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domingo, 17 de octubre de 2010

Una entrevista con Horace Gold.

Uno de los personajes más importantes en la Ciencia Ficción de los '50s fue Horace Leonard Gold, abreviado H.L. Gold. Escribió varias novelas de Ciencia Ficción, pero su mayor aporte al género fue haber sido editor de la revista Galaxy. Hasta los '50s, la principal revista del género, la que marcaba la pauta, era Astounding Stories (después rebautizada Astounding Science Fiction), pero tanto Galaxy como F&SF (The Magazine of Fantasy and Science Fiction) asumieron los cambios de orientación del género y tomaron el relevo. Gold fue entonces un hombre clave dentro de una época clave en el desarrollo del género. Lo que no impide que fuera un personaje curioso. La siguiente anécdota la refiere el sin par Isaac Asimov en sus incontinentes Memorias, de manera que cualquier cargo por inexactitud, ya saben a quién propinárselo.

Acudió Isaac Asimov a entrevistarse con él por primera vez en el salón de la casa de Horace Gold. En aquellos años, Asimov le vendía prácticamente toda su producción a ASF, de manera que abrirse mercado a Galaxy era sacar los huevos de una canasta para repartirlo entre varias. La entrevista iba bien, hasta que intempestivamente, Gold se levantó y se fue. Desconcertado, Asimov trató de averiguar con Evelyn Stein, la esposa de Gold, en qué había ofendido al anfitrión, pero ella le dijo que no era así en lo absoluto. Asimov se levantó, pero cuando llegaba a la puerta, sonó el teléfono. Evelyn tomó el auricular, y le dijo a Asimov: "Es para usted". La sorpresa de Asimov fue mayúscula cuando obtuvo la respuesta a sobre quién podría saber que a esas horas estaba visitando a Gold: era el propio Horace Gold. La conversación subsiguiente fue larguísima, con Asimov en el salón de Gold y éste en su propio dormitorio, siempre por teléfono.

Años antes de esto, Horace Gold había sido combatiente durante la Segunda Guerra Mundial. Y dicha guerra le había dejado serias secuelas mentales, en particular dos: agorafobia y xenofobia. Gold a duras penas salía de su departamento (suponemos que controlaba su trabajo editorial por teléfono), y le tenía un temor morboso a la gente extraña. No era antipatía ni mucho menos: cuando se trataba de hablar por teléfono, Horace Gold podía extenderse por horas y horas, para fastidio de muchos que debían tratar con él y que, seguramente, tendrían en algún minuto u otro que atender otros asuntos de importancia.

Finalmente, debido al enorme sufrimiento que le ocasionaba el tener que salir de casa para trabajar (no el trabajo, que eso lo sufre todo el mundo, sino el tener que abandonar la seguridad del hogar para ir a ese dantesco mundo exterior), en 1961 Horace Gold debió abandonar su trabajo editorial para siempre. El matrimonio con Evelyn Stein acabó en divorcio en 1957, pero de manera curiosa para su condición que le impedía toda vida social, Gold se las apañó para casarse de nuevo. Cargando su agorafobia a cuestas, falleció más de un tercio de siglo después, en 1996, a la provecta edad de 81 años.

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