Historias desopilantes, anécdotas curiosas, rarezas antiguas: bienvenidos a los siglos curiosos.
jueves, 31 de julio de 2008
¿Fue el flogisto un error científico...?
Existe una cierta tendencia en el mundo científico a mirar el conocimiento de ayer como algo obsoleto y fundamentalmente erróneo, porque nuevas investigaciones se han encargado de tumbar y arrumbar las viejas teorías. Y sin embargo, esta visión olvida que la Ciencia no vino de la nada, y que muchas veces los científicos de ayer hacían lo mejor que podían con el bagaje material e intelectual que tenían... y que los científicos de hoy pueden estar preparando las meteduras de pata del mañana. Un ejemplo clásico de teoría "fundamentalmente errónea" es el flogisto. Y sin embargo, ¿iban realmente tan desencaminados sus teóricos...?
Desde antiguo se venía creyendo que el fuego era una especie de elemento cuasimístico, uno de los clásicos "cuatro elementos" (con el aire, el agua y la tierra), que conformaban los pilares de la composición del universo. Esta visión entró en crisis en el siglo XVII, por supuesto, ya que la Ciencia había avanzado lo suficiente para tratar de investigar qué había detrás de los fenómenos de la combustión. Un tal Johann Joachim Becher (1635-1682) sentó las bases para la idea de que los cuerpos combustibles tenían una substancia particular llamada "flogisto", que carecía de peso, y que cuando se quemaba, se desprendía del cuerpo dejando detrás una substancia "desflogistizada". Hablando en plata: el carbón tiene flogisto, y si se quema, el flogisto se desprende y las cenizas que quedan detrás son el "carbón desflogistizado". Estas ideas fueron desarrolladas y popularizadas por Georg Ernst Stahl, quién le dio al flogisto su nombre y se aseguró de difundir la nueva teoría.
La nueva teoría tuvo éxito por varias razones. En primer lugar, parece natural e intuitivo sostener que si una substancia en combustión se transforma en residuos y cenizas, algo debe desprenderse de ella. En segundo lugar, la Ciencia aún no se zafaba de cierta concepción del universo como algo lleno de fluidos, y por lo tanto el flogisto encajaba bien en medio de otros fluidos semimísticos como el calórico o el magnetismo (que en esa época se consideraba más o menos como tal). En tercer lugar, los químicos por fin tenían una hipótesis razonablemente científica sobre la cual podían trabajar, en vez de recurrir a los "cuatro elementos" místicos de toda la vida (de todos modos Becher no postulaba eliminarlos, sino reducirlos a dos: el agua y la tierra, dejando al aire y el fuego como meros mecanismos transformadores y no como "principios" en sí mismos). Lejos de ser un descarrío científico, la Teoría del Flogisto fue así una poderosa herramienta conceptual que le permitió a la Química dar un salto de gigante.
Sin embargo, existía un talón de Aquiles. La Química de comienzos del XVII era fundamentalmente cualitativa, es decir, se fijaba en las cualidades de las substancias químicas. La obra acumulada de varios químicos, que remata en el gran legado de Lavoisier a finales del siglo XVIII, permitieron reemplazar a ésta por una Química cuantitativa, en donde no sólo importan las cualidades sino también las cantidades de dichas substancias químicas. Y Lavoisier descubrió que durante la combustión no sale nada del cuerpo que se quema, sino que por el contrario, el cuerpo que se quema absorbe una substancia del aire (concretamente el oxígeno). El flogisto, por tanto, no existía, y era una teoría básicamente errónea.
Con todo, la Ciencia moderna le dio una postmortuoria semivalidación al denostado flogisto. En la actualidad sabemos que las substancias químicas se combinan porque sus átomos poseen electrones sobrantes en sus capas electrónicas superiores y tienden a perderlos, o bien les faltan para completar dichas capas y tienden a absorberlos. Cotejando el listado de substancias con electrones "sobrantes" con las substancias "flogistizadas"... ¡son exactamente las mismas! A la vez, aquellas substancias a las que le faltan electrones, son las mismas que la Química del siglo XVII sindicaba como "desflogistizadas"... Esto es porque durante la combustión, una substancia con electrones sobrantes se los "presta" al átomo de oxígeno, al cual le faltan, y de ahí surge la atracción que permite la combustión. Así es que, al final del día, la idea intuitiva del flogisto no era tan mala después de todo...
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domingo, 27 de julio de 2008
La muerte de Evariste Galois.
Evariste Galois es considerado uno de los más importantes y reconocidos genios matemáticos de todos los tiempos, y si no llegó a alcanzar una estatura mayor, es probablemente debido a la tempranísima edad en que falleció, y que no le permitió expresar la totalidad de su genio matemático. Porque Galois murió cuando tenía apenas veinte años de edad.
Galois nació en Octubre de 1811. Podríamos decir de él que pertenecía al típico temperamento romántico de su época. Su carácter apasionado y su desprecio por la autoridad le iba a traer, por supuesto, una enorme cantidad de problemas en su corta vida. Siendo todavía estudiante, publicó un trabajo sobre las condiciones de resolución de una ecuación polinómica por radicales, un problema matemático considerado hasta la fecha como prácticamente insoluble, y que abrió camino a toda una nueva rama de las Matemáticas, llamada con justicia la Teoría de Galois. Publicó aún algunos trabajos más, muy pocos, pero que dan a entender lo lejos que estaba llegando en el Algebra, y que lo mostraban como una futura luminaria en el campo de las Matemáticas.
Esto hubiera sido así, si se hubiera quedado en las Matemáticas. Pero también tenía opiniones políticas, y las sostenía con el temperamento ardiente de un adolescente, lo que le valió, en la Francia de la Revolución de 1830, terminar en prisión. Una vez fuera de la cárcel, encontró tiempo para meterse en líos de nuevo. Desafió o fue desafiado a duelo (la manera en que los caballeros de la época solían resolver sus asuntos de honor, recordemos), quizás por un asunto de faldas. La noche anterior al enfrentamiento, no durmió absolutamente nada: se la pasó en vela escribiendo cartas y textos matemáticos, convencido de que no viviría ya más desde el día siguiente. Su terror a los resultados del duelo, su cansancio extremo a la madrugada del día siguiente, y su cuota de mala suerte, hicieron el resto: Galois recibió un balazo en el abdomen, el 30 de Mayo de 1832, y falleció al día siguiente, a las diez de la mañana. Sus famosas últimas palabras fueron: "Ne pleure pas, Alfred! J'ai besoin de tout mon courage pour mourir à vingt ans!" ("¡No llores, Alfredo! ¡Necesito de todo mi coraje para morir a los veinte años!"). Este Alfredo era su hermano. El reconocimiento llegó tardíamente a Galois, cuando su obra fue publicada en 1843, más de diez años después de su muerte, y fue saludado como uno de los más grandes genios matemáticos del siglo XIX. En ese 1843, Galois hubiera cumplido 32 años.
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jueves, 24 de julio de 2008
El determinismo a rajatabla de Laplace.
La anécdota es conocida, pero muy reveladora sobre lo que era la mentalidad de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, en lo que a las Ciencias se refiere. Pierre Simon Laplace era indiscutiblemente el as de la Astronomía y las Matemáticas francesas, hasta el punto que sus coterráneos, llevados a la hipérbole por el nacionalismo, no dudaron en llamar el "Newton francés". Más tarde o más temprano, el Newton Francés tenía que encontrarse con el César Francés, y así es como se conocieron Laplace y Napoleón Bonaparte. Un elemental sentido de la prudencia política recomendó a Laplace regalarle uno de sus libros a Napoleón, y éste descubrió (según un cronista dice, más bien alguien se lo hizo notar) que Laplace en ninguna parte del grueso tratado hacía referencia acerca de Dios. Napoleón habría dicho entonces:
- Señor Laplace, me dicen que usted ha escrito este enorme libro sobre el sistema del universo, y en ninguna parte hace mención a su Creador. - ("Monsieur Laplace, on me dit que vous avez écrit ce volumineux ouvrage sur le système de l’Univers sans faire une seule fois mention de son Créateur").
- Yo nunca tuve necesidad de una hipótesis como ésa - replicó entonces el imperturbable Laplace ("Je n'avais pas besoin de cette hypothèse-là").
- ¡Ah, pero sigue siendo una buena hipótesis! Explicaría tantas cosas... - ("Ah ! c’est une belle hypothèse ; elle explique beaucoup de choses").
No en balde, Laplace era heredero espiritual de Newton, el hombre que había "probado" que Dios actuaba como un Gran Relojero. Un problema que había quedado pendiente era el de la estabilidad del Sistema Solar: según la Ley de Gravedad, todos los cuerpos del Sistema Solar deberían atraerse en mayor medida unos con otros, y esto debería llevar a un Sistema Solar inestable en que los planetas terminaran por salirse de sus órbitas o caer en espirales ascendentes o descendentes hacia el Sol. El mérito de Laplace respecto de esto fue probar matemáticamente que el Sistema Solar era estable, porque las anomalías gravitacionales de las distintas órbitas planetarias tienden a corregirse entre sí. Al estudiar las leyes del movimiento planetario, Newton creía estar descifrando la Mente de Dios, mientras que Laplace, al hacer lo mismo un siglo más tarde, creía estar simplemente quitando la mano de Dios... o acaso a Dios entero de la ecuación (Laplace era francmasón, es decir, creía en el Gran Arquitecto del Universo). Determinista a ultranza, Laplace pensaba que una inteligencia con vasto poder de cálculo y capacidad para ver cada átomo y molécula del universo y calcular sus movimientos, podría deducir las leyes de su movimiento infinitamente hacia adelante y hacia atrás, y por lo tanto, el pasado y el futuro serían para esa criatura como un libro abierto. Sintomáticamente, Laplace no llama a esa criatura "Dios"... Laplace en esto era hijo del Siglo de las Luces, pero ya vendría después la Mecánica Cuántica a borrar de un codazo toda esta confianza suprema en el determinismo matemático.
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domingo, 20 de julio de 2008
La mala salud de Napoleón.
En la Historia Universal, la mala salud de Napoleón Bonaparte llega a ser legendaria. Podría parecer algo sorprendente en un hombre que lideró sin parar casi un cuarto de siglo de guerras, pero en realidad, bien mirado, el desgaste de tantas conflagraciones militares y preocupaciones gubernamentales jugaron un destacado papel en tumbar la salud napoleónica.
Apenas tenía 28 años, sus problemas digestivos empezaron a manifestarse. Padecía de estreñimiento crónico, y desarrolló hemorroides. A esas alturas recién estaba en la Campaña de Italia (1797). También sufría fuertes migrañas, y con el tiempo desarrollaría cólicos, cálculos, y según piensan algunos, una úlcera péptica. Napoleón mismo era persona de malísimos hábitos alimenticios, entre ellos tragar la comida sin masticar demasiado, y además creía que el descanso era para los débiles, lo que en vez de mejorarlo, lo hundió aún más. Poco después, en la Campaña de Egipto (1798-1799) parece haber contraído una esquistosomiasis, mal que se transmitía por las aguas contaminadas, y que siendo acumulativo en el tiempo, causa graves males urinarios.
Diez años después, hacia 1807, Napoleón Bonaparte había conseguido tumbar a Prusia y Austria, y sólo Rusia e Inglaterra se le resistían. Pero diez años de fatigas y preocupaciones empezaban a hacerle mella. Engordó visiblemente. Además, su temperamento se hacía cada vez más intratable, y su velocidad de pensamiento disminuía. Esto tuvo dos consecuencias: en primer lugar empezó a cometer errores garrafales, y en segundo, debió aprender a delegar en sus generales. En varias batallas decisivas padeció dolencias igualmente decisivas: en Borodino (la ganó en 1812) sufrió achaques urinarios, en Bautzen (la ganó en 1813 aunque sin poder capitalizar el triunfo) comió compulsivamente y luego vomitó, y en Leipzig (también 1813, y la perdió) estaba aletargado y somnoliento. Y en la decisiva Batalla de Waterloo, parte importante de su derrota se debió a un violento ataque de hemorroides que le impidió montar a caballo y le causó enormes dolores: tenía apenas 46 años. Y le quedaban sólo seis años adicionales de vida.
Es obvio que la aplastante caída del Imperio Napoleónico se debe a un conjunto de factores, incluyendo el delicado equilibrio internacional de las superpotencias de su época. Sin embargo, estando todo el poder concentrado en un solo hombre, el que este hombre estuviera cada vez más enfermo y achacoso contribuyó lo suyo a su desplome. En cierto sentido, Napoleón Bonaparte fue el abuelito lejano de los actuales ejecutivos de grandes multinacionales que se conectan 24 horas al día en su trabajo, hasta que revientan...
Apenas tenía 28 años, sus problemas digestivos empezaron a manifestarse. Padecía de estreñimiento crónico, y desarrolló hemorroides. A esas alturas recién estaba en la Campaña de Italia (1797). También sufría fuertes migrañas, y con el tiempo desarrollaría cólicos, cálculos, y según piensan algunos, una úlcera péptica. Napoleón mismo era persona de malísimos hábitos alimenticios, entre ellos tragar la comida sin masticar demasiado, y además creía que el descanso era para los débiles, lo que en vez de mejorarlo, lo hundió aún más. Poco después, en la Campaña de Egipto (1798-1799) parece haber contraído una esquistosomiasis, mal que se transmitía por las aguas contaminadas, y que siendo acumulativo en el tiempo, causa graves males urinarios.
