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jueves, 17 de diciembre de 2015

Cuando los Andes unían en vez de separar.


Hoy en día, pareciera ser que la Cordillera de los Andes es la gran divisoria entre Chile al occidente, y Bolivia y Argentina en sus majestuosos faldeos orientales (qué poeta estoy, vaya). Parece una frontera inmutable, infranqueable, hasta el punto que Chile es definido casi como un país insular (el viejo recitado que se aprendían todos los alumnos porros chilenos para que el profe, encantado de la sabiduría de los chavalillos, les pusiera buena nota): Chile al norte tiene el desierto de Atacama, al sur la Antártica, al este la cordillera, al oeste el Pacífico...). Esto responde a la constante tradicional de las civilizaciones, en las cuales las montañas tienden a ser las fronteras naturales más sólidas de todas (más que los mares, que lo son si la técnica de navegación es paleolítica, aparte del kayak o las piraguas polinésicas, claro, pero que con el descubrimiento de la nave a remos, se transforman en territorios comunicantes). Y sin embargo... hubo una época en que los Andes (bueno, la región austral de la cordillera, de la que hablamos, que Perú, Colombia, Brasil y Venezuela son otro cuento), los Andes, decía, eran en realidad un foco de unión entre ambos faldeos. No gracias a las montañas, claro está que no, sino por los pasos cordilleranos, los cuales eran conocidos desde los tiempos indígenas. Porque, en efecto... en la época anterior a los españoles, existía una cultura en varios aspectos común, a ambos lados de la cordillera.

En realidad, debemos tener presente que en la época anterior a los europeos, el gran foco civilizador de Sudamérica fue el núcleo de culturas que creció en lo que actualmente es Perú: Chavín, los moches, Tiahuanaco... Cuando el Imperio Inca llegó y conquistó el territorio de la Sudamérica que mira al Pacífico desde Ecuador a Chile, en realidad lo que hizo fue imponer su poder político encima de lo que podríamos llamar una ya preexistente esfera de hegemonía cultural. Es reconocido que, en el último milenio antes de los incas, los pueblos andinos habían recibido un generoso influjo desde la cultura Tiahuanaco, anterior a los incas, como queda de manifiesto en la evolución de la decoración en la cerámica. De manera nada sorprendente, la mayor identidad cultural entre un lado y otro de la cordillera se produjo entre quienes estaban más cerca del influjo de Tiahuanaco: los aimarás, diaguitas, changos y atacameños en el lado chileno, y los omaguacas y diaguitas del lado argentino. De todas maneras, no hay que exagerar el rol de los contactos transcordilleranos: el hecho de que no sólo a un lado u otro de la cordillera, sino incluso a un mismo lado de la cordillera, se hablaran dialectos con diferencias bastante pronunciadas entre sí, significa que esos contactos, si bien permanentes, eran de naturaleza más bien esporádica. Aún así, la cerámica revela que, hacia el siglo X u XI aproximadamente, la cultura de los diaguitas en el norte de Argentina, cruzó la cordillera e influyó en la cultura de los diaguitas del norte de Chile.

A su llegada, los españoles se aprovecharon en efecto de estos contactos. Cuando Diego de Almagro se quedó chasqueado porque su colega Francisco Pizarro aplicó mano mora para ponerse como el mono rey en el conquistado Imperio Inca, viajó hacia el territorio actualmente chileno usando un paso cordillerano precisamente: viajó hacia el sur por el lado argentino, y cruzó hacia el lado chileno a la altura de Copiapó. Eso sí, el cruce fue lo suficientemente jodido como para que, de vuelta al norte, prefiriese usar la ruta de la precordillera y los cultivos indígenas de la zona. En siglos posteriores, cuando Latinoamérica fue dividida como trozos de una torta, todo lo que actualmente es el occidente de Argentina quedó bajo la jurisdicción de Santiago de Chile, no de Buenos Aires. Lo que tiene su lógica: los productos agrícolas de Mendoza y Tucumán, tenían más fácil salida a los puertos del Pacífico, que al Atlántico. Incluso uno de los próceres de la independencia chilena, Juan Martínez de Rozas, nació en Mendoza, actualmente Argentina, pero que en ese entonces era territorio chileno, razón por la que se transformó en uno de los artífices de la independencia chilena, y no de la argentina (bueno, hasta que se murió, en 1813, harto antes de que se consiguiera la independencia).

¿Por qué razón entonces los Andes se transformó en una mole leviatánica que separó a sus lados occidental y oriental? Uno podría pensar que las mejoras tecnológicas en el transporte deberían haber provocado el efecto contrario, pero no. En el siglo XIX se vio una revolución en el mundo del transporte marítimo, con barcos más grandes capaces de cargar más mercadería, hechos en hierro, con calderas a vapor que le entregaban mejor propulsión que la vieja navegación a vela. De pronto, viajar a través del Estrecho de Magallanes se tornó más simple que emprender el cruce de la cordillera. Para 1910 se inauguró un ferrocarril que conectaba Santiago con Argentina, pero ya era tarde: la separación estaba irremediablemente consumada. Por cierto, ¿sería esa noticia de inauguración lo que daría pie a la delirante narración ésa de que en una guerra civil chilena iban a lanzar locomotoras sin maquinistas sobre Santiago...?

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