Es casi un cliché dentro del más moderno cine de terror en Hollywood. En cada peli con demonio circulando por aquí y por allá, habrá alguna escena con insectos. Esos insectos serán grandes y horripilantes, y aparecerán en lugares recónditos del cuerpo del pobre infortunado que ronda alrededor de Satán, o bien serán una plaga de miles y miles que consumirán las carnes del pobre infortunado que ronda alrededor de Satán, a elección del guionista y de lo que quede más chulo en el departamento de efectos especiales. Y sin embargo, la asociación de Satán con los insectos es casi como un meme desarrollado de manera inesperada y colateral desde los textos bíblicos y la literatura rabínica paralela. Bienvenidos en este posteo de Siglos Curiosos, a la fabulosa historia de El Señor de las Moscas. El original que es Belcebú, no la novela de William Golding por supuesto.
Partamos diciendo que en los orígenes, Belcebú no era Satán, y de hecho, esta distinción era bien conocida por los escolásticos medievales, quienes solían distinguirlos a las horas de repartir cargos y prebendas en los círculos infernales con su calenturienta imaginación. Parece ser que Belcebú era simplemente uno de los tantos dioses adorados a lo largo de Canaán: la primera sílaba derivaría de la palabra "baal", el título que designa a dichos dioses cananeos. El Libro Segundo de Reyes menciona que el rey Ocozías de Israel, sintiéndose enfermo, envía mensajeros a Belcebú el dios de la ciudad de Ecrón, ante lo cual el Yahveh bíblico se lleva un cabreo mayúsculo y condena al rey desobediente a muerte, por consultar a dioses que no son EL DIOS. Belcebú era por tanto el baal local de Ecrón, que aparentemente tenía su propio negocio de salubridad pública.
Se ignora el origen del nombre Belcebú, pero una alternativa plausible es que el nombre original sería "Ba'al Zabub", que significaría "El Señor del Lugar Alto" (del Cielo, se entiende). Pero los hebreos, siempre dispuestos a mofarse de los ídolos que tienen boca y no comen, tienen ojos y no ven, etcétera, habrían hecho un juego de palabras con otra palabra hebrea, de donde habría salido "Señor de las Moscas". A qué se referían no es seguro. Una posibilidad es que se burlaran de sus seguidores, que revolotearían alrededor del santuario como moscas. Otra, que se burlaran de que estos ídolos que tienen boca y no comen se les diera comida como ofrenda, las que al pudrirse, harían que Belcebú se manifestara en forma de moscas buscando putrefacción, precisamente. Como puede verse, hasta el momento no tenemos ninguna asociación de Satán con los insectos. Esta podría ser una derivación tardía: recordemos que Belcebú no era propiamente un demonio sino un dios extranjero, y haberlo homologado con Satán para denigrarlo habría tenido como consecuencia colateral que uno de sus atributos, los insectos, se haya abierto camino hacia la figura del Demonio en el Cristianismo.
Resulta sintomático que en la Biblia, en al menos un par de ocasiones, los insectos aparecen no en arsenal de Satán, sino... en el de Dios. Cuando Yahveh envía las plagas contra el Faraón de Egipto, una de ellas es de langostas. Más revelador aún es el Apocalipsis. En el capítulo 9 del final de la serie, el quinto ángel de la serie de Siete Trompetas toca, y los abismos se abren. De él emergen unas langostas muy pintorescas (la descripción, que el amable lector la busque en la Biblia, que es larga, pero por alucinógena no tiene desperdicio) a las que se ordena castigar a todos los seres humanos que carecen del sello de Dios, durante cinco meses, pero sin matarlos. Estas langostas son encabezadas por un ángel llamado Abaddon (en griego Apolión, en castellano probablemente "Destrucción"). Del contexto del Apocalipsis se puede inferir que Abaddon y sus langostas no son demonios ni ángeles caídos o rebeldes, porque obran en perfecto cumplimiento de las instrucciones de Dios. Aunque aquí se trata de langostas y no de moscas, es difícil no ponerse a hacer asociaciones al respecto.
Historias desopilantes, anécdotas curiosas, rarezas antiguas: bienvenidos a los siglos curiosos.
jueves, 29 de marzo de 2012
domingo, 25 de marzo de 2012
Contando hasta 27 de una sola tacada.
Ya referimos acá en este blog, en el neolítico de Siglos Curiosos, cómo el sistema numérico de base 10 que nos parece tan natural, es en realidad uno de tantos sistemas posibles. En principio, la cantidad de números que se pueden utilizar como unidades, antes de tener que ampliar la base (como ocurre en nuestro sistema al pasar del 9 al 10, o del 99 al 100, etcétera), debe ser al mismo tiempo alta para no tener que ampliar la base a cada rato (cualquiera que haya tratado con una base binaria de ceros y unos sabe lo frustrante que es esto), pero no tan alta que una sola persona no pueda memorizarse los símbolos básicos y esenciales. El 10 es un compromiso aceptable, aunque también para otras culturas lo era el 12 (para los babilonios era el 60, nada menos, razón por la que aún dividimos la hora en 60 minutos y el minuto en 60 segundos). Lo único que se requiere para la mnemotecnia, es asociar los números con algo, para que los niños puedan aprenderlo. Nosotros asociamos nuestros 10 dígitos con los dedos de la mano, y tan felices.
Pero los que baten alguna clase de récord en la materia son los telefol y los oksapmin, dos tribus de las innumerables que existen en Papúa Nueva Guinea. Porque sus matemáticas funcionan con una base... 27. Así, tal y como suena. Nosotros contamos hasta nueve y tenemos que ampliar la base para escribir 10. Ellos pueden contar hasta 27 antes de ampliar la base al pasar al 28. Es como si nosotros en vez de tener diez signos (0,1,2,3,4,5,6,7,8,9) tuviéramos 27. Una locura. Pero a los telefol les funciona.
La clave del sistema telefol u oksapmin es que no asocian los números sólo a los dedos de las manos, sino también a otras partes del cuerpo. Ellos parten con una mitad del cuerpo, y cuentan los dedos: ahí tienen cinco dígitos. Luego cuentan las partes del brazo (muñeca, brazo, codo, antebrazo y hombro) y tienen otras cinco: van diez. Luego, tienen el huesito que conecta el hombro con el cuello, el ojo y la oreja: van trece. Si se considera que todas las personas tienen todas esas partes por duplicado, asignando valores distintos según si la parte del cuerpo en cuestión está a su lado izquierdo o derecho, duplicamos a veintiseis. Sumémosle la nariz, y tenemos 27 (la nariz es el 14, y la cuenta por el otro lado del cuerpo va desde el 15 hasta el 27). Un "número" consiste en la parte del cuerpo, más el apuntar hacia la misma. O sea, si quiere significar "ocho", se apunta a su propio codo del lado respectivo (el codo del otro lado es veinte...). Las palabras que usan para los números son las mismas que utilizan para la parte del cuerpo en cuestión, de manera que "tan-besa" puede significar al mismo tiempo "el otro brazo" o "veintiuno", según el contexto.
Por supuesto que hablamos de tribus con una cultura cercana al Paleolítico, que no necesita del álgebra o del cálculo avanzado para su existencia diaria. Con una aritmética simple les basta, y rara vez se enfrentan a situaciones en las que deban expresar una cantidad numérica superior a 27 (si lo hacen, expresan los números como una cantidad determinada "más 27", tantos "más 27" como hagan falta). Porque no me van a negar que resulta rara la imagen mental de Al-Juarismi, Friedrich Gauss o Albert Einstein apuntándose a toda la parte superior del cuerpo como si tuvieran sarpullido, para sacar adelante sus matemáticas. La solución de estas tribus es rara para nuestros estándares, pero para lo que necesitan ellos es muy funcional, habida cuenta de que es un sistema de conteo muy visual, a la vez fácil de entender en su mecánica, y que permite operar con las cantidades bajas que ellos utilizan en su vida cotidiana.
