados) por el viento o los insectos, esbozando así el concepto de polinización. También reconoció el papel que juega el néctar de las flores para atraer a los insectos y llenarlos de polen para usarlos como transportadores: "El Creador vinculó las cosas de manera tal que los insectos, al efectuar el transporte del polen, ejecutan un acto imprescindible a la vez para las plantas y para la conservación de sus propias vidas". Y añade devotamente: "Así queda confirmado el enlace de todas las cosas de la Creación"...
Kölreuter llegó incluso más lejos, realizando experimentos de fecundación cruzada entre especies. Finalmente una de ellas, entre dos variantes de la planta de la nicotina, tuvo éxito. Proclamó así orgullosamente: "Logré crear verdaderas mulas botánicas"... Sus mulas botánicas, de todos modos, al igual que el cruce del caballo y el asno, resultaron en su mayor parte estériles.
En 1793 su coterráneo Konrad Sprengler publicó un tratado en el cual reune numerosas observaciones sobre la sexualidad de las plantas, que después serán basales para Charles Darwin, entre otros. Pero faltará aún un siglo, antes de observarse bajo el microscopio la fusión de los gametos vegetales femeninos y masculinos, momento en el cual se probó de manera definitiva que las plantas sí tienen sexo entre sí...
Curiosamente, no muchos científicos se aventuraron a investigar aquello, quizás por la comprensible carga de puritanismo que tradicionalmente han envuelto las investigaciones sobre sexualidad, aunque sea ésta de las plantas; y especialmente de las plantas, símbolos de inocencia sexual frente a la depravación carnal de los animales. Ya el célebre Linneo había en su juventud investigado el tema, con su opúsculo "Nupcias de las plantas" (Preludia Sponsaliorum Plantarum), en 1730, y aún antes, en 1694, el botánico alemán Rudolph Camerarius expuso que el polen de las plantas equivalía al semen de los animales ("De sexu plantarum epistola"), idea que con el transcurrir de las investigaciones terminaría por revelarse como correcta. Pero grandes naturalistas del siglo XVIII, como Tournefort y Réaumur, simplemente rechazaron estas ideas.
Empero, en la séptima década del siglo XVIII, el guante arrojado por sus predecesores fue recogido por Joseph Gottlieb Kölreuter (1733-1806), quien fue capaz de reconocer que el polen es transportado desde la flor macho a la flor hembra (cuando ambos sexos están separados) por el viento o los insectos, esbozando así el concepto de polinización. También reconoció el papel que juega el néctar de las flores para atraer a los insectos y llenarlos de polen para usarlos como transportadores: "El Creador vinculó las cosas de manera tal que los insectos, al efectuar el transporte del polen, ejecutan un acto imprescindible a la vez para las plantas y para la conservación de sus propias vidas". Y añade devotamente: "Así queda confirmado el enlace de todas las cosas de la Creación"...
Kölreuter llegó incluso más lejos, realizando experimentos de fecundación cruzada entre especies. Finalmente una de ellas, entre dos variantes de la planta de la nicotina, tuvo éxito. Proclamó así orgullosamente: "Logré crear verdaderas mulas botánicas"... Sus mulas botánicas, de todos modos, al igual que el cruce del caballo y el asno, resultaron en su mayor parte estériles.
En 1793 su coterráneo Konrad Sprengler publicó un tratado en el cual reune numerosas observaciones sobre la sexualidad de las plantas, que después serán basales para Charles Darwin, entre otros. Pero faltará aún un siglo, antes de observarse bajo el microscopio la fusión de los gametos vegetales femeninos y masculinos, momento en el cual se probó de manera definitiva que las plantas sí tienen sexo entre sí...