Uno de los episodios más sórdidos de la historia del Imperio Romano, lo vivió el emperador Aureliano hacia el año 274. En aquel tiempo, el Imperio Romano vivía un estado prácticamente crónico de guerra civil. El año 235, el emperador Alejandro Severo había sido asesinado, y desde entonces, todos los emperadores subsiguientes habían perecido a manos de algún pretendiente que volvía a ser asesinado por otro pretendiente más, y así sucesivamente.
Este caos había llevado, ente otras cosas, a una devaluación crónica de la moneda. En aquella época, una moneda valía lo que el metal acuñado. Por tanto, para hacer economía y ahorrar, se emitió moneda con porcentajes cada vez menores de oro y plata en la aleación. Esta devaluación llegó hasta a comerse hasta el 98% de la moneda. Galieno, un predecesor cercano de Aureliano, había llevado esta política hasta el ridículo. El resultado es que, en numerosas regiones del Imperio Romano, la economía monetaria se había desplomado, y había regresado al trueque.
El advenimiento de Aureliano en 270 marcó el inicio de la recuperación imperial romana. Este reunificó al Imperio Romano, y emprendió numerosas reformas para sanear las finanzas. Entre ellas estuvo la reforma monetaria, intentando darle una vez más solidez a la moneda, como única manera de salvar la economía imperial.
Pero experimentó una inesperada resistencia: los monetarios, nombre que recibían los acuñadores de moneda. Sucede que en las guerras civiles anteriores, y en el caos subsiguiente, estos desvergonzados habían adoptado la pésima costumbre de trampear aún más la moneda, tomando simplemente el oro y la plata destinados a la acuñación, y llevándoselo para la casa (la plata más que el oro: las monedas de oro debían ser tan puras como se pudiera, porque con ellas se pagaba el impuesto al fisco). Cuando Aureliano prohibió sus exacciones a los monetarios, los acuñadores de moneda, lejos de someterse, se sublevaron. El asunto degeneró incluso en una rebelión armada, con los acuñadores amotinados en el Monte Celio, una de las siete colinas de Roma. Aureliano tuvo que ponerle sitio a dicha colina como si se tratara de un ejército enemigo en toda regla, y cuando los acuñadores cayeron por fin en sus manos, no tuvo piedad: los exterminó sin contemplaciones. O a la inmensa mayoría, al menos. Pero este triunfo le costó cerca de 7000 bajas.
Aureliano triunfó, como en casi todo lo que emprendió, pero no pudo sustraerse al destino de los Emperadores de su época: fue asesinado en 275. Y a pesar de su reforma monetaria, el problema de la moneda depreciada continuaría adelante. Recién Diocleciano, a comienzos del siglo IV, consiguió poner en circulación buena moneda de plata otra vez, y esto al costo de depreciar ahora la moneda de cobre, por lo que el problema siguió sin resolverse...
Este caos había llevado, ente otras cosas, a una devaluación crónica de la moneda. En aquella época, una moneda valía lo que el metal acuñado. Por tanto, para hacer economía y ahorrar, se emitió moneda con porcentajes cada vez menores de oro y plata en la aleación. Esta devaluación llegó hasta a comerse hasta el 98% de la moneda. Galieno, un predecesor cercano de Aureliano, había llevado esta política hasta el ridículo. El resultado es que, en numerosas regiones del Imperio Romano, la economía monetaria se había desplomado, y había regresado al trueque.
El advenimiento de Aureliano en 270 marcó el inicio de la recuperación imperial romana. Este reunificó al Imperio Romano, y emprendió numerosas reformas para sanear las finanzas. Entre ellas estuvo la reforma monetaria, intentando darle una vez más solidez a la moneda, como única manera de salvar la economía imperial.
Pero experimentó una inesperada resistencia: los monetarios, nombre que recibían los acuñadores de moneda. Sucede que en las guerras civiles anteriores, y en el caos subsiguiente, estos desvergonzados habían adoptado la pésima costumbre de trampear aún más la moneda, tomando simplemente el oro y la plata destinados a la acuñación, y llevándoselo para la casa (la plata más que el oro: las monedas de oro debían ser tan puras como se pudiera, porque con ellas se pagaba el impuesto al fisco). Cuando Aureliano prohibió sus exacciones a los monetarios, los acuñadores de moneda, lejos de someterse, se sublevaron. El asunto degeneró incluso en una rebelión armada, con los acuñadores amotinados en el Monte Celio, una de las siete colinas de Roma. Aureliano tuvo que ponerle sitio a dicha colina como si se tratara de un ejército enemigo en toda regla, y cuando los acuñadores cayeron por fin en sus manos, no tuvo piedad: los exterminó sin contemplaciones. O a la inmensa mayoría, al menos. Pero este triunfo le costó cerca de 7000 bajas.
Aureliano triunfó, como en casi todo lo que emprendió, pero no pudo sustraerse al destino de los Emperadores de su época: fue asesinado en 275. Y a pesar de su reforma monetaria, el problema de la moneda depreciada continuaría adelante. Recién Diocleciano, a comienzos del siglo IV, consiguió poner en circulación buena moneda de plata otra vez, y esto al costo de depreciar ahora la moneda de cobre, por lo que el problema siguió sin resolverse...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario