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jueves, 15 de diciembre de 2011

Columnas colosales para la Catedral de Milán.


Colosalismo. Qué sería del ego de los arquitectos sin ese concepto. Las catedrales eran edificios laboriosos de construir, y a menudo el paso del tiempo y de las modas arquitectónicas provocaban cambios en los planos. La Catedral de Milán fue un ejemplo egregio de esto. No en balde su construcción comenzó hacia 1385, en plena gloria del gótico, siguió durante el Renacimiento... y dos siglos después, aún inconclusa, su fachada iba camino al Barroco. En esos años, Carlo Borromeo fue nombrado Arzobispo de Milán. Punta de lanza de la Contrarreforma, Borromeo llegó a terremotearlo todo, incluyendo los planos de la Catedral, que juzgaba demasiado góticos para su sensibilidad tempranobarroca. Borromeo era lo suficientemente tardorrenacentista como para preferir una fachada romana en vez de gótica, y actuó en consonancia.

El arquitecto de confianza de Carlo Borromeo era Pellegrino Pellegrini, a quien la Catedral de Milán le debe el baptisterio, el vallado del coro, el coro subterráneo, la sillería, el altar mayor, los seis altares de las naves y la decoración del pavimento y de numerosas vidrieras. Casi nada. Este Pellegrini imaginó una fachada con una gigantesca hilera de columnas corintias, tan altas como las naves laterales, y con una segunda hilera flanqueada por dos obeliscos. Pero Pellegrini debió partir a España en 1585, por encargo de Felipe II, nada menos que para pintar murales en El Escorial, y su idea quedó en nada. Por el minuto.

Salto en el tiempo a la primera década del siglo XVII. Federico Borromeo, primo de Carlo Borromeo, es ahora Arzobispo de Milán. Para que todo quede en familia. El hombre trató de hacer arreglines para que fuera aprobado un proyecto de Francesco Maria Richini, su protegido. Sin éxito. Irritado por el fracaso, Federico Borromeo exhumó un dibujo de Pellegrino Pellegrini que éste había realizado sólo a título personal, y lo impuso como proyecto. Richini apoyó entusiastamente las ideas de su protector, que a lo menos consiguió nombrarle director de obras. El problema es que ebria de grandeza, la dupla de Borromeo y Richini querían que cada columna fuera monolítica, de una sola pieza. Un absurdo logístico, porque llevarlas a Milán por vía fluvial era imposible ya que no existían barcazas capaces de transportar semejante peso o tamaño. Para que las piezas pudieran viajar a través de los canales, era necesario echar abajo siete puentes de piedra y cuatro de madera. Y el transporte por tierra obligaba a derribar edificios que obstaculizaran el camino, así como a reforzar la carretera misma.

Esto hubiera disparado el presupuesto de la Fábrica de la Catedral (la institución encargada de su edificación) hasta la bancarrota, pero la suerte fue piadosa. Apenas culminada la fachada, en 1630, empezó a tallarse la primera columna. Pero ésta se rompió sin siquiera haber salido de la cantera. Al poco tiempo, en 1631, Federico Borromeo falleció, y sin el apoyo de su protector, Richini fue echado al viento (no se sientan mal por él: obtuvo varios otros encargos en otras ciudades. Que no eran Milán, claro). El concepto pellegriniano cayó en el olvido, y se volvió a un proyecto que fuera un compromiso híbrido entre el gótico original y el "romano" renacentista posterior.

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