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jueves, 22 de marzo de 2012
En torno al cero.
Contrario a lo que se piensa, la noción del número cero no es exactamente un invento de los matemáticos de la India. En realidad, tanto los babilonios como los griegos se habían aproximado al concepto de cero. Después de todo, si usted está trabajando con números, puede preguntarse qué clase de número es lo que resulta cuando usted resta cinco de cinco, por ejemplo. Los babilonios se las trataban de ingeniar para usar un sistema numérico que podríamos considerar semiposicional, pero no llegaron a desarrollar un número cero propiamente tal, de manera que su notación dejaba huecos y vacíos. Leer eso debe haber sido un horror. Los griegos por su parte se hacían la pregunta bastante lógica de que cómo puede la nada ser algo, y de ahí que representar a la nada con un signo se les antojara algo extraño.
Los matemáticos índicos, en cambio, no le temieron a dar literalmente el salto al vacío. Quizás se trate de la filosofía de fondo. El mundo indostánico estaba impregnado de la filosofía de la eternidad, de los incontables ciclos históricos y cosmológicos de esto o aquello, y de ahí que, de tanto llenar el universo con millones de años y millones de mundos, se hayan planteado la alternativa opuesta, es decir, la nada. Para ellos, el cero partió siendo un concepto religioso o filosófico. Brahma, el dios que es casi coesencial al universo mismo, es lo más sagrado, pero también es el vacío absoluto, en una típica voltereta paradojafílica de los pensadores de la India. A este vacío lo llamaron "shunya".
Sólo que la palabra "shunya" prosperó más allá. Cuando los árabes se construyeron su gigantesco imperio desde Asia Central hasta España, en el siglo VII y comienzos del VIII, importaron los números que desde entonces por error llamamos "arábigos". Estos números eran nueve dígitos, más un extraño décimo dígito que representaba el vacío. A este signo lo llamaron con el nombre índico "shunya" que ya mencionamos, ahora traducido al árabe: "sifr". De ahí, los eruditos europeos medievales lo tradujeron al latín como "zephirum", y de ahí pasó al castellano como "cero".
Sólo que la historia no acaba ahí. El famoso "sifr" se transformó en el misterio más misterioso de todo el sistema numérico extraño ése que algunos enteradillos querían utilizar en sustitución de los números romanos, en la Edad Media. A esos números, en una traducción de fonética bruta, los llamaron "cifras". Pero a su vez, como unos pocos sabían manejar esas condenadas cifras, pronto nació un segundo uso para la palabra, que es poner algo en código. Nacieron así las palabras "cifrar" y "cifrado". Y a las operaciones inversas bastó con añadirles el prefijo "de-": así el idioma castellano pasó a crecer con las palabras "descifrar" y "descifrado". El idioma y las matemáticas a veces tienen relaciones muy extrañas entre sí.
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domingo, 18 de marzo de 2012
El desastre aeronáutico de Lockerbie.
Uno de los impactantes desastres en la historia de la aviación, lo constituye el atentado terrorista que le costó la existencia al vuelo 103 de Pan Am, y la vida a 270 personas tanto en vuelo como en personas sobre tierra firme en el pueblo de Lockerbie, en Escocia, Inglaterra. El vuelo era un Boeing 747 que venía desde Frankfurt, y despegó de su escala en Londres a las 18:25 horas del 21 de Diciembre de 1988, con destino a Nueva York. A las 18:56, el vuelo alcanzó los 10.000 metros de altura y la velocidad de crucero, sobre los cielos de Escocia. A las 19:03 desapareció de los radares, reemplazado sólo por algunos puntos menores: era el eco de los restos del avión ahora siniestrado... La aeronave se desplomó sobre la mencionada aldea de Lockerbie, sembrando el caos: uno de los motores abrió un cráter de cinco metros, mientras que el ala explotó en medio de una bola de fuego de 40 metros de ancho. 21 casas fueron destruidas en total. Los 243 pasajeros, más 16 tripulantes, más 11 personas en tierra firme, resultaron muertas en la catástrofe.
La autopsia de inmediato reveló grandes daños pulmonares en las víctimas. Para los patólogos forenses se hizo obvio que el avión había sufrido alguna clase de descomprensión brusca. Como la provocada por un boquete en el fuselaje abierto por una bomba, por ejemplo. Los investigadores se abocaron entonces a la misión de recoger cuanto fragmento del vuelo fuera posible encontrar: cerca del noventa por ciento de las piezas pudieron ser recuperadas, y ensambladas para reconstruir el avión siniestrado dentro de un hangar que antaño había servido como almacén de municiones para el Ejército.
Pronto se descubrieron indicios de explosivos plásticos, en concreto de Sentex, cerca de los contenedores de equipaje de la bodega delantera. Se encontró además un trozo minúsculo de circuito integrado, y un fragmento de un radiocasette Toshiba. Los investigadores reconstruyeron la zona del fuselaje donde se encontraba la bomba, e hicieron detonar distintas cargas en contenedores idénticos, hasta conseguir daños similares a los resultados del siniestro. Se descubrió así que la bomba iba en una maleta de la segunda capa de éstas en el contenedor, y que por lo tanto, debió ser cargada en Frankfurt. La bomba, al detonar, habría abierto un boquete en el morro de la nave, y la onda expansiva sumada al choque de éste con la atmósfera habrían hecho el resto, arrancando dicho morro y descabezando la nave, arrojándola en picado.
Descubrieron también fibras de ropa procedentes de Malta, y desde ahí, la investigación arrojó como conclusión que el responsable era un libio que había echado la maleta arriba, pero que no había subido al avión. En 2001, basado en toda esta evidencia, un tribunal de Escocia condenó a Abdelbaset al-Megrahi, el libio en cuestión, a cadena perpetua, aunque fue liberado después en 2009 por razones de salud, ya que padecía cáncer de próstata. La condena de al-Megrahi en todo caso ha sido discutida, y hay quienes sostienen su inocencia y error judicial. Cualquiera sea el caso, el atentado de 1988 hizo cambiar las políticas de seguridad en las aerolíneas: todo equipaje cuyo dueño no pudiera ser localizado a bordo, pasó a ser desembarcado de inmediato, aunque el pasajero en cuestión tuviera tarjeta de embarque. También en futuros diseños de aeronaves se introdujeron medidas para hacer más resistente el casco frente a otro posible evento de naturaleza similar.
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jueves, 15 de marzo de 2012
Un ciprés y un perro pekinés delatores.
Australia, a mediados del siglo XX. Bazil y Frieda Thorne, habitantes de la ciudad de Sidney, podían considerarse afortunados, ya que habían ganado una lotería implementada por el Estado, para ayudar a sufragar los gastos de construcción de la Opera de Sidney, en construcción por aquellos años. Hasta que cinco semanas después, el 7 de Julio de 1960, su hijo Graeme de ocho años de edad fue secuestrado. Hubo dos llamadas telefónicas, en un inglés con fuerte acento, pidiendo 52.000 dólares de rescate. Luego, silencio absoluto. La noticia desató conmoción pública, ya que era el primer secuestro por rescate registrado en la historia criminal australiana. Además, la noticia del premio era pública, incluyendo fotos en la prensa... y la dirección publicada en los diarios (por supuesto que, en sorteos posteriores, se implementaron medidas de privacidad para evitar que esto volviera a ocurrir. Aunque esto fue demasiado tarde para los Thorne. De los errores se aprende).
Habían pocas pistas para el secuestro: la única sólida era la presencia de un Ford Customline azul de 1955, avistado por testigos. Después aparecieron la gorra, el abrigo y los libros del chico, tirados en alguna parte. Y finalmente, el 16 de Agosto, apareció el cadáver del chico, envuelto en una manta. Luego del análisis forense respectivo, se dedujo que el chico había sido asfixiado y golpeado hasta la muerte. Por el moho presente, se calculó en seis semanas la data del fallecimiento: o sea, casi de inmediato después de haber sido secuestrado. Podría ser un crimen sin resolución, pero...
...ahí estaban los peritos, listos para la acción. En algunas partes de la ropa del niño aparecieron dos interesantes indicios. Uno de ellos fue pelo animal. Se llegó a determinar que éstos pertenecían a un perro pekinés. Otro fue la presencia de unos gránulos de color rosado. Se trataba de mortero de construcción. Tambien detectaron la presencia de un tipo de ciprés inusual en el lugar del hallazgo del cuerpo. Allí donde coincidieran los tres elementos, el mortero rosado, el ciprés y el pekinés, era posible que estuviera la clave del delito.
Después de algunos llamados a la colaboración ciudadana, se localizó una vivienda con mortero rosado y ese tipo de ciprés, en las afueras del suburbio de Clontarf, en la misma Sidney. Al ser interrogados, los inquilinos dieron varios indicios sobre el antiguo arrendatario, un húngaro que se había cambiado el nombre a Stephen Bradley. El acento de Bradley fue descrito como duro, y además, había dejado la casa el día mismo del secuestro. Registrando el lugar, apareció una foto de Bradley en un picnic familiar, sobre la misma manta en que habían encontrado al chico. Poco después se confirmó que Bradley tenía un perro pekinés, el cual acabó en una clínica veterinaria. El Ford azul apareció en un concesionario, y al ser registrado, tenía restos de mortero rosado en el maletero. Con toda esa evidencia, la justicia cayó con todo sobre Bradley: éste en el intertanto navegaba con rumbo a Inglaterra, pero orden de extradición mediante, le consiguieron echar la mano en Colombo, Sri Lanka, y llevarlo de regreso a Australia. Su condena a cadena perpetua fue relativamente corta: falleció en prisión de un ataque al corazón en 1968, con apenas 42 años de edad.
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domingo, 11 de marzo de 2012
Asesinando con gérmenes.
Una de las principales preocupaciones del común de los asesinos que recurren al envenenamiento como método para deshacerse de sus víctimas, es conseguir que todo parezca natural. De esta manera, el asesinato no sería descubierto simplemente porque todo parecería un ataque al corazón, o una enfermedad cualquiera. Existen montones de casos de reyes o personas poderosas que han muerto de males que han sembrado la duda en los historiadores posteriores: ¿envenenamiento o enfermedad? Un envenenador lo suficientemente listo podría incluso no dejar rastros de su crimen para la posteridad. Y quizás, la mejor manera de envenenar a una persona de manera que la muerte parezca una enfermedad natural es... envenenarla precisamente con los gérmenes que producen dicha enfermedad natural.
Eso debió haber pensado Arthur Warren Waite cuando decidió deshacerse de sus suegros, John E. Peck y señora. Este era un dentista de Nueva York, y podía tener acceso a materiales como ése. El móvil era aparentemente el dinero, que los suegros en cuestión tenían en cantidad; no en balde, el señor Peck era farmacéutico. Warren Waite echó a andar la guadaña con su suegra, metiéndole gérmenes de la gripe mezclados con difteria dentro de la comida. La pobre mujer falleció en enero de 1916. La mitad del trabajo estaba lista.
Luego, Warren Waite introdujo gérmenes de la tuberculosis en el inhalador nasal de John E. Peck. El hombre resultó ser más resistente que su señora, pero finalmente falleció el 12 de Marzo del mismo año. De inmediato le practicaron al cadáver una autopsia, y como parte del procedimiento estándar, le hicieron pruebas para el envenenamiento por arsénico. El test resultó positivo.
