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domingo, 13 de abril de 2008

Píndaro el poeta de los deportistas.

Cuando uno piensa en poesía, tiende a pensar en un fulano inspirado en un paisaje, mirando las nubes o cantando algunos bucólicos versos sobre las vacas o las abejas. O bien, escribiendo versos eróticos. Pero no se agota ahí la poesía universal. Entre los poetas que se han buscado motivos más inusuales para cantar con sus versos, deberíamos contar a Píndaro de Tebas, ya que éste escribía sus odas... ¡a los deportistas vencedores de los Juegos Olímpicos!

Sobre Píndaro mismo, es poco lo que se puede afirmar, ya que las noticias que nos han llegado de él son fragmentarias. Vivió en Grecia en el siglo V a.C. (hacia 518-438 a.C., aunque las fechas son difíciles de precisar). Pero a contrapelo de la mayor parte de los escritores, artistas y filósofos de su tiempo, no era ateniense ni parece haber pretendido viajar nunca a Atenas, que por aquel tiempo era la capital de lo más excelso en lo que a cultura helénica se refiere. Píndaro era beocio (de la región de Beocia, cuya ciudad más importante era Tebas), y los beocios en general tenían la mala fama entre otras comunidades, de ser palurdos y retrasados; entre los antiguos griegos se hacían chistes de beocios como hoy en día se hacen chistes de gallegos. Aún así, Píndaro no tenía un pelo de tonto. Por el contrario, su poesía es enormemente trabajada y compleja, y marca en cierta medida el non plus ultra de un estilo poético, concretamente el propio de la Grecia Arcaica, que ya en los días de Píndaro estaba, por así decirlo, pasado de moda. Píndaro parece haber sido también un aristócrata, y eso ayudaría a explicar también su acedrado tradicionalismo.

No es raro que Píndaro haya encontrado entonces su gran motivo poético, en los vencedores de una institución tan tradicional de la Antigua Grecia, como lo eran los Juegos Olímpicos. Allí, Píndaro encontró la imagen de la areté (el espíritu de superación, un gran valor tradicional helénico), en los vencedores que hacen morder el polvo a los mediocres, y que en los versos de Píndaro, se elevan casi hasta el plano de los dioses; Píndaro aprovecha así para conjurar una serie de mitos griegos, cantando las glorias de la antigua religión y de las antiguas ciudades.

Desgraciadamente, como suele suceder con casi todos los escritores de la Antigüedad, la obra de Píndaro se conserva de manera bastante fragmentaria. Existen una gran cantidad de obras suyas, pero muchas de ellas han llegado mutiladas hasta nosotros, algo no demasiado raro si se piensa que se han encontrado no sólo en compilaciones de cronistas medievales, sino también en fragmentos de papiros rescatados en Egipto.

Para muestra del arte de Píndaro, un botón: "Acepta, hija del Océano, con corazón risueño / el dulce vellón de las excelsas virtudes y las coronas / ganadas en Olimpia, y los obsequios de Psaumis y su carro de mulas de incansable pie. / El, para engrandecer a tu ciudad, Camarina, nodriza del pueblo / honró los seis altares gemelos con majestuosas romerías a sus dioses, / entre bovinos sacrificios y competiciones deportivas de cinco días, / con los carros de caballos y mulos y con los caballos de monta. Te dedicó / la grata gloria de su victoria e hizo proclamar el nombre / de su padre Acrón y el de su reconstruido solar patrio" (Olímpica V, hacia 460 o 456 a.C.).

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