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domingo, 25 de septiembre de 2011

El misterio del Gran Pecador.


Hay que tenerlos de un tamaño respetable y cuadrado para, en pleno tiempo del Imperio Español y la Santa Inquisición, hacerse llamar el Gran Pecador. Pero el caso es que en la Colonia de Chile rondó un personaje de tales características. Al menos, basándose en documentos de la época, es lo que nos quieren referir los historiadores decimonónicos don Diego Barros Arana y don Claudio Gay.

La anécdota se produjo en la primera década del siglo XVII. Resulta que en 1601 apareció un misterioso personaje que regresó a España en 1603, acompañando a una expedición militar. Según refiere don Diego Barros Arana, "vestía traje de ermitaño, recorría las ciudades ejercitando actos de caridad, pero manteniéndose al corriente de cuanto pasaba, y sólo era conocido con los nombres de hermano Bernardo, de Bernardo pecador o de «el gran pecador»". Lo dicho, hay que tenerlos de acero para hacerse llamar "el gran pecador" de esa manera, y no levantar suspicacias por parte de la Inquisición. Por cierto, cuando regresó a España en 1603, el gobernador Alonso de Ribera ordenó su arresto y la confiscación de toda su correspondencia, informes y documentación, temeroso de que este extraño personaje intrigada para separarlo de la Gobernación (que efectivamente perdería en 1605, por lo demás).

Una de las teorías barajadas sobre este personaje, es que sería realmente un agente de la Corona Española espiando y enviando informes de primera mano a la Corte. No en balde, en esos años la Guerra de Arauco había recrudecido lo suyo luego del Desastre de Curalaba en 1598 y la gran sublevación de 1602, y el cabildo pasaba apuros implorando a la Corona que aumentara los recursos para pagarle a las huestes afincadas en el sur para defender a dichas tierras de los ataques mapuches. Dentro de ese contexto, tiene sentido que la Corona pidiera informaciones por parte de un agente externo, lejos de los cauces oficiales. La propia documentación de la época parece apoyar esta teoría. No en balde, el Cabildo de Santiago lo nombró como representante ante el Rey, con estas significativas palabras: "A este reino llegó hará tiempo de cuatro años un ermitaño que ya Vuestra Majestad ha visto, que es el que ésta lleva. Institúlase «el gran pecador». Su vida ha parecido a todos muy buena y de grande ejemplo, porque el tiempo que aquí estuvo, se ejercitó en obras de gran virtud, yendo en persona a las ciudades de arriba y trajo servicio (sirvientes domésticos) para el hospital de esta ciudad de indios de guerra, y llevando limosnas a hombres y mujeres necesitadas, que padecían muchos trabajos, y por su persona en el hospital a los enfermos con gran humildad y otros muchos ejercicios. El cual, viendo los trabajos y miserias del reino, informó a Vuestra Majestad de ellas, y ha vuelto a dar razón de lo que hizo con el socorro de los mil hombres que trajo el gobernador Antonio de Mosquera; y ahora nos ha parecido volviese a darla del estado de esta tierra, e informar lo que será necesario para ella, a quien hemos dado poder para que en nuestro nombre lo pida; porque como esta ciudad no tiene posibles para pagar una persona que vaya a los pies de Vuestra Majestad a decirlo, le hemos pedido lo haga por vía de caridad, por lo cual lo hace. Suplicamos a Vuestra Majestad se le dé crédito en lo que informase, porque como celoso de vuestro real servicio y tan buen cristiano, dirá verdad"...

El Gran Pecador regresó a Chile en 1607, trayendo consigo alguna correspondencia oficial desde España al territorio. Además, visitó personalmente la zona de guerra en Arauco. En marzo de 1608 partió una vez más a España, y ésta vez sí que su rastro desaparece para siempre, porque no vuelven a aparecer menciones al respecto suyo en la documentación posterior.

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