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jueves, 7 de agosto de 2008

De cómo los japoneses se inventaron un pasado a medida.


Los orígenes de Japón son algo nebuloso hasta el día de hoy, pero las investigaciones arqueológicas y algunas crónicas de la época, tanto chinas como japonesas, han permitido desentrañar en parte el misterio de su origen. Lo más probable es que los japoneses llegaran a la civilización un poco de refilón, después de la caída del Imperio Han en China, gracias a la esforzada labor de una horda de misioneros budistas que se lanzaron a evangelizar (o "budizar", mejor dicho) el país. Hacia el siglo VII aparecen así los primeros rastros de una corona imperial japonesa, el Mikado, a partir del Yamato, un reino japonés que consiguió imponerse a sus vecinos y unificar el territorio (la parte meridional, por lo menos, porque en el norte, los bárbaros ainos siguieron en activo); parece ser que el Mikado imitó, tanto en el ceremonial como en lo que podríamos llamar "espíritu constitucional", a la corte del Imperio Tang que emergía en China.

Pero para el orgullo y arrogancia de una corte única, debió parecer este origen semibárbaro como muy poca cosa, así es que se dieron activamente a la tarea de reconstruir su propio pasado nacional. Especial empeño mostró en esto el Mikado Temmu, quien gobernó al Yamato entre 672 y 686, y que intervino activamente en cuestiones religiosas, utilizando a la fe como una palanca para asegurar el poder imperial. Uno de los golpes maestros de Temmu fue encargar la redacción del "Koji Ki", cuyo significado literal es "Crónica de las cosas antiguas". La versión definitiva del Koji Ki, que ha llegado hasta nosotros, data del año 712, y es una frondosa historia que, al igual que la Biblia como crónica de la monarquía hebrea, se remonta nada menos que al comienzo del mundo. Describe el Koji Ki una serie de aventuras de los dioses creadores, dándole especial protagonismo y relevancia a Amaterasu, la diosa del Sol, a la que se elevó a la categoría de antepasada del Mikado. Esta falsificación fue tan hábil, que consiguió engarzar los hechos legendarios de la primera parte con un final extraído de distintas crónicas históricas, puesto que acaba con la muerte de la Mikado Suiko en 628, personaje que efectivamente existió en la realidad. De este modo, el Koji Ki contribuyó a crear un aura de legitimidad alrededor del Yamato, enmascarando sus orígenes humildes y confiriéndole estatus divino. Tan efectiva fue esta receta, que debieron pasar doce siglos, hasta el Emperador Hirohito en 1945, para que el Mikado reconociera carecer de origen divino.

Hay una obra ligeramente posterior, el "Nihonshoki", que reelabora los acontecimientos del "Koji Ki" filtrando un poco más los mitos y proponiendo por tanto un enfoque algo más científico, aunque se vicia por su pretensión de ser una historia alternativa a la real, en la que Japón antecede históricamente a China (como hemos visto, fue justamente al revés, algo que golpeaba el orgullo de la corte nipona). Ambas obras, el "Koji Ki" y el "Nihonshoki", y en particular la primera, fueron consideradas antes de la Segunda Guerra Mundial con un valor religioso sagrado, casi a la manera de los cristianos que leen la Biblia literalmente, y proporcionaron la base intelectual para el nacionalismo japonés de preguerra.