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domingo, 13 de junio de 2010

El automóvil de Isaac Asimov.


Aunque las Memorias de Isaac Asimov son riquísimas en anécdotas de todo calibre, no todas ellas son aprovechables para un blog respetable de Historia como Siglos Curiosos, que usted está leyendo ahora. Algunas simplemente no son tan curiosas o trascendentes, mientras que otras tienden a dejarlo bien parado, y ya sabemos lo desconfiados que debemos ser cuando el propio narrador es el héroe del cuento. Pero también Asimov confiesa haber recibido algunas lecciones. Además, ésta me simpatizó porque muestra a los escritores de Ciencia Ficción como seres mundanos, iguales a todos. Lo que, pensándolo bien, hace reflexionar sobre de dónde diablos sacan sus extravagantes ideas.

Pero dejando a un lado el discurseo anterior, vamos al grano. Asimov se crió sin ser adicto al automóvil. Su familia nunca salía para ninguna parte porque su modus vivendi dependía de una tienda de caramelos, las que deben estar abiertos domingos sí y festivos también, y en vacaciones ni hablar. El transporte público era barato, y además Asimov era bueno para caminar, de manera que el tema de un automóvil nunca se le planteó. Las cosas cambiaron cuando, después de mudarse a Boston por motivos de trabajo, vivía en las afueras de la ciudad (eran los '50s, el tiempo en que los ciudadanos de Estados Unidos abandonaban el casco urbano tradicional de las ciudades para emigrar a los suburbios), y por lo tanto el tema de la movilización se le planteó de manera aguda, si es que quería conservar su trabajo. De manera que, renuentemente, accedió a comprarse un automóvil. Con espíritu un tanto miserable, esperaba que su esposa aprendiera a conducir y le sirviera de chofer, pero ella se negó en redondo, y el propio Asimov no tuvo más remedio que aprender.

Pero pasado el resquemor inicial, Asimov descubrió que le encantaba conducir, y se compró un modelo Plymouth. Y empezó a manejarlo con todo el orgullo de un flamante nuevo propietario. Hasta que un día se encontró con otro escritor de Ciencia Ficción llamado Lyon Sprague De Camp, con quien eran buenos compinches. Para hacernos una idea, Asimov escribe de De Camp: "Parece formidable y reservado, pero él no es así. Es (aunque parezca increíble) tímido". Cosa rara entre los escritores yankis, De Camp permaneció casado con una única mujer, durante sesenta años, hasta su muerte.

Volviendo a nuestra historia, el caso es que Asimov empezó a alardear frente a este personaje acerca de lo rápido que podría conducir de Filadelfia a Nueva York, y De Camp en respuesta le dijo:

-- Adios, Isaac.

-- ¿A dónde vas, Sprague?

-- A ninguna parte, pero si conduces un coche a semejante velocidad, no vivirás mucho y por eso me despido ahora.

Dejaré que Asimov en sus propias palabras complete la anécdota: "Aprendo rápido, así es que reduje la velocidad"...

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