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jueves, 31 de julio de 2008

¿Fue el flogisto un error científico...?


Existe una cierta tendencia en el mundo científico a mirar el conocimiento de ayer como algo obsoleto y fundamentalmente erróneo, porque nuevas investigaciones se han encargado de tumbar y arrumbar las viejas teorías. Y sin embargo, esta visión olvida que la Ciencia no vino de la nada, y que muchas veces los científicos de ayer hacían lo mejor que podían con el bagaje material e intelectual que tenían... y que los científicos de hoy pueden estar preparando las meteduras de pata del mañana. Un ejemplo clásico de teoría "fundamentalmente errónea" es el flogisto. Y sin embargo, ¿iban realmente tan desencaminados sus teóricos...?

Desde antiguo se venía creyendo que el fuego era una especie de elemento cuasimístico, uno de los clásicos "cuatro elementos" (con el aire, el agua y la tierra), que conformaban los pilares de la composición del universo. Esta visión entró en crisis en el siglo XVII, por supuesto, ya que la Ciencia había avanzado lo suficiente para tratar de investigar qué había detrás de los fenómenos de la combustión. Un tal Johann Joachim Becher (1635-1682) sentó las bases para la idea de que los cuerpos combustibles tenían una substancia particular llamada "flogisto", que carecía de peso, y que cuando se quemaba, se desprendía del cuerpo dejando detrás una substancia "desflogistizada". Hablando en plata: el carbón tiene flogisto, y si se quema, el flogisto se desprende y las cenizas que quedan detrás son el "carbón desflogistizado". Estas ideas fueron desarrolladas y popularizadas por Georg Ernst Stahl, quién le dio al flogisto su nombre y se aseguró de difundir la nueva teoría.

La nueva teoría tuvo éxito por varias razones. En primer lugar, parece natural e intuitivo sostener que si una substancia en combustión se transforma en residuos y cenizas, algo debe desprenderse de ella. En segundo lugar, la Ciencia aún no se zafaba de cierta concepción del universo como algo lleno de fluidos, y por lo tanto el flogisto encajaba bien en medio de otros fluidos semimísticos como el calórico o el magnetismo (que en esa época se consideraba más o menos como tal). En tercer lugar, los químicos por fin tenían una hipótesis razonablemente científica sobre la cual podían trabajar, en vez de recurrir a los "cuatro elementos" místicos de toda la vida (de todos modos Becher no postulaba eliminarlos, sino reducirlos a dos: el agua y la tierra, dejando al aire y el fuego como meros mecanismos transformadores y no como "principios" en sí mismos). Lejos de ser un descarrío científico, la Teoría del Flogisto fue así una poderosa herramienta conceptual que le permitió a la Química dar un salto de gigante.

Sin embargo, existía un talón de Aquiles. La Química de comienzos del XVII era fundamentalmente cualitativa, es decir, se fijaba en las cualidades de las substancias químicas. La obra acumulada de varios químicos, que remata en el gran legado de Lavoisier a finales del siglo XVIII, permitieron reemplazar a ésta por una Química cuantitativa, en donde no sólo importan las cualidades sino también las cantidades de dichas substancias químicas. Y Lavoisier descubrió que durante la combustión no sale nada del cuerpo que se quema, sino que por el contrario, el cuerpo que se quema absorbe una substancia del aire (concretamente el oxígeno). El flogisto, por tanto, no existía, y era una teoría básicamente errónea.

Con todo, la Ciencia moderna le dio una postmortuoria semivalidación al denostado flogisto. En la actualidad sabemos que las substancias químicas se combinan porque sus átomos poseen electrones sobrantes en sus capas electrónicas superiores y tienden a perderlos, o bien les faltan para completar dichas capas y tienden a absorberlos. Cotejando el listado de substancias con electrones "sobrantes" con las substancias "flogistizadas"... ¡son exactamente las mismas! A la vez, aquellas substancias a las que le faltan electrones, son las mismas que la Química del siglo XVII sindicaba como "desflogistizadas"... Esto es porque durante la combustión, una substancia con electrones sobrantes se los "presta" al átomo de oxígeno, al cual le faltan, y de ahí surge la atracción que permite la combustión. Así es que, al final del día, la idea intuitiva del flogisto no era tan mala después de todo...

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