Cuando fueron hasta la consulta odontológica de Arthur Warren Waite, encontraron varios libros con farmacología, en donde se habían marcado varias referencias al funcionamiento del arsénico en el organismo, y su reacción con otros compuestos químicos. El ahora sospechoso fue recogido medio inconsciente y diciendo incoherencias, debido a un infructuoso intento de matarse por sobredosis, al entrar en pánico. Al final el propio Arthur Warren Waite confesó que había tratado de ayudar a sus amigos los bacilos de Koch para rematar al viejo, envenenándolo con el viejo y convencional arsénico. Por no armarse de paciencia y por no confiar en sus amigas las bacterias, Arthur Warren Waite terminó achicharrado en la silla eléctrica, el 24 de Mayo de 1917.
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jueves, 8 de marzo de 2012
En coma y embarazada.
Existen toda clase de historias allá afuera, y no todas ellas son bonitas. Esta en particular no lo es. El escenario es la ciudad de Nueva York. Todo partió en el año 1985, cuando una chica llamada Kathy, que planeaba estudiar sicología, sufrió un accidente cuando su vehículo patinó sobre el hielo y se estrelló contra un árbol. Como resultado, quedó en coma durante varios años. Todo transcurriría con la triste monotonía de las personas que están años en coma a la espera de qué sucederá con ellas. Hasta que de pronto, en diciembre de 1995, los médicos notaron que su barriga crecía anormalmente. Los médicos lo examinaron todo, incluyendo un posible bloqueo gástrico, hasta que se les ocurrió determinar si por casualidad estaría embarazada... y lo estaba. Con cuatro meses y medio. Estando en coma.
Por supuesto que la única posibilidad era que alguien la hubiera inseminado, de manera que al interior de la clínica comenzó una investigación en toda regla. Algunos compañeros recordaron que un enfermero llamado John Horace, se comportaba de manera sospechosa en la habitación de la paciente. Se le pidió una muestra de saliva, la cual dio como posibilidad de 99,55% que fuera el padre. La corte ordenó en seguida una prueba de sangre, con lo cual se terminó de confirmar el hecho, lo que le acarreó una condena a prisión por 25 años. Su excusa es que había leído en un libro médico, que una mujer en coma, al quedar embarazada, recobraría la conciencia... Parece ser que, por otra parte, el individuo había sido conflictivo en contrataciones anteriores, e incluso un tiempo había actuado como "terapista sexual"...
Pero quedaba la otra parte, la del embarazo. Los médicos prestaron toda la atención posible, aunque más con profesionalismo que con esperanzas, ya que no se esperaba que el niño viviera. De todas maneras todo podía ser posible, ya que se pensaba que una mujer en coma no podía quedar embarazada, y había sucedido. El niño nació finalmente prematuro el 18 de Marzo de 1996, nueve semanas antes de lo esperado, con unos 1200 gramos de peso. Aún así, los médicos anunciaron que su aspecto era saludable, y que tenía posibilidades de vivir. Desafortunadamente, la madre ya no viviría mucho más. Falleció en 1997, por motivos ajenos al embarazo, y sin haber despertado nunca de su coma.
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domingo, 4 de marzo de 2012
Duro de adaptar.
Todos sabemos que el tema de las sagas en Hollywood son un negocio. O sea, se saca una peli que resulta tener éxito y es rentable, y forra con billetes los bolsillos de los productores, y ya van sacando secuela tras secuela tras secuela. A veces, la necesidad de sacar una secuela es tal, que los productores deben agarrarse de cualquier clavo para tratar de marcar alguna diferencia, en un medio que tiende a repetirse e imitarse hasta la saciedad. Algo que resulta preclaro en las pelis de acción, en las cuales en el fondo nadie busca grandes tramas ni personajes con buena construcción psicológica, sino el no va más de choques automovilísticos, tiroteos y explosiones. La saga de John McClane tiene lo suyo en esto de buscarse fuentes, y así es como lo consignaremos en Siglos Curiosos (por más señas, conocida como "Duro de Matar" en Latinoamérica, y "La Jungla" en España). Porque lo cierto es que... en cuanto a material de base para sacar las pelis, la saga es todo un Frankenstein.
