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domingo, 13 de diciembre de 2015

Adieu Molière.


Para ser un país que presume de estiradete, pero no a la manera espartana inglesa sino con calzas filogays, Francia tiene una buena tradición de payasos. Ahí están Marcel Marceau o Jean-Marie Le Pen para confirmarlo. Pero el más grande y el mejor, parece haber sido Molière, que como el común de los dramaturgos de su época, interpretaba él mismo lo que escribía. Tanto, que se llama al francés la lengua de Molière así como al español la lengua de Cervantes, al inglés la lengua de Shakespeare, al italiano la lengua de Dante, o al neoliberalismo los rebuznos de Hayek. Las comedias que el señor Jean-Baptiste Poquelin escribió, porque Molière era su seudónimo, siguen siendo tan divertidas y vitales como el primer día. El blanco favorito de las pullas de Molière, y lo que ha ayudado a mantenerlo tremendamente actual, eran las costumbres y vicios sociales, y puede que las costumbres hayan cambiado hoy en día, pero los vicios por descontado que no. En "Tartufo", quizás su obra más famosa, el protagonista es un inmundo sinvergüenza que para sus manejos se hace pasar por un hombre pío y devoto... razón por la que la Iglesia Católica consiguió que dicha obra se censurara en vez de, digamos, hacer un poquito de autocrítica sobre sus propios pecados (los de entonces, porque la actual, ésa seguro que no peca, ¿verdad que no...?).

Como sea, resulta que Molière estuvo más bien poquito rato en este valle de los dolientes llamado la vida. Tenía apenas 51 años cuando falleció, una edad joven incluso para esos tiempos. El problema es que Molière desde jovencito había tenido mala salud. En concreto, padecía de tuberculosis, un mal que había contraído probablemente durante su estancia en esos caldos de cultivo de enfermedades que en esos años era la prisión, a donde iban a parar con sus huesos aquellas gentes que, como Molière, no pagaban sus deudas. Ahora somos más civilizados, sólo les quitamos la casa y el colchón, y los dejamos viviendo en la calle, pero no los mandamos a prisión, y menos si son dueños de alguna gran multitienda o un banco demasiado grande para caer. Dice la leyenda negra que Molière se murió sobre el escenario. Lo que realmente no es cierto. O al menos, no es exacto.

Lo que sucedió, es que Molière estaba representando una obra teatral, cuando de pronto le vino un ataque de tos espantoso, de ésos que llegas a expulsar todas las entrañas por la boca, o poco menos. O sangre, como fue el caso de Molière. El caso es que no se murió ahí, sino que lo sacaron del escenario y se lo llevaron a la casa. Estaba tan enfermo, que parecía de rigor la extremaunción, pero dos sacerdotes, con perfecta caridad cristiana, se negaron a confesar a ese hereje. Para cuando consiguieron un tercero que sí aceptó ir, por aquello de ama a tu prójimo como a ti mismo, ya era demasiado tarde: Molière había parado la chala. Con todo, Molière consiguió un honor póstumo. Contra las leyes de la época según las cuales un actor no podía ser enterrado en suelo consagrado, el rey Luis XIV mismo autorizó su sepultación en la sección de los entierros de niños sin bautizar.

Y la ironía negra de todo esto, es la siguiente. ¿Qué obra teatral estaba interpretando Molière cuando cayó enfermo? Pues... "El enfermo imaginario". Que se trata acerca de un hipocondríaco. ¿Y qué rol interpretaba Molière? El del hipocondríaco, justamente. A veces la realidad tiene su propio sentido del humor, y cuando escribimos sentido del humor aquí, pensamos en palabras tales como negro, oscuro, tétrico...

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