Páginas

jueves, 6 de diciembre de 2012

Los almirantes amarillos.

A veces, los formulismos legales pueden llevar a situaciones muy tragicómicas. La parte cómica es para nosotros, claro, que nos reimos de los pobres diablos que sufren el asunto, y la trágica para los desgraciados que caen en alguno de esos agujeros negros administrativos, legales y burocráticos. Y en este caso hablamos de almirantes de la marina británica nada menos. Porque todos sabemos que estas historias son más sabrosas cuando son los poderosos quienes terminan humillados. La historia principia en los tiempos isabelinos, por allá por el siglo XVI, cuando la escuadra inglesa había crecido tanto, que fue necesario dividirla en secciones. Cada una de ellas llevó su propio color como identificación: el escuadrón rojo, el escuadrón azul y el escuadrón blanco (la estructura después se hizo todavía más complicada, pero para efectos conformémonos con esa explicación).

El punto crucial en la carrera de los oficiales de la Royal Navy era por supuesto pasar por el puesto de capitán. Por encima de capitán, hasta llegar a almirante, todo oficial debía tener el mando de una nave. Pero el rango de almirante era vitalicio: la única manera de perderlo era por expulsión deshonrosa después de corte marcial. A veces ocurrían casos como el de Provo Wallis, Almirante que nació en Mayo de 1791, y falleció en Enero de... 1892. Sí, falleció en ruta hacia los 101 años. En 1870 se promulgó una ley para proteger a los oficiales antiguos, por la cual no podía pasarse a retiro a nadie que hubiera mandado una nave en las Guerras Napoleónicas (sí, seis décadas antes), lo que era el caso de Wallis aunque fuera por haber servido unos poquitos días como capitán interino en... 1813. Y ahí estaba el porfiado Wallis sin morirse, obrando como tapón para que los siguientes no pudieran ascender hasta su destino natural. ¿Qué se hace entonces con los que vienen desde atrás, y no tienen el lugar libre para seguir ascendiendo? También podía suceder que un potencial almirante fuera juzgado mejor que otro... pero el otro debiera ser ascendido por antigüedad, obligando a buscar alguna clase de puente para que el más joven llegara hasta arriba, y dejar al más antiguo anclado abajo.

Una civilización más brutal hubiera recurrido al hacha, pero no la nación más flemática de la Tierra. De manera que para solucionar estos problemas, inventaron el ascenso sin mando. Es decir, se ascendía a la persona pero "se les olvidaba" darle el mando de una nave, por decirlo así. Por supuesto que esta práctica recibió su nombre coloquial. Ya hemos mencionado que cada almirante tenía mando de un escuadrón de colorcitos como papel lustre: blanco, azul, rojo... ¿Qué color entonces era el de los almirantes sin mando? La malicia les inventó el color amarillo, porque... ¿adivinan de qué color es la arena de la playa en donde estos pobres deben quedarse por no poder subirse con mando a ningún buque...? En inglés, a esta práctica la llamaron "yellowing" (traducible al castellano a lo bestia como "amarillear" o "volver amarillo"). To yellowing someone ("amarillear a alguien") vendría a ser entonces darle este ascenso sin mando de nave, dejarlo en la arena de la orilla a mirar melancólicamente los buques de guerra zarpando...

...y a rascarse neuróticamente los bolsillos de paso, porque había una humillación adicional. Aparte de presentarse en sociedad sin nada que mandar, y por lo tanto con un rango sin ocasión de mostrar su valía para el mismo, aparte de eso recibían sólo la mitad de la paga, porque la otra mitad sólo se entregaba en retribución por las fatigas y pesares del mando... De hecho, aunque con rango, era en todo un retiro de hecho, y era muy poco probable que llegaran a volver al servicio activo alguna vez.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario