En los tiempos heroicos de la navegación, conocer la posición exacta de una nave en el mar era cosa tan difícil como crucial. La brújula, introducida en Europa en el siglo XII o XIII, ayudó en algo, pero con ella sólo podía saberse la dirección a tomar, no la posición propia. Para ello se debe disponer de dos datos, la latitud (qué tan al norte o al sur está la nave) y la longitud (qué tan al este o al oeste está). Calcular la latitud era fácil, bastando con observar la altitud del Sol y el ángulo que forma con el horizonte. La longitud, en cambio, fue durante siglos un problema irresoluble, y se calculaba indirectamente deduciéndola a partir de la velocidad de la nave y su dirección, por supuesto que con un alto grado de imprecisión.
Recién en el siglo XVIII surgió un método fiable para calcular la longitud. Los navegantes cayeron en la cuenta de que mientras más al este u oeste se encuentre una nave, mayor es la diferencia horaria con el puerto de partida, debido a que la Tierra es curva, y por tanto, una circunnavegación a la misma permite ganar o perder 24 horas de tiempo, según si se sigue al Sol o se va en dirección opuesta. Como la circunferencia de la Tierra tiene 360 grados, y eso suma 24 horas, entonces cada grado debe significar una diferencia de (24 horas divididas en 360 grados) 4 minutos. Por tanto, si al mediodía se mira la hora en un reloj sincronizado con la hora del puerto de partida, y se calcula la diferencia, se puede tener una buena estimación de la longitud.
¿Y por qué recién en el siglo XVIII se descubrió este confiable método? Simplemente porque fue en aquel tiempo que aparecieron relojes de precisión que merecieran ese nombre. Y es que hasta ese tiempo, los relojes podían adelantarse o atrasarse hasta cinco minutos al día, lo que implicaba calcular un grado de más o menos, y un grado de diferencia en el Ecuador significa pifiar la propia posición mada menos que por algo más de 100 kilómetros...
Recién en el siglo XVIII surgió un método fiable para calcular la longitud. Los navegantes cayeron en la cuenta de que mientras más al este u oeste se encuentre una nave, mayor es la diferencia horaria con el puerto de partida, debido a que la Tierra es curva, y por tanto, una circunnavegación a la misma permite ganar o perder 24 horas de tiempo, según si se sigue al Sol o se va en dirección opuesta. Como la circunferencia de la Tierra tiene 360 grados, y eso suma 24 horas, entonces cada grado debe significar una diferencia de (24 horas divididas en 360 grados) 4 minutos. Por tanto, si al mediodía se mira la hora en un reloj sincronizado con la hora del puerto de partida, y se calcula la diferencia, se puede tener una buena estimación de la longitud.
¿Y por qué recién en el siglo XVIII se descubrió este confiable método? Simplemente porque fue en aquel tiempo que aparecieron relojes de precisión que merecieran ese nombre. Y es que hasta ese tiempo, los relojes podían adelantarse o atrasarse hasta cinco minutos al día, lo que implicaba calcular un grado de más o menos, y un grado de diferencia en el Ecuador significa pifiar la propia posición mada menos que por algo más de 100 kilómetros...