La primera entrega está basada en una novela llamada "Nothing Lasts Forever", de un tal Roderick Thorp, y de la que ignoro si hay traducción al español. Lo sangrante del caso es que la novela original "Nothing Lasts Forever" no presenta al personaje, sino que es... una secuela. De una novela llamada "The Detective". Que fue adaptada para el cine con Frank Sinatra en el protagónico. ¡A ver, mi General!, estarán diciendo ustedes, ¿me quieren decir que el John McClane original, el interpretado por Bruce Willis, fue Frank Sinatra? Eh... No. El detective de ambas novelas originales se llama Joe Leland. Pero cuando "Nothing Lasts Forever" se transformó en duro-de-matar-en-la-jungla-de-cristal, le cambiaron el nombre a John McClane. No me van a negar que salimos ganando con el cambio: digan ustedes cuál nombre es más cañero. Por cierto, por seguir con el juego de referencias cruzadas, "Nothing Lasts Forever" estaba inspirada en... "Infierno en la Torre" ("El coloso en llamas", en España). Edificio alto, catástrofe... ¿lo pescan? Dicho sea de paso, si los consume la curiosidad, la peli de Frank Sinatra se llama "El detective", y es de 1968, por si consiguen encontrarla.
De manera que "Duro de Matar" es la adaptación de una novela secuela de otra novela. ¿Qué hacer para la segunda peli entonces? ¿Comprarse los derechos de la primera novela y hacer como "Angeles y demonios" de dar vuelta el orden cronológico interno de la saga? Imposible, porque ya la cosa había mutado desde novela negra a cine de acción, así es que debía tomarse algo igualmente trepidante. El objetivo a saquear en "Duro de matar 2" fue una novela llamada "58 minutes", que por supuesto no escribió Roderick Thorp. El llamado para la gloria en este caso es un tal Walter Wager, que además de haber escrito novelizaciones de pelis y series de TV, tenía su propia novela adaptada de antemano ("Teléfono", con Charles Bronson). Y aunque Roderick Thorp en estricto sentido no tenía nada que hacer aquí, aún así recibió crédito como creador de "ciertos personajes"...
Ya para la tercera entrega ("Duro de matar: La venganza"), la cosa se salió de madre. Resulta que andaba dando vueltas por los pasillos de Hollywood un guión llamado "Simon Says". A estas alturas del partido, ¿es necesario apuntar que "Simon Says" no tenía NADA que ver con John McClane? El guión gustó, pero se suponía que iba a ser encajado en... Arma Mortal. Otra prueba de que todas estas franquicias son clónicas entre sí, para que vean. De ahí que "Duro de matar: La venganza" rompa dos cánones establecidos de manera previa dentro de la franquicia: la amenaza encerrada en un lugar físico (ahora la ciudad entera y abierta es el escenario), y el transformarla en una buddy movie. Elementos ambos que serán extremados en "Duro de matar 4.0", que por supuesto, siguiendo la tradición, se basa en un material que (vamos, sé que se la saben, díganla conmigo) no tiene nada que ver con John McClane, en concreto en un artículo de revista sobre un ataque ciberterrorista contra Estados Unidos. Y ahora que está anunciada "A Good Day to Die Hard" para el 2013, vamos a ver si no sacan la idea y/o el guión del listado de ingredientes de su barra de caramelo favorita...
jueves, 1 de marzo de 2012
El bonachón O.J. Simpson.
El 12 de junio de 1994 comenzó una de las más culebronescas historias de los tiempos modernos de los mass media en Estados Unidos, cuando aparecieron los cadáveres de Nicole Brown y su amigo Ronald Goldman. El principal sospechoso fue un antiguo jugador de fútbol americano llamado O.J. Simpson, que era marido de la occisa, y cuyo móvil habrían sido los celos. Después de todo, habían acusaciones anteriores de violencia doméstica, etcétera. Más de un año después, el 3 de octubre de 1995, fue declarado "not guilty" (inocente) y exonerado de cargos, aunque los juicios civiles siguieron. Desde entonces, la imagen de O.J. Simpson quedó irremisiblemente manchada. El único que cree que O.J. es inocente del crimen es Seth McFarlane, el productor de "Padre de familia", ya que en un episodio se revela que el asesino fue nada más y nada menos que Peter Griffin... Pero volviendo al tema. El punto aquí, es que la prometedora carrera cinematográfica de O.J. Simpson quedó truncada para siempre. Y es que nadie estaría dispuesto a contratar a una persona con chapa de loco del hacha, o del arma mortal que sea, para rodar una peli, cualquier peli. Por eso, tiene su gracia revisar un poco de su videografía anterior. "Su gracia", entendida desde el punto de vista del humor macabro, claro.
