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jueves, 2 de octubre de 2008
El Conde de Montecristo anticipa el Technothriller.
Tom Clancy, escribiendo sus historias sobre Jack Ryan, el analista estrella de la CIA (y presentado en las pelis "La caza del Octubre Rojo", "Juego de patriotas", "Peligro inminente" y "La suma de todos los miedos"), le dio fama y favor popular al Technothriller, género literario que mezcla espionaje y suspenso con lo más avanzado de la hi-tech de la época. La idea de utilizar la alta tecnología no es algo desusado, porque el 98% de la Ciencia Ficción se basa en esa premisa, pero hacerlo en obras más "realistas" es algo un poco más resistido, probablemente por la escasa formación científica de la mayor parte de los hombres de letras. Hacía estas reflexiones leyendo el estupendo artículo del blog Cabovolo sobre el telégrafo óptico, y recordé (Cabovolo lo menciona) un episodio de "El Conde de Montecristo" en que la alta tecnología de la época le proporciona un giro vital a la trama.
Hagamos un poco de memoria. "El Conde de Montecristo" es un folletín de aproximadamente mil páginas, escrito por Alejandro Dumas Padre, publicado entre 1844 y 1846, y adaptado innumerables veces para el cine (con muy drásticos recortes, habida cuenta de la incontinente cantidad de capítulos de la novela original). En él se describe la historia de Edmundo Dantés, un ingenuo marino que es emboscado por un grupo de enemigos y encerrado en la prisión de If. Un poco la casualidad y un poco el valor, le ganan la libertad, y regresa convertido en el Conde de Montecristo, para vengarse de sus enemigos.
Uno de los enemigos de Montecristo es Danglars, que deseaba sacar a Dantés del camino para quedarse con su puesto de capitán de barco. Con el tiempo, Danglars se convierte en un reputado banquero (descrito en la novela con tonos chirriantes, como un millonario sin gusto ni cultura, como corresponde a un "new rich"), con fama de tener casi un toque mágico para los negocios y la especulación bursátil. Montecristo descubre entonces que Danglars juega con información privilegiada, la que obtiene por vía del telégrafo óptico. He aquí entonces el elemento hi-tech de la trama, porque en la época (el telégrafo eléctrico no fue desarrollado sino hasta 1847, un año después de terminada la publicación del folletín) era la tecnología más avanzada en materia de comunicaciones.
Apenas Montecristo se entera de la jugarreta de Danglars, viaja a la estación de uno de esos telégrafos, que conecta Francia con España, y luego de una envolvente conversación, convence a un operador del telégrafo óptico para dejarse sobornar, y entregar como mensaje, el que una sublevación carlista se ha apoderado de Barcelona. Todos los que confiaron en la información de Danglars vendieron sus fondos españoles, pero al día siguiente sale en la prensa que la fuga de Don Carlos carece de todo fundamento, y que "una señal telegráfica, mal interpretada a causa de la niebla, ha dado lugar a este error" (recordemos que el telégrafo óptico no envía señales eléctricas, sino que depende de que su operario vea la señal de otro telégrafo instalado más lejos en la cadena de mensajes). Y los dichosos fondos españoles suben al doble de su valor, para irritación de Danglars y la gente dateada por él. A la larga, al perder su acceso a la información privilegiada, Danglars acabará virtualmente en la bancarrota. Así, ya en 1844-46, cuando apenas se vislumbraban los efectos de la Revolución Industrial y las telecomunicaciones estaban aún en embrión, la fértil imaginación de Alejandro Dumas le permitió jugar con el tema de la manipulación a través de la alta tecnología...
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