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jueves, 22 de abril de 2010

Le pantalon rouge c'est la France!

Prepararse para una guerra implica no sólo diseñar estrategias militares para afrontar al enemigo, sino equipar a las tropas con uniformes, armas y el apoyo logístico necesario para que hagan lo que se espera que hagan (ganar la guerra, leñe). Pero a veces, el tradicionalismo mal entendido juega en contra de esta preparación militar. Un catastrófico ejemplo lo sufrió Francia, relativo a su uniforme militar, durante la Primera Guerra Mundial. A la fecha, el uniforme militar francés era una casaca azul y un pantalón rojo, además de su quepis como gorro. Azul y rojo, huelga decirlo, son los colores patrios de Francia, y los soldados se sentían muy orgullosos de ellos. Y no sólo ellos, sino también los numerosos exaltados nacionalistas que eran una peste sobre la Europa anterior a 1914 (ya vendría la Primera Guerra Mundial a ponerlos en su lugar).

Durante la Guerra de los Balcanes, conflictos militares que fueron preludio a la hecatombe general de 1914-18, el francés Adolphe Messimy observó que los uniformes búlgaros eran de color parduzco, y éstos les proporcionaban un buen camuflaje frente al enemigo. No es que los búlgaros fueran excéntricos: al mismo tiempo los británicos, después de su dura experiencia en la Guerra de los Bóers, habían adoptado un uniforme color caqui, mientras que los alemanes, por su parte, habían cambiado el azul por el gris. La idea del uniforme militar de varios colores (patrios se entiende, claro) databa de los comienzos de los ejércitos nacionales, en que vestirlos con los colores de la nación era una manera de mejorar el esprit de corps. Pero durante el siglo XIX la tecnología militar había avanzado lo suficiente como para que el combate fuera a distancias cada vez mayores, y por lo tanto, la influencia del espíritu de cuerpo tendía a difuminarse, y cobraba mayor importancia que los soldados fueran lo más invisibles que se pudiera, frente al enemigo dispuesto a tirotearlos a la primera ocasión. Adolphe Messimy llegó a ser ministro de guerra en Francia, y en 1912 propuso que se reemplazara el uniforme francés por uno nuevo, de color gris verdoso. Por cierto, dicho sea de paso, Messimy tenía instrucción y carrera militar, la que había dejado para ingresar a la política, por lo que no era precisamente un aficionado en la materia.

La propuesta de Messimy fue abucheada masivamente. La prensa le atacó con virulencia. El diario "Echo" de París publicó: "prohibir todos los colores vivos, todo lo que confiere a los soldados su aspecto marcial, es ir contra el gusto francés y contra la función militar". Pero fue en el Parlamento en donde se le asestó al proyecto una estocada mortal, cuando Eugène Étienne (ministro de defensa de Francia en dos ocasiones) dijo: "¿Eliminar los pantalones rojos? ¡Jamás! ¡Los pantalones rojos son la Francia" ("Le pantalon rouge c'est la France!"). Ni el quepis aceptaron cambiar, y los funestos resultados se hicieron presentes en 1914, cuando los alemanes le infligieron horrendas bajas a los franceses, haciendo deporte del dispararle al pajarraco rojiazul. Al final, reluctantemente, los franceses aceptaron cambiar su uniforme por un azul horizonte, que seguía teniendo el color patrio, y que en sí mismo no era un prodigio de camuflaje, pero debido al barro y la suciedad de las trincheras, acababa por cumplir con su cometido de camuflar a los hombres de la sufrida Armée de terre.

El quepis fue otra piedra de tope. Había llegado para reemplazar al chacó, el estridente gorrito cilíndrico de la época napoleónica, y eso debido a que en la conquista de Argelia (1830), el quepis era mucho más fresco, ligero y apropiado para el clima desértico a pleno sol. El quepis se extendió también por otros ejércitos (en Chile, los gorritos ésos que usaron los soldados de la Guerra del Pacífico eran quepis, precisamente). Pero lo que era bueno en el Africa del XIX no lo era en la Europa del XX, en particular después de que creciera el peligro de la metralla en el campo de batalla. Y también durante la Primera Guerra Mundial, y por los mismos motivos que con el uniforme, los franceses tuvieron que tragarse el orgullo nacional, y acabaron por cambiar su uniforme por el casco metálico que asociamos con fuerza mayor a la guerra del siglo XX.

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