Diez años después, hacia 1807, Napoleón Bonaparte había conseguido tumbar a Prusia y Austria, y sólo Rusia e Inglaterra se le resistían. Pero diez años de fatigas y preocupaciones empezaban a hacerle mella. Engordó visiblemente. Además, su temperamento se hacía cada vez más intratable, y su velocidad de pensamiento disminuía. Esto tuvo dos consecuencias: en primer lugar empezó a cometer errores garrafales, y en segundo, debió aprender a delegar en sus generales. En varias batallas decisivas padeció dolencias igualmente decisivas: en Borodino (la ganó en 1812) sufrió achaques urinarios, en Bautzen (la ganó en 1813 aunque sin poder capitalizar el triunfo) comió compulsivamente y luego vomitó, y en Leipzig (también 1813, y la perdió) estaba aletargado y somnoliento. Y en la decisiva Batalla de Waterloo, parte importante de su derrota se debió a un violento ataque de hemorroides que le impidió montar a caballo y le causó enormes dolores: tenía apenas 46 años. Y le quedaban sólo seis años adicionales de vida.
Es obvio que la aplastante caída del Imperio Napoleónico se debe a un conjunto de factores, incluyendo el delicado equilibrio internacional de las superpotencias de su época. Sin embargo, estando todo el poder concentrado en un solo hombre, el que este hombre estuviera cada vez más enfermo y achacoso contribuyó lo suyo a su desplome. En cierto sentido, Napoleón Bonaparte fue el abuelito lejano de los actuales ejecutivos de grandes multinacionales que se conectan 24 horas al día en su trabajo, hasta que revientan...
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jueves, 17 de julio de 2008
¿Cuarenta siglos os contemplan...?
La anécdota es conocida. Durante la campaña militar que emprendió Napoleón Bonaparte contra Egipto, desde 1798 a 1799, éste guió a sus tropas a la famosa Batalla de las Pirámides. Esta fue un gran triunfo de las tropas napoleónicas sobre la infantería de los mamelucos egipcios, y se libró a unos 15 kilómetros de la Gran Pirámide de Gizah, el 21 de Julio de 1798. Para arengar a sus tropas, Napoleón Bonaparte gritó: "¡Mirad! ¡Recordad que desde esos monumentos, cuarenta siglos os contemplan!" ("Soldats! Vous êtes venus dans ces contrées pour les arracher à la barbarie, porter la civilisation dans l'Orient, et soustraire cette belle partie du monde au joug de l'Angleterre. Nous allons combattre. Songez que du haut de ces monuments quarante siècles vous contemplent"). Pero, considerando la vasta extensión de la historia egipcia, podemos preguntarnos... ¿en realidad eran cuarenta siglos? ¿No habrán sido más o menos...? Veamos.
La cuestión sobre la cronología egipcia es un tanto complicada. Resulta que los antiguos egipcios no poseían una cronología basada en una era común, como es nuestro caso. Nosotros contamos todos los años a partir de un Año 1 que coincide, según los cálculos de Dionisio el Exiguo, que no por levemente erróneos son menos utilizados, con el nacimiento de Cristo, y los años anteriores son simplemente numerados en sentido inverso como "antes de Cristo". Los egipcios, en cambio, se limitaban a hacer listas de faraones, sin mencionar sus fechas de ascenso o abandono del poder (por muerte, derrocamiento o la razón que sea), y esto con el agravante de que suprimían a aquellos faraones caídos en desgracia (en particular si el sucesor era un advenedizo o usurpador), por lo que las diversas listas conservadas (no demasiadas, en realidad) no siempre coinciden, y deben ser laboriosamente cotejadas con los registros arqueológicos, tanto egipcios como de otras civilizaciones que tuvieron contacto con los egipcios y dejaron noticias sobre ellos en sus propios registros. Las estimaciones sobre la fecha de la unificación egipcia, por ejemplo, han variado tan grandemente como datarlas en 3400 o 3000 a.C. Aún así, se ha conseguido llegar a una cronología aceptada comúnmente, aunque siempre sujeta a cambios y revisiones de última hora, en particular para las fechas más antiguas.
Dentro de esta incertidumbre cronológica, se suele estimar que la Gran Pirámide fue construida por el Faraón Khufu (grequizado Keops), de la Cuarta Dinastía, y fue concluida hacia el año 2560 a.C. Como es un monumento en piedra, no puede ser datado por Carbono-14, de manera que estamos obligados a confiar en las fuentes antiguas (Heródoto, entre otros), y la sincronización de distintas cronologías, para arribar al resultado. Pero esta es la fecha más aceptada, y podemos tomarla como un dato.
Ahora bien, para la época de la campaña napoleónica en Egipto habían pasado casi dieciocho siglos después de Cristo (el "siglo I" queda completo en el año 100, el "siglo II" en el año 200, y así el "siglo XVIII" cabal debe quedar completo en el año 1800). En cuanto a los siglos antes de Cristo, son 25 a 26 siglos. Sumando 18+25 o 18+26, obtenemos la cifra de 43 a 44 siglos, desde que la Gran Pirámide fue concluida hasta que Napoleón Bonaparte le dio un saludo militar a los mamelucos en sus cercanías. Retórica aparte, la estimación napoleónica fue entonces bastante precisa (un margen de error de aproximadamente un diez por ciento), considerando que en aquel tiempo, el conocimiento sobre el Antiguo Egipto estaba casi en embrión, y no existía siquiera una cronología universalmente aceptada sobre el antiguo mundo egipcio. Pero por supuesto, Napoleón eligió las palabras por su efecto retórico y no por su valor científico: después de todo estaba dirigiéndose a un grupo de brutos que iba a pelear una batalla, no a un simposium científico...
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domingo, 13 de julio de 2008
Kadesh y el autobombo de Ramsés II.
Quienes creían que distorsionar la Historia para hacerle propaganda al Gobierno era invento de Goebbels, el manipulador ministro de propaganda de Hitler, o de la Rusia Estalinista, que revise otra vez. Porque el primer caso conocido de manipulación de la Historia para hacerle propaganda al Gobierno tiene nada menos que tres mil años de Antigüedad. Es cierto que hay testimonios de victorias militares contadas por sus reyes que son aún más antiguas, como por ejemplo la Estela de los Buitres mandada confeccionar por el mesopotámico Eannatum (hacia 2800 a.C.), pero en este caso no contamos con versiones paralelas que nos ayuden a descubrir cuánto de verdad y cuánto de mito hay en ellas. En el caso que nos ocupa sí. Para colmo, el mentiroso pillado en flagrancia es nada menos que Ramsés II, conocido como el Grande, y que bien mirado, no fue tan grande como se pretende. He aquí la historia...
A su advenimiento como Faraón (hacia 1.279 a.C.), Ramsés II había heredado una compleja situación política. Su gran área de expansión (su "hinterland", diríamos geopolíticamente) era la región de Palestina y Siria, pero en esos territorios se había hecho fuerte una potencia rival, el Imperio Hitita. Más tarde o más temprano, ambas potencias iban a chocar, y desde comienzos de su reinado, Ramsés II empezó a preparar la inevitable colisión.
El choque entre el ejército egipcio del joven e impetuoso Ramsés II, y el ejército hitita del más cazurro rey hitita Muwatallis II, se produjo en la ciudad siria de Kadesh. Marchaba Ramsés con cuatro divisiones de 5000 hombres cada una, un ejército considerable para aquellos tiempos. Confiando en la información de desertores hititas, Ramsés ordenó a sus dos divisiones de vanguardia avanzar, sin esperar a las dos restantes... y sin apercibirse de que estos "desertores" habían sido enviados por Muwatallis mismo para desinformar a Ramsés. Muwatallis rodeó la ciudad de Kadesh por el este, mientras Ramsés pasaba por el oeste, y atacó por detrás a sus dos divisiones de vanguardia, mientras las dos divisiones de retaguardia aún no llegaban. El ejército de Muwatallis también se componía de unos 20.000 hombres, pero como peleaba contra la mitad del ejército de Ramsés, la proporción era de 2 a 1, a favor de los hititas. Obviamente, la división de vanguardia fue hecha pedazos y Ramsés completamente acorralado.
Tiempo después, Ramsés mandó escribir un bello poema épico, el "Poema de Pentaur", en donde dice como su fuerte brazo le hizo contraatacar y retroceder a los cobardes hititas, arrinconándolos contra el Río Orontes y ahogándolos. La verdad parece haber sido distinta, si atendemos a las crónicas hititas. El Imperio Hitita era lo que llamaríamos hoy en día "multinacional", y esta diversidad de culturas se reflejaba en un ejército poco disciplinado y cohesionado, por lo que cuando tuvieron el campamento de Ramsés a la mano, lo saquearon sin darse cuenta de que estaban a metros del joven Faraón, que seguía batiéndose con denuedo. La llegada de un contingente de refuerzos salvó a Ramsés, que pudo huir a la desesperada. Y por si esto no fuera suficiente, las propias crónicas egipcias señalan que en Siria, algunos aliados de Ramsés se pasaron al bando hitita, algo perfectamente ilógico y estúpido si Ramsés hubiera sido el vencedor en la jornada (generalmente son los perdedores quienes se pasan al bando ganador, y no al revés).