Quizás el rol más recordado de O.J. Simpson es como el policía Nordberg, clásica parodia del aún más clásico "compañero negro del poli prota", que en este caso es Frank Drebin interpretado por Leslie Nielsen, en la saga de "Y dónde está el policía" y secuelas. En la trilogía en cuestión, Nordberg era el policía bienintencionado y bonachón, pero algo patoso, y con algo de mala suerte también, que se las arreglaba siempre para meterse en problemas. La secuencia en que es "violentamente" masacrado en el arranque de la primera peli, o tiene que instalar un dispositivo de seguimiento en "Y dónde está el policía 2 1/2: El aroma del miedo", son casi clásicos de la comedia negra disparatada. Incluso, para más ironía, su esposa (la actriz que interpreta a la esposa de Nordberg, claro... no Nicole Brown, por supuesto) llega a decir, arrasada en lágrimas mientras Nordberg está en el hospital: "¡El es una buena persona, nunca ha matado a nadie!" (citado más o menos literal). Hubo varias razones de por qué no se rodó una cuarta parte de la franquicia, incluyendo desinterés de los involucrados, a pesar de su buen rendimiento económico, pero un punto no menor es que "Y dónde está el policía 33 1/3: El insulto final" se estrenó en 1994, y por lo tanto, cualquier eventual cuarta parte ya estaría con el personaje de Nordberg manchado por la siniestra reputación de su actor después del doble homicidio... o con otro actor contratando al personaje, o ignorándolo en la continuidad. Por cierto, siempre hay gente con mala leche que disfruta aún más la trilogía precisamente porque Nordberg es interpretado por O.J. Simpson...
Aún más apabullante resulta corroborar que O.J. Simpson interpretó más de algún papel derechamente heroico en el cine, ahora sin parodias de por medio. Quizás la más importante de esas pelis sea nada menos que "Infierno en la torre" ("El coloso en llamas", en España), en que O.J. Simpson aparecía con su foto junto al desfile de estrellas convocadas para la catástrofe. En concreto, O.J. Simpson era el muy responsable jefe de seguridad del edificio siniestrado, inocente de las fechorías del constructor cuya negligencia era responsable del incendio. Y que por ser el negro de la peli, va a engrosar la lista de bolsas negras, claro, si estamos hablando de una peli de 1974, después de todo, la era del cine en que era lugar común que "el negro se va primero" (todavía, en realidad, aunque algo menos).
Pero lo más insólito ocurrió cuando "Terminator" estaba en fase de producción. ¿Alguien se imagina que el T-800 asesino con chaqueta de cuero, lentes negros y un enorme subfusil, pueda haber llegado a tener no el rostro de Arnold Schwarzenegger, sino el de... O.J. Simpson? Entre los varios actores que se pensaron para el rol, el estudio sugirió precisamente al prota de nuestro posteo para el rol. Como inicialmente Arnold Schwarzenegger iba a interpretar al héroe Kyle Reese, de haberse rodado la peli con estos planes iniciales, esto hubiera originado la situación de que Arnold hubiera dicho aquella línea a Sarah Connor de "¡Ven conmigo si quieres vivir!", mientras le descarga un recio escopetazo en el pecho a... O.J. Simpson. Pero esto no llegó a buen puerto porque James Cameron lo vetó: el director pensaba que nadie se creería que un grandote tan bonachón y simpático como O.J. pudiera convencer al público de ser un asesino despiadado...
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