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jueves, 22 de diciembre de 2011

El Culto de los Carros.

La Edad Media fue cualquier cosa, menos una época fácil para vivir. Hambrunas, analfabetismo, abusos de los poderosos, y una naturaleza usualmente hostil, se combinaban para crear un fuerte desamparo en las personas. No es raro entonces que el deseo de salvación de las personas los llevaron a extremos increíbles de histeria. Uno de estos penosos casos de psicología social, lo constituye el Culto de los Carros.

Este fenómeno fue reportado principalmente en torno a la construcción de la Catedral de Chartres, una de las pioneras del entonces nuevo estilo gótico, que empezó a levantarse en 1144 (aunque la definitiva data de las extensas reparaciones después de un incendio en 1194). De todas maneras, el fenéno se propagó después a otras partes. Aunque parezca de perogrullo, es necesario señalar que esos leviatanes de piedra que son las catedrales góticas, consumían piedra de manera voraz en su levantamiento, y esa piedra debía salir de canteras ubicadas a muchos kilómetros de distancia. Dicho sea de paso, los picapedreros no trabajaban bajo jornal, sino que se les pagaba según la cantidad de piedra producida. De ahí, había que subir los bloques arriba de carretas transportadas por sufridos bueyes, que tiraban de ellas durante recorridos a veces enormes.

Y es aquí en donde el Culto de los Carros entra en acción. Porque muchos hombres, llevados por su devoción religiosa, se uncían ellos mismos en reemplazo de los bueyes, y tiraban de los carros en expiación de sus pecados. Incluso, cuando arribaban a destino, algunos pedían que los sacerdotes los flagelaran para completar su mortificación. En 1145, el arzobispo Hugo de Ruán escribió al obispo de Amiens: "...los hombres, en su humildad, empezaron a llevar a rastras carros y carretas para la construcción de la catedral, y su humildad estaba incluso iluminada por milagros". El cronista Haymo, abad de Saint-Pierre, escribió por su parte: "¿Quién ha visto, quién ha oído alguna vez, en todas las generaciones pasadas, que poderosos príncipes del mundo, que hombres criados con honor y riqueza, que nobles, hombres y mujeres, hayan doblado sus orgullosos y altivos cuellos ante los arreos de los carros, y que, como bestias de carga, hayan arrastrado esas carretas hasta la morada de Cristo, cargados con vinos, granos, aceite, piedra, madera y todo lo necesario para las necesidades vitales, o para la construcción de la iglesia?".

El mismo Haymo sigue comentando la actitud de los penitentes: "Cuando se detienen en el camino, no se oye nada salvo la confesión de los pecados y la pura y suplicante oración a Dios para obtener el perdón. A la voz de los sacerdotes que exhortan sus corazones a la paz, olvidan todo el odio, la discordia se deja de lado, se perdonan las deudas, se establece la unidad de los corazones". Y sigue: "Pero si alguno ha llegado tan lejos en el mal que no desea perdonar a algún ofensor, o si rechaza el consejo del sacerdote que le ha aconsejado piadosamente, su ofrenda es arrojada instantáneamente de la carreta como algo impuro y él mismo, ignominiosa y vergonzosamente excluido de la sociedad de los santos"... Que el lector de Siglos Curiosos se forme la imagen que quiera, de todo lo anterior.

2 comentarios:

  1. ¿Será éste el origen de las caminatas de rodillas que vemos en los santuarios católicos, que vendría siendo una versión suavizada de esta muestra medieval de fervor?

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  2. Tengo mis dudas, aunque la motivación psicológica es prácticamente idéntica. Y no sé si "suavizado" sea el adjetivo a aplicar para un pobre desgraciado que se hace polvo la rótula peregrinando de rodillas no sé cuántos kilómetros hasta el santuario de turno

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