Historias desopilantes, anécdotas curiosas, rarezas antiguas: bienvenidos a los siglos curiosos.
domingo, 31 de mayo de 2009
Holanda y los Países Bajos.
Frecuentemente se habla de Holanda como sinónimo de los Países Bajos. Y sin embargo, no lo son. Holanda es apenas UNO de los varios Países Bajos que existen. También se suele asociar al Flandes histórico con Holanda, lo que también es incorrecto, porque Flandes es OTRO de los Países Bajos. En sentido histórico, al considerarse a los frisios o frisones como primitivos habitantes de los Países Bajos, pudiera asociarse con Frisia... y una vez más, tampoco es esto, porque Frisia es OTRO de los Países Bajos. ¿Y entonces a qué rayos se corresponde los Países Bajos? Bien puede decirse que en la actualidad, la denominación de "Países Bajos" no tiene ninguna importancia, porque dichos territorios están repartidos en tres naciones actuales: Bélgica, la República de los Países Bajos (conocida bajo su nombre más común y "comercial" de Holanda, aunque en realidad Holanda es la región occidental de dichos Países Bajos) y Luxemburgo, además de territorios en manos de Francia y Alemania.
En la Edad Media, la denominación de "Países Bajos" empezó a tomar cuerpo cuando después de los saqueos de los vikingos, las ciudades en torno a la desembocadura del Río Rin empezaron a desarrollarse. Dicha región era un privilegiado nudo de comunicaciones fluviales (el mencionado Río Rin) y marítimas (el Mar del Norte), y la llave entre Europa del Norte y el mundo mediterráneo, por lo que pronto se enriqueció. Surgieron varios Estados más o menos soberanos entre sí, y su denominación común fue la de "Países Bajos". Además, lingüísticamente desarrollaron variantes dialectales de un idioma conocido como "Antiguo Holandés". Pero en ese mismo tiempo, al este regía el Sacro Imperio Romano Germánico, y al oeste crecía la corona de Francia, por lo que la región se transformó en peón de los intereses políticos. Por viscicitudes del destino, esta región cayó en poder del dominio feudal de Borgoña (hablamos del siglo XV), y después, por el matrimonio de Maximiliano de Habsburgo con María de Borgoña pasó a su hijo Felipe el Hermoso primero, y a su nieto Carlos V de Alemania después (de hecho, Carlos se crió en Flandes, no en España ni en Alemania).
En la fecha, los Países Bajos estaban conformadas por las llamadas "Diecisiete Provincias". El listado completo de ellas es, más o menos de suroeste a noreste: (1) el Condado de Artois, (2) el Condado de Flandes, (3) el Señorío de Malinas, (4) el Condado de Namur, (5), el Condado de Hainaut, (6) el Condado de Zelanda, (7) el Condado de Holanda, (8) el Ducado de Brabante, (9) el Ducado de Limburgo, (10) el Ducado de Luxemburgo, (11) el Principado-Arzobispado de Utrecht (declarado después Señorío), (12) el Señorío de Frisia Occidental, (13) el Ducado de Güeldres y el Condado de Zutphen, (14) el Señorío de Groninga, (15) el Ommelanden, (16) el Señorío de Drente, Lingen, Wedde y Westerwolde, y (17) el Señorío de Overijssel.
La pregunta clave es cómo, si conformaban una sola realidad geopolítica, dichos territorios acabaron tan desmembrados en nuestro mapa actual. Y la respuesta es sencilla. Durante la Guerra de Ochenta Años (1568-1648) en que las Provincias Unidas intentaron independizarse del dominio de los Habsburgo de España, sólo las provincias del norte consiguieron librarse, y conformaron una pujante república protestante (los actuales "Países Bajos" u Holanda), mientras que el sur siguieron sujetos a la corona hispánica y se alejaron de la influencia puritana del norte. Después de otra tanda de avatares políticos demasiado largos para reseñar aquí, y como consecuencia de la Revolución de 1830 precisamente, Bélgica adquirió su independencia, la que conserva hasta el día de hoy, aunque como una nación fuertemente fracturada entre un componente flamenco al norte y valón al sur. Y Luxemburgo, por su parte, se zafó definitivamente en 1794 y tras los azares de las Guerras Napoleónicas, consiguió su independencia definitiva en 1815. Pero el corolario de esta historia es que estas tres naciones (Holanda, Bélgica y Luxemburgo), enanas en un mapa de superpotencias, durante el siglo XX iniciaron un acercamiento económico e institucional que cristalizó en la formación del Benelux (BElgica-NEerland-LUXemburgo), una asociación comercial y crecientemente política, que aún sigue en vigor el día de hoy...
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jueves, 28 de mayo de 2009
"El Señor de los Anillos" y los Inklings.
Que los escritores suelen ser gente porfiada y reticente a aceptar sugerencias sobre su obra, por aquello del orgullo artístico (narcisismo o pedantería, dirían algunos), no es un tópico desconocido. Pero en J.R.R. Tolkien, esto parece haber alcanzado cotas bastante elevadas. Sus relaciones con los Inklings, durante la época en que Tolkien escribió "El Señor de los Anillos", su mastodóntica obra en tres volúmenes de 500 páginas cada uno (adaptada en la famosa trilogía de Peter Jackson) testimonian esto.
Los Inklings (palabra intraducible al castellano, pero que podría significar muy libremente algo así como "los diletantes" o "los aficionados", los que tienen alguna idea de algo) fueron un grupo de amigotes literatos relacionados con la Universidad de Oxford (Tolkien mismo, sin ir demasiado lejos, hacía clases de literatura medieval allí) que se reunieron entre 1930 y 1950, aproximadamente. No fueron un club ni una asociación, sino simplemente una pandilla de amiguetes tomadores de cerveza, sólo que por sus ocupaciones personales, sus conversaciones solían tener un tono elevado y doctoral. Otros Inklings importantes, aparte del propio Tolkien, fueron C.S. Lewis (el famoso autor de "Las Crónicas de Narnia"), Charles Williams (escribió sobre ocultismo y también sobre la tradición artúrica) y E.R. Eddison (autor de romances planetarios tempranos como "La serpiente Uróboros"). Los Inklings tienen el honor, para ellos por entonces impensado, de ser los primeros en haber escuchado la obra tolkieniana, porque era costumbre de los Inklings leerse mutuamente sus trabajos aún incompletos, conversar sobre ellos y hacerse sugerencias más o menos amistosas.
Pero Tolkien era de otra madera. Terco como él solo, simplemente no aceptaba comentarios. Todos los miembros del grupo están de acuerdo en esto. En una carta fechada el 15 de mayo de 1959, C.S. Lewis escribía: "Nadie ha tenido ascendente sobre Tolkien (...). Escuchábamos la lectura de su obra, pero sólo influíamos en ella mediante el estímulo. El sólo reacciona de dos maneras ante las críticas: o bien reescribe toda la obra desde el principio o no hace el menor caso". Y se sabe que Tolkien, aparentemente, tuvo varias partidas en falso para "El Señor de los Anillos"... Al revés, por su parte, parece claro que Tolkien sí influyó en el Lewis de la Trilogía de Ramson, y muy en particular en el de las Crónicas de Narnia (irónicamente Tolkien era católico y Lewis era anglicano).
El propio Tolkien, por su parte, entrevistado en una ocasión, afirmó sobre el tema: "(...) recuerdo que en cierta ocasión Lewis -quién tenía muy en cuenta la opinión de los demás (...)- me dijo: 'Qué demonios, en ti no hay quien influya. Yo lo he intentado, pero ha sido inútil'". La única influencia que reconocería Tolkien, exceptuados los mitos nórdicos claro está, fue "Ella" de H. Rider Haggard, sobre cuya protagonista Ayesha ya hablamos en Siglos Curiosos. Y Tolkien se salió con la suya y publicó su novela contando con 62 años, y se haría mundialmente famoso con ella...
Los Inklings (palabra intraducible al castellano, pero que podría significar muy libremente algo así como "los diletantes" o "los aficionados", los que tienen alguna idea de algo) fueron un grupo de amigotes literatos relacionados con la Universidad de Oxford (Tolkien mismo, sin ir demasiado lejos, hacía clases de literatura medieval allí) que se reunieron entre 1930 y 1950, aproximadamente. No fueron un club ni una asociación, sino simplemente una pandilla de amiguetes tomadores de cerveza, sólo que por sus ocupaciones personales, sus conversaciones solían tener un tono elevado y doctoral. Otros Inklings importantes, aparte del propio Tolkien, fueron C.S. Lewis (el famoso autor de "Las Crónicas de Narnia"), Charles Williams (escribió sobre ocultismo y también sobre la tradición artúrica) y E.R. Eddison (autor de romances planetarios tempranos como "La serpiente Uróboros"). Los Inklings tienen el honor, para ellos por entonces impensado, de ser los primeros en haber escuchado la obra tolkieniana, porque era costumbre de los Inklings leerse mutuamente sus trabajos aún incompletos, conversar sobre ellos y hacerse sugerencias más o menos amistosas.
Pero Tolkien era de otra madera. Terco como él solo, simplemente no aceptaba comentarios. Todos los miembros del grupo están de acuerdo en esto. En una carta fechada el 15 de mayo de 1959, C.S. Lewis escribía: "Nadie ha tenido ascendente sobre Tolkien (...). Escuchábamos la lectura de su obra, pero sólo influíamos en ella mediante el estímulo. El sólo reacciona de dos maneras ante las críticas: o bien reescribe toda la obra desde el principio o no hace el menor caso". Y se sabe que Tolkien, aparentemente, tuvo varias partidas en falso para "El Señor de los Anillos"... Al revés, por su parte, parece claro que Tolkien sí influyó en el Lewis de la Trilogía de Ramson, y muy en particular en el de las Crónicas de Narnia (irónicamente Tolkien era católico y Lewis era anglicano).
El propio Tolkien, por su parte, entrevistado en una ocasión, afirmó sobre el tema: "(...) recuerdo que en cierta ocasión Lewis -quién tenía muy en cuenta la opinión de los demás (...)- me dijo: 'Qué demonios, en ti no hay quien influya. Yo lo he intentado, pero ha sido inútil'". La única influencia que reconocería Tolkien, exceptuados los mitos nórdicos claro está, fue "Ella" de H. Rider Haggard, sobre cuya protagonista Ayesha ya hablamos en Siglos Curiosos. Y Tolkien se salió con la suya y publicó su novela contando con 62 años, y se haría mundialmente famoso con ella...
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domingo, 24 de mayo de 2009
Bombardeos y el pasado de Londres.
El objetivo declarado de Adolfo Hitler a la hora de autorizar una serie interminable de bombardeos por parte de la Luftwaffe contra suelo inglés, era doblegar la moral y quebrantar el espíritu inglés, haciéndolo entonces presa fácil de una invasión anfibia. No tuvo éxito en este empeño (en vez de desmoralizarse, los londinenses resistieron la guerra con tesón aún mayor), pero de todas maneras, le prestó una contribución tan valiosa como involuntaria, a las investigaciones arqueológicas.
El Londres de 1940 era todavía uno soñolientamente victoriano, y las bombas echaron abajo muchos edificios y callejuelas de aquel tiempo. Como suele suceder, la catástrofe fue aprovechada con posterioridad para emprender un ambicioso programa de construcciones que era, a la vez, una actualización a las necesidades urbanísticas del siglo XX. Esto implicaba edificios más grandes y pesados, y con cimientos más sólidos, y esto obligó a la vez, a explorar el subsuelo de Londres, debajo de los cascotes y las ruinas.
Y en esta exploración, se dio un salto de gigante en la arqueología de la Inglaterra romana. Hasta la fecha, las investigaciones efectuadas en la Londinium romana, sobre el Londres inglés, habían sido bastante poco provechosas, debido a lo impracticable de realizar excavaciones en medio de un asentamiento urbano que, para remate, era la capital de un imperio que se extendía por la cuarta parte de la tierra continental del planeta. Pero entonces, con medio Londres en ruinas, a nadie le molestaba que se pudieran hacer hallazgos y explorar concienzudamente. El hallazgo más interesante fue, en una calle londinense que es un resabio del antiguo camino romano que cruzaba toda Gran Bretaña, las ruinas de un templo dedicado al dios Mitra. Esto le permitió a los arqueólogos entender mucho mejor cómo era la vida en los tiempos de la Inglaterra romana, en la Londinium original. ¡Es muy poco probable que Hitler tuviera en mente tales consecuencias para sus magníficos planes de conquista mundial!
El Londres de 1940 era todavía uno soñolientamente victoriano, y las bombas echaron abajo muchos edificios y callejuelas de aquel tiempo. Como suele suceder, la catástrofe fue aprovechada con posterioridad para emprender un ambicioso programa de construcciones que era, a la vez, una actualización a las necesidades urbanísticas del siglo XX. Esto implicaba edificios más grandes y pesados, y con cimientos más sólidos, y esto obligó a la vez, a explorar el subsuelo de Londres, debajo de los cascotes y las ruinas.
Y en esta exploración, se dio un salto de gigante en la arqueología de la Inglaterra romana. Hasta la fecha, las investigaciones efectuadas en la Londinium romana, sobre el Londres inglés, habían sido bastante poco provechosas, debido a lo impracticable de realizar excavaciones en medio de un asentamiento urbano que, para remate, era la capital de un imperio que se extendía por la cuarta parte de la tierra continental del planeta. Pero entonces, con medio Londres en ruinas, a nadie le molestaba que se pudieran hacer hallazgos y explorar concienzudamente. El hallazgo más interesante fue, en una calle londinense que es un resabio del antiguo camino romano que cruzaba toda Gran Bretaña, las ruinas de un templo dedicado al dios Mitra. Esto le permitió a los arqueólogos entender mucho mejor cómo era la vida en los tiempos de la Inglaterra romana, en la Londinium original. ¡Es muy poco probable que Hitler tuviera en mente tales consecuencias para sus magníficos planes de conquista mundial!
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jueves, 21 de mayo de 2009
El suelo de Londres en Manhattan.
Durante milenios, las leyes de la urbanística dictaban que si una ciudad era arrasada por completo (incendio, saqueo, demoliciones, terremoto, etcétera), había que apisonar bien los escombros, que solían ser de adobe, y construir una nueva ciudad encima. A veces, a lo largo de los milenios, estas ciudades que empezaban en el llano, terminaban construyendo colinas de una altura bastante apreciable, de tanto montar una ciudad sobre otra. Es el caso de Troya, por ejemplo, o el de Jericó. Incluso en fecha tan reciente como la Segunda Guerra Mundial, los alemanes optaron por reconstruir todo el Hamburgo demolido por las bombas, simplemente arrasando las ruinas y construyendo encima.
Pero el destino de las ruinas londinenses fue ligeramente distinto. Parte importante de la resistencia de Inglaterra contra los nazis provenía del incontable manantial de suministros que las naves mercantes de Estados Unidos llevaban, cruzando un Océano Atlántico repleto de submarinos alemanes. Pero resulta que las naves necesitaban lastre para emprender el viaje de regreso, y ese lastre no lo iba a proporcionar la industria inglesa, cuyas exportaciones, por razones comprensibles, había caído a cero, considerando que todo el esfuerzo manufacturero nacional estaba concentrado en fabricar pertrechos militares y lo que fuera más esencial para la supervivencia de la población. El único material que tenían a mano las naves mercantes estadounidenses para usar en su viaje de regreso, eran los cascotes urbanos que quedaban en Londres y otras ciudades después de los bombardeos de los Stukas. Así es como parte importante del suelo y las ahora demolidas construcciones inglesas, emprendieron una curiosa peregrinación hacia el oeste, a través del Océano Atlántico, hasta ser echadas como una nueva costa, en la orilla del East River, en la costa de Manhattan...
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domingo, 17 de mayo de 2009
Inepcia en el frente ruso.
Es bien conocida la terrible manera en que los rusos se condujeron durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). La razón debe buscarse, entre otras, en la profunda corrupción imperante en la Corte de Nicolás II, que promovía a oficiales por favores o nepotismo en vez de cualidades, por lo que se llevaron chascos como subvalorar a los japoneses (fatalmente, como se vio después), o el desastre de la Expedición de Rozhestvensky en 1905. Y en la Primera Guerra Mundial, volvería a suceder.
Ya a comienzos de la guerra, en la invasión alemana contra Prusia Oriental en 1914, hubo un problema fatal relacionado con el comandante de caballería del Primer Ejército ruso, que era el Jan de Nakhichevan. Resultó que el Jan perdió contacto con sus propias tropas, y para cuando vinieron a regresar por él, descubrieron que estaba en su tienda de campaña, aquejado por un duro ataque de hemorroides que, lógicamente, le impedía comandar a su caballería desde la montura de su caballo.
Pero el principal problema que debían afrontar los rusos fue la enemistad entre Pavel Rennenkampf, General del Primer Ejército Ruso, y Aleksandr Samsonov, General del Segundo Ejército Ruso (y no habían otros dos ejércitos que éstos, para completar el desastre). Ambos se habían insultado rudamente en una estación de tren en Mukden, durante la Guerra Ruso-Japonesa (una década atrás), y se odiaban con todas sus fuerzas. El Coronel alemán Max Hoffman desarrolló un plan de ataque que implicaba atacar primero a Samsonov y su Segundo Ejército, y luego a Rennenkampf y su Primer Ejército, a sabiendas de que Rennenkampf no ayudaría a Samsonov. Apuesta arriesgada donde las haya, pero un plan audaz a fin de cuentas. El plan alemán desembocó en la Batalla de Tannenburg (23 de Agosto a 02 de Septiembre de 1914) y en la siguiente Batalla de los Lagos Masuri (Septiembre 09 a 14 de 1914). La derrota rusa fue tan completa, que los rusos debieron batirse en retirada, con el Segundo Ejército completante destruido y el Primer Ejército muy maltrecho. Temeroso de tener que enfrentar al Zar Nicolás II con las peores noticias imaginables, Samsonov lavó su deshonor saltándose la tapa de los sesos de un disparo. Fue el fin de la cordial enemistad entre Samsonov y Rennenkampf. Hoffman, por su parte, el arquitecto de la victoria alemana, se permitió ironizar: "Si la Batalla de Waterloo se ganó en los campos de juego de Eton, la de Tannenburg se ganó en un andén de estación de Mukden"...
La enemistad de Samsonov y de Rennemkampf, que tan desastrosas consecuencias tuvo para el ejército ruso, no fue ni con mucho un caso aislado. El Comandante Nikolai Ivanov y el jefe de estado mayor Mijail Alexeyev se pelearon entre los dos hasta tal punto por el privilegio de ser el primero que abriera los telegramas, que se tomó la decisión salomónica de enviar cada uno con dos copias. Fue para peor, porque Ivanov y Alexeyev, ignorándose mutuamente, daban cada uno órdenes distintas sobre las noticias de los mismos.
El resultado de estas y otras hostilidades intestinas en el seno del alto mando militar ruso, provocó que aunque los soldados rusos pelearon heroicamente durante cuatro años, los alemanes no tuvieron nunca demasiadas dificultades en ese frente militar. Cuando, después de la Revolución de 1917, los bolcheviques accedieron al poder, entraron en negociaciones que remataron en la Paz de Brest-Litovsk, por la cual los rusos hubieron de retirarse de la Primera Guerra Mundial antes del desplome alemán. En la Segunda Guerra Mundial, los rusos tendrían más o menos una oportunidad para redimirse, aunque para esas fechas el alto mando ruso estaba guiado no por el inepto Nicolás II, sino por el férreo Stalin...
Ya a comienzos de la guerra, en la invasión alemana contra Prusia Oriental en 1914, hubo un problema fatal relacionado con el comandante de caballería del Primer Ejército ruso, que era el Jan de Nakhichevan. Resultó que el Jan perdió contacto con sus propias tropas, y para cuando vinieron a regresar por él, descubrieron que estaba en su tienda de campaña, aquejado por un duro ataque de hemorroides que, lógicamente, le impedía comandar a su caballería desde la montura de su caballo.
Pero el principal problema que debían afrontar los rusos fue la enemistad entre Pavel Rennenkampf, General del Primer Ejército Ruso, y Aleksandr Samsonov, General del Segundo Ejército Ruso (y no habían otros dos ejércitos que éstos, para completar el desastre). Ambos se habían insultado rudamente en una estación de tren en Mukden, durante la Guerra Ruso-Japonesa (una década atrás), y se odiaban con todas sus fuerzas. El Coronel alemán Max Hoffman desarrolló un plan de ataque que implicaba atacar primero a Samsonov y su Segundo Ejército, y luego a Rennenkampf y su Primer Ejército, a sabiendas de que Rennenkampf no ayudaría a Samsonov. Apuesta arriesgada donde las haya, pero un plan audaz a fin de cuentas. El plan alemán desembocó en la Batalla de Tannenburg (23 de Agosto a 02 de Septiembre de 1914) y en la siguiente Batalla de los Lagos Masuri (Septiembre 09 a 14 de 1914). La derrota rusa fue tan completa, que los rusos debieron batirse en retirada, con el Segundo Ejército completante destruido y el Primer Ejército muy maltrecho. Temeroso de tener que enfrentar al Zar Nicolás II con las peores noticias imaginables, Samsonov lavó su deshonor saltándose la tapa de los sesos de un disparo. Fue el fin de la cordial enemistad entre Samsonov y Rennenkampf. Hoffman, por su parte, el arquitecto de la victoria alemana, se permitió ironizar: "Si la Batalla de Waterloo se ganó en los campos de juego de Eton, la de Tannenburg se ganó en un andén de estación de Mukden"...
La enemistad de Samsonov y de Rennemkampf, que tan desastrosas consecuencias tuvo para el ejército ruso, no fue ni con mucho un caso aislado. El Comandante Nikolai Ivanov y el jefe de estado mayor Mijail Alexeyev se pelearon entre los dos hasta tal punto por el privilegio de ser el primero que abriera los telegramas, que se tomó la decisión salomónica de enviar cada uno con dos copias. Fue para peor, porque Ivanov y Alexeyev, ignorándose mutuamente, daban cada uno órdenes distintas sobre las noticias de los mismos.
El resultado de estas y otras hostilidades intestinas en el seno del alto mando militar ruso, provocó que aunque los soldados rusos pelearon heroicamente durante cuatro años, los alemanes no tuvieron nunca demasiadas dificultades en ese frente militar. Cuando, después de la Revolución de 1917, los bolcheviques accedieron al poder, entraron en negociaciones que remataron en la Paz de Brest-Litovsk, por la cual los rusos hubieron de retirarse de la Primera Guerra Mundial antes del desplome alemán. En la Segunda Guerra Mundial, los rusos tendrían más o menos una oportunidad para redimirse, aunque para esas fechas el alto mando ruso estaba guiado no por el inepto Nicolás II, sino por el férreo Stalin...
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jueves, 14 de mayo de 2009
¿A qué guerra se fue Mambrú?
Una de las más populares canciones infantiles latinoamericanas seguramente es la de "Mambrú se fue a la guerra". En Chile, una de sus varias versiones dice (y no transcribo la canción completa por motivos de espacio): "Mambrú se fue a la guerra / no sé cuando vendrá / si será por la Pascua / o por la Trinidad / (...) / -Las noticias que traigo / no las quisiera dar: / De que Mambrú es muerto / y yo lo fui a enterrar"... Hay múltiples otras versiones, todas variaciones del mismo tema, en lugares tan apartados como Argentina, Puerto Rico, México...
La razón por la que esta canción viene a caer en Siglos Curiosos, es porque el dichoso Mambrú efectivamente fue un personaje histórico que vivió en el siglo XVIII. El mentado Mambrú no es otro sino don John Churchill, Primer Duque de Malborough (deformado esto último en Mambrú, claro), quien vivió entre 1650 y 1722. Malborough se destacó particularmente comandando ejércitos a favor de Inglaterra, su patria, en la Guerra de Sucesión Española (1700-1714). Los ingleses no tenían interés directo en la sucesión de España, pero por mosquear a los franceses, que querían instalar a un nieto Borbón de su rey Luis XIV en el por entonces vacante trono español, se aliaron con los austríacos, que tenían pretensiones similares, pero con respecto a su propia familia Habsburgo. De esas guerras, digámoslo desde ya, y a rebufo de lo que dice la canción, Malborough regresó bien vivo. Pasando los años, una serie de accidentes cerebrovasculares fueron minándolo en sus últimos seis o siete años de vida, y falleció en su casa, a la provecta edad (para ese entonces) de 72 años. Por cierto, no es coincidencia que se apellide igual que Winston Churchill, el Primer Ministro de Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial: Winston era su descendiente directo, como nieto que era de John Spencer Churchill, Séptimo Duque de Malborough (aunque por las reglas de sucesión nobiliaria, el ducado fue a dar a un tío suyo, y no a su padre, de manera que Winston Churchill no llegó a ostentar el título).