Lo cierto es que después de una batalla en que ningún bando pudo asestarle un golpe de muerte al otro, hititas y egipcios se sentaron a la mesa de negociaciones y decidieron mantener el status quo fronterizo con un tratado de paz formal. Ramsés no parece haber vuelto a librar guerras de importancia suprema, pero a cambio llenó Egipto de carísimos monumentos que pueden haber ayudado a quebrar el erario nacional egipcio. A cambio de su autobombo y de haberse compensado su fracaso militar con monumentos, a la manera de las mujeres que se compensan la baja autoestima ingiriendo comida en forma compulsiva, la Historia lo recompensó con el título de "Ramsés el Grande"...
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jueves, 10 de julio de 2008
Piankhi el Faraón Negro que conquistó Egipto
Las imágenes más características sobre el Antiguo Egipto, para el común de la gente, son las grandes manadas de esclavos cargando bloques gigantescos para la Gran Pirámide, o el esplendor de la corte de Ramsés II, o el riquísimo ajuar de la Tumba de Tutankamón. Sin embargo, la historia egipcia desde sus orígenes neolíticos hasta la época romana cubre casi cuatro mil años, y está repleta de numerosos episodios e incidentes mucho menos conocidos. Uno de ellos, es el dominio de tres cuartos de siglo, en que los egipcios perdieron su independencia frente a los nubios del sur, los llamados Faraones Negros de Africa.
Durante milenios, Nubia (lo que actualmente es la República de Sudán) fue el patio trasero de Egipto: mientras en las regiones cercanas a la Desembocadura del Nilo florecía una civilización capaz de construir enormes templos y pirámides, los nubios, más relacionados con el Africa tropical, oficiaban de aprendices de la civilización, además de puerto de comercio para los bienes y manufacturas egipcios. Pero los nubios aprendieron, y lo hicieron bien. Después de la muerte del Faraón Ramsés III (hacia 1155 a.C.), los egipcios entraron en una imparable decadencia, mientras que los nubios empezaron a fortalecerse.
Finalmente, hacia el año 730 a.C., un tal Tefnakht, rey del Delta, atacó a Tebas. Puestos entre la espada y la pared, los tebanos prefirieron la pared y pidieron ayuda al rey nubio Piankhi. Este no perdió tiempo en escuchar el llamado de sus nuevos "protegidos", y envió a sus tropas Río Nilo arriba (literalmente: en barcazas), les ordenó purificarse en las aguas del Río Nilo antes de cualquier combate, por propósitos rituales, y rindió tributo a Amón, el dios de Karnak (el templo edificado por Ramsés II), dando así una señal de considerarse como legítimo Faraón elegido por los propios dioses para enseñorearse sobre Egipto (cuatro siglos después, a Alejandro Magno esto le seguirá pareciendo una magnífica idea, y repetirá el hacerse consagrar por los Faraones de Amón).
Las tropas de Piye o Piankhi (según la transliteración) barrieron a todos los señores militares de Egipto. Tefnakht, para salvar el pellejo, envió el siguiente mensaje a Piankhi: "¡Sé misericordioso!, que soy incapaz de ver tu rostro en los días de deshonra; no puedo erguirme ante tu fulgor, porque temo tu grandeza". Después de saquear Egipto a discreción, acción en la que los propios egipcios consintieron, felices de librar al menos la vida, Piankhi se tornó a Nubia y nunca más se dignó regresar a Egipto. La campaña militar había tomado apenas un año. Tefnakht consiguió rearmarse, pero su poder permaneció encajonado en el Delta, ya que Tebas pertenecía ahora indiscutiblemente al área de influencia geopolítica de Nubia.
Al fallecer, hacia el año 715 a.C., Piankhi fue enterrado en una pirámide construida en la mismísima Nubia, cuando ya dicho estilo de enterramiento llevaba dos milenios pasado de moda en el propio Egipto. Era la manera de Piankhi de honrarse a sí mismo, aún post mortem, como verdadero señor de Egipto, por más que en realidad no fuera más que un afuerino intruso. Sus sucesores Shabaka, Shebitku, Taharqa y Tantamani, sí que prestarían mayor atención a Egipto, y convertirían la expedición puntual de Piankhi en una ocupación en toda regla: la Dinastía XXV, que gobernó a Egipto durante cerca de tres cuartos de siglo. Finalmente, en el año 671 a.C., serían ignominiosamente derrotados y enviados de regreso a Nubia, pero no por un levantamiento nacionalista egipcio. Los sufridos egipcios pasaron del relativamente suave dominio nubio, al temible dominio asirio. Este, no lo soportaron demasiado, y a su tiempo, se encargaron de expulsar a patadas a los asirios de su territorio.
