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domingo, 18 de diciembre de 2011

De cómo fue culminada la fachada de la Catedral de Milán.


Que la construcción de una catedral gótica era algo lento y laborioso, debido a la grandiosidad del objetivo y lo más o menos rudimentario de los medios técnicos, es algo de todos sabido. Pero además estaban los problemas administrativos varios vinculados a la logística del proyecto. La construcción de la Catedral de Milán principió durante la mejor época de la ciudad, a finales del siglo XIV, cuando la città alcanzó su apogeo político bajo los Visconti. En esa época, las obras marcharon a un ritmo más o menos prudencial, espoleado por la ayuda económica de los burgueses de Milán que la veían como una obra patriótica, y retrasado por el otro con las constantes reducciones presupuestarias ordenadas por el duque de turno (Visconti primero o Sforza después), sacando dinero de la caja de la Fábrica de la Catedral como si de una alcancía para financiar otra clase de necesidades políticas se tratara.

Luego, en el siglo XVI, Milán cayó en manos del Imperio Español, y la Fábrica pasó a ser regida por la burocracia española, que era bienintencionada y empeñosa por un lado, pero lenta, escribánica e inoperante por el otro. Nada de raro que entre los siglos XVII y XVIII, las obras hayan avanzado a paso de caracol. Se trataba de una catedral gótica que seguía edificándose pasado el Renacimiento y luego el Barroco, y entrando en el Neoclasicismo. La fachada misma tardó cerca de 200 años en ser proyectada y construida, entre diversas autorizaciones, marchas y contramarchas, incluyendo el pintoresco incidente con las columnas de Pellegrini que hemos comentado en otro posteo. Entretanto, en 1774, se remató el cimborio, la aguja principal, con una estatua de la Virgen Maria (la "Madonnina"). Con una altura de 108 metros, se prohibió edificar en Milán cualquier edificio que fuera más alto, hasta tiempos bien recientes.

Llegó el siglo XIX, y la cuestión de la fachada aún no estaba resuelta. En el intertanto, Napoleón Bonaparte se paseó más de alguna vez por territorio italiano, anexando el norte del mismo a su imperio. En 1805, Napoleón Bonaparte aspiró a coronarse como rey de Italia, y para ceñir la corona de hierro respectiva, dispuso que la Catedral de Milán sería el escenario. Con su estilo característico, ordenó que la fachada fuera completada de prisa y con un proyecto que costara poco. Con eficacia inusitada, surgió un proyecto de unos proyectistas neoclásicos de apellidos Pollak y Amati, y las obras fueron completadas. El francés consiguió así en poquísimos meses, lo que siglos de administración italiana y española no habían podido.

No es que la Catedral como un todo estuviera lista (la última etapa, que fue la colocación de la puerta principal definitiva, ocurriría recién en... ¡1965! No, no es error de tipografía, no quise escribir 1865, sino mil NOVECIENTOS sesenta y cinco). En el intertanto, milaneses se sintieron un poco insatisfechos de que SU catedral le debiera el remate de la fachada y algunos conceptos arquitectónicos relacionados a dos arquitectos neoclásicos contratados por un francés, de manera que en 1866 convocaron a un concurso para una NUEVA fachada. Cinco siglos después de iniciada la construcción, todavía estaban planificando. Hubo nada menos que 120 proyectos propuestos, y aunque hubo un claro ganador (un tal Giusseppe Brentano, del que no volvió a saberse), triunfó el sentido común, y se dejó la fachada tal y como estaba (aunque no sin conflicto por parte de los buscapleitos de siempre). Pero aún así, los milaneses estuvieron lo suficientemente agradecidos de que Napoleón Bonaparte "apurara los caracoles", por decirlo de manera vulgar, como para colocar en medio del bosque de estatuas rematando las agujas de la catedral, una dedicada al conquistador francés...

2 comentarios:

  1. Interesante entrada!

    Me ha sorprendido comprobar que el de la fachada de la catedral de Barcelona no es un caso aislado. Más info en la wiki sobre la fachada de Barcelona.

    Saludos!

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  2. Gracias por la alabanza. En realidad, lo largo de edificar catedrales ha permitido crear vastos culebrones en torno a ellas. Que se lo digan a Ken Follett, que se ha forrao con su novelón de 1000 páginas "Los pilares de la Tierra"...

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