Historias desopilantes, anécdotas curiosas, rarezas antiguas: bienvenidos a los siglos curiosos.
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domingo, 26 de septiembre de 2010
El hombre del Teatro de la Victoria.
Cuando se piensa en "el terremoto de 1906", generalmente se alude al que azotó a San Francisco, en Estados Unidos, en aquel año, y que ha sido algunas veces llevado incluso al cine. Pero entre 1905 y 1907, el planeta entero fue asolado por varios terremotos: los hubo en Honsiú (Japón), Colombia, las Islas Aleutianas, Nueva Guinea, Sinkiang (en China)... y también Valparaíso, en Chile, que es el lugar de nuestra presente anécdota. Por cierto, todos los terremotos mencionados sobrepasaron los 8 grados en la Escala de Richter.
Uno de los grandes orgullos del patrimonio arquitectónico de Valparaíso era el Teatro de la Victoria. Construido por el ingeniero Eduardo Fehrman, era considerado el colmo del refinamiento y del buen gusto. Antes del terremoto, el último tenor que había cantado había sido Antonio Paoli, uno de los más reputados en el mundo, y se le habían pagado nada menos que la (para ese entonces) portentosa suma de un millón de pesos.
Se consideraba a la construcción tan sólida, que se la creía a prueba de terremotos, y de hecho no poca gente buscaba cobijo allí en caso de movimiento telúrico. Y sin embargo el 16 de Agosto, cuando aconteció el terremoto, fue una de las primeras construcciones en venirse abajo. Aunque la siguiente crónica periodística en realidad es una especie de arrebato lírico, da buena cuenta del ánimo de la época por esto: "Fue la ruina más admirada en los días que siguieron a la catástrofe (...) No tenía nada que envidiarles a las más famosas ruinas de Italia y otros países de gran cultura, a las que acuden los viajeros impenitentes como el Coliseo Romano".
Finalmente, se resolvió que lo más práctico era demoler las ruinas. De manera que le aplicaron a los escombros una carga de dinamita, el 21 de Agosto, o sea, cinco días después del sismo. Un artículo periodístico de la época señala lo que sucedió entonces: "Cuando éstos volaron, quedó al descubierto un individuo, que estaba vivo y sano, pero hecho un esqueleto. Había estado enterrado ciento doce horas sin ningún alimento". No hay razón para suponer que el periodista mienta o exagere, pero la historia sigue siendo desconcertante: al pobre hombre no sólo se le desplomó encima un teatro que se consideraba inexpugnable, sino que además es liberado de los escombros encima suyo por una carga de dinamita que no le causa ningún daño de consideración...
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