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domingo, 6 de julio de 2008
Sheshonq o la restauración de Egipto.
No todos los personajes históricos egipcios son Faraones que parecieran gobernar desde la Eternidad y hasta la Eternidad, como un Ramsés II cualquiera. En los revueltos tres milenios de historia egipcia hubo una enorme cantidad de advenedizos y usurpadores que hicieron carrera como cortesanos intrigantes o soldados de fortuna, y alcanzaron la corona del Faraón. De hecho, los tres milenios de las famosas treinta dinastías egipcias (algunas de las cuales no gobernaron a todo Egipto, otras lo hicieron en paralelo, y además parecen haber dinastías adicionales, pero en fin...) ofrecen un curioso contraste con la única dinastía japonesa que ha regido a Japón desde los tiempos del Yamato hasta la actualidad, durante un lapso de unos quince siglos completos (si no más). Uno de esos advenedizos egipcios fue Sheshonq. Fue uno de los más competentes Faraones de Egipto, en una época relativamente complicada para su nación, y puso a Egipto de regreso en el mapa internacional.
En la época de Sheshonq (siglo X a.C.), el antiguo esplendor de Egipto era cosa pasada. Hacia 1190 a.C., Egipto había librado una mayúscula guerra por su supervivencia, contra la invasión de los llamados Pueblos del Mar, y si bien había conservado su independencia, cayó en una enorme postración política, más acentuada aún cuando falleció el Faraón Ramsés III, hacia 1155 a.C. En un ambiente de clara anarquía política, los libios encontraron las puertas abiertas para emplear sus talentos de bárbaros en las arenas desérticas, como mercenarios a soldada de las distintas facciones. Sheshonq era descendiente de uno de estos libios, y de hecho era sobrino del Faraón Osorcón I (992-986 a.C.), que sí era libio.
Sheshonq hizo una gran carrera militar, y aunque no es claro cómo llegó al poder, sí se sabe que no tenía otro vínculo familiar con su antecesor Psausanes II, que ser padrino de su hija Maatkare. De hecho, con él principia la dinastía XXII. Como buen militar, impuso el orden sobre Egipto (más o menos), y una vez con las manos libres, emprendió varias campañas militares contra Palestina. La Biblia recuerda bien todo esto (menciona a Sheshonq con el nombre hebraizante de Sisac). Primero, cuando Jeroboam se alzó contra Salomón, instigado por el profeta Ajías de Silo, Sheshonq le prestó refugio (Primero de Reyes 11:40). Luego de que murió el Rey Salomón, Jeroboam regresó a Palestina y lideró la rebelión de los jefes israelitas contra el trono de Roboam, hijo de Salomón y heredero a la corona hebrea. Sucedió como lo había previsto Sheshonq: el Reino Hebreo se partió en dos (el rebelde y victorioso Jeroboam al norte como rey de Israel, el "legítimo" Roboam al sur como rey de Judá), y Jeroboam consumó la división política montando un santuario religioso en Dan, que fuera paralelo al de Jerusalén.
Con esto, Sheshonq tuvo el camino pavimentado. Jerusalén estaba atenazada entre Egipto al suroeste e Israel al norte, y Sheshonq se sintió con las manos libres para intervenir militarmente en Palestina. Invadió Jerusalén y saqueó tanto el Templo de Jerusalén como el Palacio Real (Primero de Reyes 14:25). De esta manera, Sheshonq consiguió que el equilibrio político en Palestina girara desde los hebreos a los egipcios. Cuando Sheshonq falleció, Egipto era una nación grande y poderosa; no tanto como en sus días clásicos, en que sus tropas habían pasado sin problemas por toda Palestina y Siria, pero desde luego mucho más fuerte de lo que había sido antaño.
En la época de Sheshonq (siglo X a.C.), el antiguo esplendor de Egipto era cosa pasada. Hacia 1190 a.C., Egipto había librado una mayúscula guerra por su supervivencia, contra la invasión de los llamados Pueblos del Mar, y si bien había conservado su independencia, cayó en una enorme postración política, más acentuada aún cuando falleció el Faraón Ramsés III, hacia 1155 a.C. En un ambiente de clara anarquía política, los libios encontraron las puertas abiertas para emplear sus talentos de bárbaros en las arenas desérticas, como mercenarios a soldada de las distintas facciones. Sheshonq era descendiente de uno de estos libios, y de hecho era sobrino del Faraón Osorcón I (992-986 a.C.), que sí era libio.
Sheshonq hizo una gran carrera militar, y aunque no es claro cómo llegó al poder, sí se sabe que no tenía otro vínculo familiar con su antecesor Psausanes II, que ser padrino de su hija Maatkare. De hecho, con él principia la dinastía XXII. Como buen militar, impuso el orden sobre Egipto (más o menos), y una vez con las manos libres, emprendió varias campañas militares contra Palestina. La Biblia recuerda bien todo esto (menciona a Sheshonq con el nombre hebraizante de Sisac). Primero, cuando Jeroboam se alzó contra Salomón, instigado por el profeta Ajías de Silo, Sheshonq le prestó refugio (Primero de Reyes 11:40). Luego de que murió el Rey Salomón, Jeroboam regresó a Palestina y lideró la rebelión de los jefes israelitas contra el trono de Roboam, hijo de Salomón y heredero a la corona hebrea. Sucedió como lo había previsto Sheshonq: el Reino Hebreo se partió en dos (el rebelde y victorioso Jeroboam al norte como rey de Israel, el "legítimo" Roboam al sur como rey de Judá), y Jeroboam consumó la división política montando un santuario religioso en Dan, que fuera paralelo al de Jerusalén.
Con esto, Sheshonq tuvo el camino pavimentado. Jerusalén estaba atenazada entre Egipto al suroeste e Israel al norte, y Sheshonq se sintió con las manos libres para intervenir militarmente en Palestina. Invadió Jerusalén y saqueó tanto el Templo de Jerusalén como el Palacio Real (Primero de Reyes 14:25). De esta manera, Sheshonq consiguió que el equilibrio político en Palestina girara desde los hebreos a los egipcios. Cuando Sheshonq falleció, Egipto era una nación grande y poderosa; no tanto como en sus días clásicos, en que sus tropas habían pasado sin problemas por toda Palestina y Siria, pero desde luego mucho más fuerte de lo que había sido antaño.
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jueves, 3 de julio de 2008
Nahalal la pionera.
Todos los asentamientos urbanos tienden a parecerse, porque responden a la necesidad de cada habitante de utilizar por sí un pedazo de suelo y explotar los recursos naturales disponibles, creando trazados urbanos de manera muchas veces casi anárquica, salvo que haya un gobierno central planificándolo todo desde el origen. Por eso, comunidades como Nahalal, uno de los primeros asentamientos hebreos en la Palestina del siglo XX, son en principio extrañas por su cuidadosa planificación urbanística. He aquí una breve historia de Nahalal.
Nahalal estuvo poblada desde la época bíblica, gracias a una posición privilegiada en las rutas caravaneras palestinas. Pero con el correr de los siglos, fue desplazada por una comunidad árabe cercana, llamada Mahlul. En 1921, un grupo de pioneros sionistas arribó hasta Nahalal, y refundó la ciudad moderna que es conocida ahora.
Nahalal es el primer "moshav ovdim", un tipo de asentamiento que se basa en el respeto a la propiedad privada, si bien se concibe ésta con una mentalidad igualitaria, como un vehículo para la prosperidad de la comunidad como un todo, y no para el enriquecimiento personal (por su énfasis en la propiedad privada, el moshav se diferencia del mucho más conocido kibbutz, tipo de asentamiento en que la propiedad es derechamente colectiva). Por eso, en vez de recurrir al clásico trazado de damero, su ciudad está diseñada como un centro con radios concéntricos, como las ruedas de una bicicleta. Al centro estaban los edificios compartidos (graneros, cobertizos, etcétera). Alrededor estaban las casas. El diseño radial hacía (y hace) que todos los ciudadanos tengan acceso directo a esos bienes.
La idea funcionó bien durante años. Sin embargo, en los '90s, la comunidad entró en crisis. Los habitantes de Nahalal empezaron a comerciar con su producción, y eso llevó al enriquecimiento de algunos y el debilitamiento del espíritu colectivo. Por otra parte, el diseño radial hace complicado expandir los límites de la ciudad, ya que cada nuevo círculo complica el transporte de un punto a otro del pueblo. En qué desembocará esto, y si Nahalal podrá seguir funcionando bajo los principios que lo hicieron un poblado próspero en primer lugar, es algo que ya no pertenece a los Siglos Curiosos sino al Futuro Curioso, nos tememos.
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