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domingo, 3 de septiembre de 2006

¿Eran los egipcios maniáticos de la muerte?


Egipto es quizás una de las culturas más asociadas al tema de la muerte. Es bien conocida la relación de este pueblo con los muertos. Como vivían en el desierto, se daban perfecta cuenta de que los cuerpos conservados en sequedad no se descomponían. Por tanto, diseñaron todo un sistema de creencias basado en la inmortalidad del alma. También es conocida la complejidad de los rituales de entierro de los egipcios, en particular en las clases pudientes que podían pagarse esos lujos. El cuerpo del difunto era sumergido en una solución salina a base de natrón, un compuesto que los químicos llaman carbonato de sodio. Allí debía permanecer 70 días, un número mágico porque tal era la cantidad de días que Sotis (la estrella Sirio) desaparecía en el horizonte. Previo a esto, se le sacaban las vísceras, y se depositaban en unos pequeños jarrones llamados cánopes. Luego, cuando el cuerpo estaba bien seco, se lo envolvía en vendas: nacía así una flamante nueva momia. Y no vale la pena insistir sobre el arte de la construcción de tumbas: las más conocidas son las famosísimas pirámides, pero también existen otros modelos que fueron populares de acuerdo a la época, como por ejemplo la mastaba (una especie de recinto rectangular) y el hipogeo (una tumba subterránea). Todo esto ha inspirado truculentas historias en donde los faraones maniáticos construen enormes pirámides, o de momias que vuelven a la vida y se ponen a recorrer las calles de Londres para encontrar el camino a casa, y de paso cumplir las maldición de rigor para quienes profanen la tumba del faraón...
Y sin embargo, toda esta visión de los egipcios como un pueblo que vivía más en la ultratumba que en la vida terrenal, es eminentemente falsa. Los modernos arqueólogos saben bien que los egipcios eran un pueblo amante de la vida, como cualquier otro, y sabían sacarle mucho partido a la misma. ¿Cómo es entonces que nos construimos una imagen tan fúnebre de los egipcios?
Sucede que los egipcios hacían su vida en torno al Río Nilo y construían sus casas en materiales perecederos, como paja, adobe y madera, por lo que la inundación anual del río a lo largo de sucesivos años tenía que barrer cualquier rastro de su vida en tales lugares. En cambio, las tumbas faraónicas estaban emplazadas en lugares bien secos, como el Valle de los Reyes, o bien en pleno desierto, como las pirámides de Gizah (las más altas de todas), y además, estaban construidas en un material casi indestructible, comparativamente hablando, como es la piedra. Resultado: las tumbas sobrevivieron más o menos incólumnes al paso del tiempo (descontada la acción de los saqueadores de tumbas), mientras que los edificios de la vida cotidiana egipcia desaparecieron.
¿Y cómo sabemos entonces que los egipcios no eran tan fanáticos dle los ritos mortuorios como pensábamos? Simplemente porque una de las más hermosas costumbres de los antiguos egipcios era enterar a los faraones con maquetas y representaciones en pequeña escala de vida cotidiana egipcia. En ellos se ve un pueblo alegre, optimista y lleno de vida, con sus campesinos, pescadores, panaderos, médicos y taberneros. Todo esto está refrendado por las inscripciones y papiros egipcios, que dan cuenta de la actividad mercantil de la época. Así que los egipcios no eran un pueblo tan macabro como el cine serie B del antiguo Hollywood nos ha querido hacer creer.

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