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domingo, 2 de febrero de 2014

Si eso es rodar cine...


Año 1913. El cine era tan, pero tan, pero tan primitivo, que Hollywood ni siquiera existía. O sea, de existir existía, pero apenas estaban rodándose las primeras primerísimas pelis de lo que después sería llamado pomposamente como La Meca del Cine (y los terroristas talibanes sin bombardear ululando ¡¡¡SACRILEGIO!!! todavía, miren ustedes). El caso es que en esa época había una guerra sorda (y a veces nada de sorda: a balazo limpio en ocasiones inclusive) entre el Trust, un grupo de productores de cine plegados a las patentes de Thomas Alva Edison, y los independientes, los piratas de inicios del XX, que querían rodar pelis sin pagar derechos de patente los muy sinvergüenzas (y que fundaron las mismas empresas que persiguen a los piratas de ahora... así nos cambia la vida...). No insistiremos porque ya hemos escrito sobre dicha guerra con anterioridad en Siglos Curiosos.

En la época estaba por ingresar al negocio un jovenzuelo que venía de una familia bien relacionada con la intelectualidad de la época, ya que dentro de la familia a lo menos extendida habían filósofos y dramaturgos, entre otras luminarias. Pero uno de los hermanos debió haberles salido medio tontorrón (la familia de hecho trató de disuadirle cuando supo de sus intenciones) porque quería dedicarse... al cine. A una forma de arte que al momento de contratar actores, si éstos eran famosos, exigían en sus contratos de manera específica que sus nombres no figuraran ni en los créditos ni en la publicidad, por lo degradante que era salir de las tablas para meterse al estudio (si supieran lo que le iban a pagar a Johnny Depp casi un siglo después por "Piratas del Caribe 4"...). El único problema era el mismo de tantos y tantos jóvenes que buscan trabajo por primera vez: sin experiencia. Sólo que en ese entonces, como se rodaba poco, nadie la tenía, así es que nadie le cerraba puertas en narices.

Gracias a un contacto previo, nuestro jovenzuelo consiguió permiso para visitar un lugar cerca de Bronx Park, en donde los esbirros de Edison estaban rodando. Allí vio como un camarógrafo ponía una cámara apuntando hacia un muro. Luego lo describió así: "El director dijo ACCIÓN. El cámara empezó a darle a la manivela. Salió una chica de detrás de un seto, saltó el muro y echó a correr, mirando de vez en cuando para atrás, aterrorizada porque la perseguía alguien a quien no se veía. Un hombre se encontró con ella, la paró y hablaron, sólo con mímica, naturalmente, pero gesticulando mucho". Nuestro jovenzuelo observador comentó después a sus asociados: "Si es así como hacen las películas, yo creo que después del primer año me conceden un título".

¿El jovenzuelo en cuestión? Un treintañero llamado Cecil B. DeMille, director de algunos de los más famosos epics de todos los tiempos, incluyendo "Sansón y Dalila" de 1949, y sobre todo su monumental "Los diez mandamientos" con Charlton Heston en 1956. El mismo que, en esta última peli (destinada también a ser la última suya, porque a continuación se puso a trabajar en "El bucanero", pero lo pilló la muerte antes), se dio a sí mismo el rol de... la voz de Dios hablando con Moisés en lo alto del Monte Sinaí. Sí, de ése tipo iba esta anécdota de Siglos Curiosos, acerca de que el cine lo rueda cualquiera (y viendo más que algunos zurullos abriéndose paso hacia las salas...).

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