Entre Eugenio de Saboya (quien combatía por el lado austríaco en la Sucesión Española) y Malborough, tuvieron a Francia en gravísimos aprietos. No es raro que le tuvieran tanto odio los franceses. Después de la Batalla de Malplaquet (1709) corrieron rumores de que Malborough había muerto. Eran falsos, por supuesto, pero esto no fue óbice para que un tamborilero francés improvisara una canción burlesca sobre la viuda de Malborough recibiendo noticias de la muerte de su marido. La canción tuvo éxito popular, y ya pasados los años (unos setenta, bien estimados), en la corte de Luis XVI y María Antonieta, la reina se la oyó a la nodriza de su hijo (el pobre Luis XVII, después malogrado en la Revolución Francesa). La canción fue de gusto de la reina, y empezó a cantarla, propagándola ahora a nivel cortesano. Malborough, por su parte, debido a la deformación popular, estaba aceleradamente convirtiéndose en Mambrú. Incluso, ironía suprema, esta canción que entre líneas era profundamente antibritánica, pasó a Inglaterra y terminó transformándose en otra canción popular, "For He's a Jolly Good Fellow"...
La ironía suprema es que con el paso del tiempo, "Mambrú se fue a la guerra" se transformó en una ronda infantil, a pesar de que su tema es la separación de los esposos, la guerra, la muerte en batalla, y la tristeza de la viudez. Y luego se escandalizan de que hayan muertos en series televisivas para los niños...
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domingo, 10 de mayo de 2009
Dar de calabazas.
La expresión "dar de calabazas" o "dar calabazazo" a una persona significa desairar a un pretendiente de amores, y lleva consigo la implicación de que dicho desaire es rudo y desconsiderado con los tiernos sentimientos del pretendiente, más o menos como si éste fuera a la casa de la persona y ella lo recibiera arrojándole una calabaza sobre la cabeza. Aunque se utiliza en Chile, es claro que la expresión no es de origen chileno porque la palabra castiza chilena para referirse a la calabaza es "zapallo", así es que de haber nacido en Chile, la expresión sería "dar de zapallos" o "dar de zapallazos". Pero en fin, disquisiciones lingüísticas aparte, pasemos a ver de dónde se origina esta expresión.
Parece ser, hasta donde se puede averiguar, que la expresión tiene su origen en una costumbre... ¡china! En efecto, en Tonkín (China), el ritual del matrimonio exige (o exigía, porque con esto de la globalización, las costumbres cambian a razón de dos por año) que ambos novios se acerquen a prosternarse frente al dios tutelar del matrimonio, sirviéndose mutuamente de beber como símbolo del inicio de su vida en común. Cada uno de los contrayentes posee la mitad de una calabaza, y como parte del rito, ponen cada uno su parte, de manera que la calabaza partida inicialmente es reconstituida entera.
Así, pues, la expresión "dar de calabazas" tiene un sentido completamente antitético al de su origen: si en China el gesto era reunir las calabazas de común acuerdo, la expresión da a entender que, bueno, la persona que requiere tiene voluntad y la persona que es requerida no está dispuesta a reconstituir ninguna calabaza.
Una vieja ronda infantil chilena, de la que a veces en la conversación coloquial se usan los dos primeros versos para despedirse, dice:
"Calabaza, calabaza
cada uno para su casa
y el que no tiene casa
se va a la casa".
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jueves, 7 de mayo de 2009
Divorcio a la chilena.
Que cada legislación mundial ha desarrollado sus propias peculiaridades para adaptarse a la idiosincracia de cada pueblo, no es un misterio para nadie. A eso ayudan, por supuesto, los resquicios legales y los sofismas de abogados y jueces, que se las arreglan para torcer las leyes hacia el negro cuando dicen blanco, o hacia el blanco cuando dicen negro. Uno de los casos más insólitos en Chile, es el de las llamadas "nulidades matrimoniales".
En la redacción original del Código Civil de Chile (que entró en vigencia en 1857), a pesar de soplar aires liberales en la atmósfera política de la época, Andrés Bello no se atrevió a ir contra la Iglesia Católica, y sometió el estatuto legal del matrimonio a las leyes eclesiásticas. El resultado es que existía un divorcio, pero era sin disolución de vínculo. Su efecto natural era la llamada "separación de cuerpos" (es decir, cesaba la obligación legal de la mujer de seguir a su marido, y del marido de acoger a su mujer), pero no disolvía el vínculo, y por lo tanto impedía contraer nuevo matrimonio (en ese cuadro, una persona divorciada que volviera a casarse, cometía delito de bigamia). Con la Ley de Matrimonio Civil de 1884, las cosas no cambiaron demasiado, y siguió sin haber posibilidades para el divorcio vincular, pero surgió una trampita. La ley decía que el matrimonio debía ser celebrado por un oficial del Registro Civil y de Identificación ("Registro Civil" a secas, para los amigos), y que éste debía tener por jurisdicción, aquella que fuera del domicilio de los contrayentes. O sea que si el oficial que celebraba el matrimonio, lo hacía en el territorio que no correspondía, entonces el matrimonio era nulo y podía ser proclamado como tal por el juez. Y siendo el matrimonio nulo, los anulados podían volver a contraer impunemente matrimonio.
