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jueves, 13 de mayo de 2010

¡Denos la respuesta, señor Carroll!

Cuando uno abre un libro, espera encontrar un universo ordenado y coherente. La vida de por sí suele estar frustrantemente desprovista de respuestas, y por lo tanto, tendemos a esperar que en los libros si haya alguna. Así es como los lectores suelen defraudarse si el jovencito no consigue sobrevivir a todos los peligros para casarse con la princesa, a pesar de que en la vida real una aventura de ésas difícilmente podría tener lugar (y de hecho, suelen ser más recurrentes en la ficción que en la realidad). Es indudable que los lectores de "Alicia en el País de las Maravillas" también esperaban que el universo de Alicia fuera una especie de "caos ordenado", un universo distinto al nuestro, pero en el cual, en definitiva, existieran todas las respuestas a las cuestiones planteadas dentro de ese universo. Y sin embargo...

En la escena de la merienda de los locos, quizás una de las escenas más famosas de la novela (si no la más famosa a secas), Alicia acaba sentándose a tomar el muy británico five o'clock tea con tres contertulios, uno de los cuales casi no participa porque está completamente dormido (el Lirón, de manera no demasiado sorprendente), y los otros dos están locos de remate (el Sombrerero por un lado, y la Liebre de Marzo por la otra). Y de pronto, el Sombrerero se deja caer con la siguiente adivinanza: "¿En qué se parece un cuervo a una mesa de escribir?".

¿¿¿YA ADIVINARON EN QUÉ SE PARECEN...???

¿¿¿NO...???

Pues sigan leyendo...

En un minuto Alicia decide que sabe la solución, y la anuncia. La Liebre de Marzo pregunta con sorpresa, y le espeta que la comparta. Pero Alicia le da vuelta a todo lo que sabe sobre cuervos y sobre mesas de escribir, y finalmente, cuando le preguntan por la respuesta, dice: "¿Has encontrado ya la solución a la adivinanza?". Alicia replica: "Pues no, me doy por vencida. ¿Cuál es la respuesta?". El Sombrerero (el que la había planteado en primer lugar) responde: "No tengo ni la menor idea". Y la Liebre de Marzo remata: "Ni yo".

Y eso sería todo... De no ser por el visible fastidio de los lectores. Que pronto le hicieron llegar a Carroll varias cartas preguntándole por la solución a la adivinanza. Finalmente éste, hastiado, en el prefacio a una reedición de 1896 (¡31 años después de la publicación original!), escribió: "Se me han dirigido tantas preguntas sobre si puede imaginarse alguna solución a la adivinanza del Sombrerero que he decidido dejar constancia de una que me parece bastante apropiada; a saber: 'en que ambos producen algunas notas, aunque sean muy planas; y que nunca se los coloca mirando para atrás'. Sin embargo esto no se más que algo que se me ha ocurrido luego; la adivinanza, tal y como la inventé originalmente, no tenía solución"...

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