Esta es otra de esas anécdotas bien conocidas, pero que merecen un espacio en Siglos Curiosos, así es que la reseñaremos de todas maneras. Sucedió en la Olimpíada de 1936. Los Juegos Olímpicos modernos, que habían partido en 1896 con un espíritu de conciliación entre los pueblos, se habían transformado para la ocasión, por obra del gigantismo estético nazi, en una maquinaria de propaganda para el Tercer Reich. Göebbels y los suyos no perdían ocasión de lanzar publicidad sobre la superioridad de la raza aria sobre las demás, y etcétera. Por eso, grande fue la sorpresa de todos cuando un negro, hijo de un granjero, y para colmo nieto de un esclavo, llamado Jesse Owens, se alzó no con una, sino con CUATRO, medallas de oro olímpicas, un récord que ningún atleta consiguió igualar hasta Carl Lewis en 1984; estas medallas de Owens fueron por los 100 metros planos, por salto de longitud, por 200 metros planos, y por 4x200 metros con relevos.
Se dice que Hitler salió del estadio para no darle la mano, aunque después sus voceros señalaron que esta salida estaba preprogramada. Lo cierto es que Jesse Owens pudo por primera vez dormir en un hotel que aceptaba a negros y blancos, algo que en Estados Unidos era imposible, por las leyes de segregación racial entonces vigentes. El propio Owens ironizó años después sobre esto en su autobiografía: "No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente"...