Y empezó la farsa. Ya a finales del siglo XIX los abogados empezaron a impugnar matrimonios argumentando la falta de competencia territorial del oficial de Registro Civil que había celebrado. Lo que era fraude abierto, porque para probar esto se llevaban testigos que iban derechamente a mentir sobre el domicilio de los contrayentes que buscaban la nulidad. En 1925, un tribunal aceptó por primera vez esta tesis, y a partir de entonces el asunto fue degenerando cada vez más. Porque las nulidades se hicieron corrientes, e incluso muchos jueces, a pesar de saberse que toda la operación no era sino un gigantesco fraude contra la ley, se prestaban a ella en el convencimiento (real, por cierto) de que las leyes decimonónicas sobre el matrimonio eran demasiado rígidas. Durante décadas, para remediar esto, se buscó reformar la Ley de Matrimonio Civil, pero los sectores políticos de derecha, y en particular los vinculados a la Iglesia Católica, se negaron rotundamente una y otra vez, basados en una determinada posición valórica sobre cómo debían ser las leyes y estructurarse la sociedad, posición valórica que, por lo demás, durante el siglo XX no hizo más que debilitarse y perder credibilidad, hasta verse constreñida a un grupito sectario de acólitos de la Iglesia Católica. Mientras tanto, se llegaba al ridículo de ver personas anuladas dos y tres veces, con lo que uno buenamente podía preguntarse cómo al segundo matrimonio no habían aprendido que debían casarse frente a un oficial de Registro Civil que sí fuera competente, para que ese segundo o tercer matrimonio no resultara tan "nulo" como el primero...
Finalmente, cuando quedaban sólo dos países en el mundo sin aceptar el divorcio vincular (Chile y el Vaticano), fue promulgada la Nueva Ley de Matrimonio Civil, en el año 2004. En ella se eliminó la incompetencia territorial del oficial de Registro Civil como causal de nulidad, pero por otra parte, sí se institucionalizó el divorcio con disolución de vínculo. Con lo que el por muchos llamado "divorcio a la chilena", o sea, la invocación fraudulenta de la nulidad de un matrimonio, finalmente cesó. Y a tanto llegó el cambio, que la mencionada ley, cuyo nombre oficial es "Nueva Ley de Matrimonio Civil", pasó a ser conocida entre el común de la gente como la "Ley de Divorcio"...
En la redacción original del Código Civil de Chile (que entró en vigencia en 1857), a pesar de soplar aires liberales en la atmósfera política de la época, Andrés Bello no se atrevió a ir contra la Iglesia Católica, y sometió el estatuto legal del matrimonio a las leyes eclesiásticas. El resultado es que existía un divorcio, pero era sin disolución de vínculo. Su efecto natural era la llamada "separación de cuerpos" (es decir, cesaba la obligación legal de la mujer de seguir a su marido, y del marido de acoger a su mujer), pero no disolvía el vínculo, y por lo tanto impedía contraer nuevo matrimonio (en ese cuadro, una persona divorciada que volviera a casarse, cometía delito de bigamia). Con la Ley de Matrimonio Civil de 1884, las cosas no cambiaron demasiado, y siguió sin haber posibilidades para el divorcio vincular, pero surgió una trampita. La ley decía que el matrimonio debía ser celebrado por un oficial del Registro Civil y de Identificación ("Registro Civil" a secas, para los amigos), y que éste debía tener por jurisdicción, aquella que fuera del domicilio de los contrayentes. O sea que si el oficial que celebraba el matrimonio, lo hacía en el territorio que no correspondía, entonces el matrimonio era nulo y podía ser proclamado como tal por el juez. Y siendo el matrimonio nulo, los anulados podían volver a contraer impunemente matrimonio.
Y empezó la farsa. Ya a finales del siglo XIX los abogados empezaron a impugnar matrimonios argumentando la falta de competencia territorial del oficial de Registro Civil que había celebrado. Lo que era fraude abierto, porque para probar esto se llevaban testigos que iban derechamente a mentir sobre el domicilio de los contrayentes que buscaban la nulidad. En 1925, un tribunal aceptó por primera vez esta tesis, y a partir de entonces el asunto fue degenerando cada vez más. Porque las nulidades se hicieron corrientes, e incluso muchos jueces, a pesar de saberse que toda la operación no era sino un gigantesco fraude contra la ley, se prestaban a ella en el convencimiento (real, por cierto) de que las leyes decimonónicas sobre el matrimonio eran demasiado rígidas. Durante décadas, para remediar esto, se buscó reformar la Ley de Matrimonio Civil, pero los sectores políticos de derecha, y en particular los vinculados a la Iglesia Católica, se negaron rotundamente una y otra vez, basados en una determinada posición valórica sobre cómo debían ser las leyes y estructurarse la sociedad, posición valórica que, por lo demás, durante el siglo XX no hizo más que debilitarse y perder credibilidad, hasta verse constreñida a un grupito sectario de acólitos de la Iglesia Católica. Mientras tanto, se llegaba al ridículo de ver personas anuladas dos y tres veces, con lo que uno buenamente podía preguntarse cómo al segundo matrimonio no habían aprendido que debían casarse frente a un oficial de Registro Civil que sí fuera competente, para que ese segundo o tercer matrimonio no resultara tan "nulo" como el primero...
Finalmente, cuando quedaban sólo dos países en el mundo sin aceptar el divorcio vincular (Chile y el Vaticano), fue promulgada la Nueva Ley de Matrimonio Civil, en el año 2004. En ella se eliminó la incompetencia territorial del oficial de Registro Civil como causal de nulidad, pero por otra parte, sí se institucionalizó el divorcio con disolución de vínculo. Con lo que el por muchos llamado "divorcio a la chilena", o sea, la invocación fraudulenta de la nulidad de un matrimonio, finalmente cesó. Y a tanto llegó el cambio, que la mencionada ley, cuyo nombre oficial es "Nueva Ley de Matrimonio Civil", pasó a ser conocida entre el común de la gente como la "Ley de Divorcio"...
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domingo, 3 de mayo de 2009
Mi nombre es Asimov.
Llamarse con un nombre judío y un apellido ruso en los muy cristianos y occidentales Estados Unidos, tiene su miga. Isaac Asimov, el afamado escritor de Ciencia Ficción y divulgador científico (1920-1992) tuvo sus historias respecto de su propio nombre. Asimov nació en Rusia, por lo que ponerle un nombre netamente judío tenía mucho sentido en una familia judía, pero al emigrar a Estados Unidos, la situación fue distinta. Debe recordarse que, hasta antes de descubrirse los horrores perpetrados por los nazis en los campos de concentración, el antisemitismo en los Estados Unidos era algo, quizás no especialmente respetable, pero sí al menos socialmente aceptable. Para quien quiera ver, ahí está la magnífica película "El sol sale para todos", de 1947, como un testimonio de esto.
Una vez en América, teniendo Asimov unos cinco años, discutieron el tema, y optaron por cambiarle el nombre manteniendo la inicial, de manera que pasaría a llamarse "Irving Asimov". Pero el joven Asimov, según confesión propia, lanzó un alarido seguido de una rabieta lo suficientemente fuerte como para convencer a sus padres (por otra parte bastante testarudos, como solían estilarse los padres a comienzos del siglo XX, antes de la era de "el psicólogo dice que no traumemos al pobre niño"). El hermano de Asimov, nacido ya en Estados Unidos, se llamó "Stanley Asimov", por insistencia de la madre (ahí tienen otro chiste de madres judías...), y contra la opinión del padre y del infante Isaac, que preferían "Solomon Asimov".
Andando el tiempo, a finales de la década de 1930, con Asimov acercándose a la veintena y entusiasmado con la Ciencia Ficción no sólo como fanático lector adolescente sino también como escritor en ciernes, el nombre se transformó en tema para considerar. En las revistas pulp de la época (y así es como se publicaba la Ciencia Ficción en aquel tiempo, en baratas revistas pulp, no en libros respetables), muchos escritores solían tomar seudónimos, a veces para esconder actividades tan vergonzosas, a veces para multiplicarse en varios géneros (un seudónimo para los policiales, uno para las de cowboys, uno para la Ciencia Ficción...) ...y a veces para enmascarar orígenes extranjeros, entre los cuales estaba la procedencia rusa o la judía (no era lo mismo un muy patriótico Western de rudos vaqueros escrito por un respetablemente anglosajón Jack Stark, que uno escrito por Yeshua Stressemann, por inventar dos nombres al azar). Isaac Asimov aspiraba a publicar en la revista "Astounding Stories", la más respetable del género, pero su director, John W. Campbell, hombre patriota a carta cabal, gustaba de nombres cortos y muy americanos para los escritores. Pero se dio que Asimov vendió su primer relato a otra revista distinta, y cuando por fin pudo venderle algo a Campbell, éste dio por asumido que Isaac Asimov publicaría con su propio nombre, y no insistió en el tema.
Por supuesto que tener un nombre judío le hizo presa de quienes consideran que uno debería hacer honor a su tierra, su sangre, etcétera (existen cretinos cortos de sesera acá en Chile que piensan que porque vuestro seguro servidor el General Gato es chileno, debería limitarme a escribir sobre huasos o sobre el drama social chileno actual, en cuyo caso usted no podría leer Siglos Curiosos, que sólo muy tangencialmente han abordado tales tópicos). Asimov escribió en sus Memorias: "Isaac Bashevis Singer escribe sobre temas judíos porque quiere hacerlo. Yo no lo hago porque no me apetece. Tengo los mismos derechos que él". Supongo que vale para los judíos y también para los chilenos, y en general para toda la gente creativa que no quiere sentirse limitada por ser de tal lugar, raza, sexo, estirpe o condición.
Refiere que un día, inadvertidamente, dio una conferencia en un día que era Año Nuevo Judío. Le llamó por teléfono un judío para censurarle por su actitud. Asimov explicó que su relación con el Judaísmo era más bien tenue, que no había sido educado en la tradición judía, que no celebraba las fiestas, y que tampoco hubiera concurrido a la sinagoga. La respuesta:
-Eso no importa. Debería usted servir de modelo para la juventud judía. En vez de eso, se limita usted a ocultar que es usted judío.
-Perdóneme, señor, pero estoy en desventaja, usted sabe mi nombre, pero yo no sé el suyo.
-Me llamo Jefferson Scanlon- (nombre dado en las Memorias, pero confesamente cambiado por Asimov, para proteger la identidad del culpable).
-Ya veo. Bien, si yo estuviese intentando ocultar que soy judío, la primera cosa que haría, lo primero, sería cambiar mi nombre de Isaac Asimov por el de Jefferson Scanlon...
Remata Asimov señalando que nunca más volvió a saber del majadero.
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