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domingo, 8 de noviembre de 2009

Y los antiguos pecadores en realidad eran...

Johann Jakob Scheuchzer no podía imaginarse (y de haberlo sabido, quizás hubiera espumeado de impotencia) que sus desvelos por probar como ciertas las palabras de la Biblia, iban a terminar por pavimentar el camino a la investigación paleontológica moderna. Scheuchzer (1672-1733) escribió una serie de tratados históricos, pero también fue un naturalista convencido, que hizo algunas interesantes expediciones geológicas. Como mucha gente de su tiempo, se tomaba las palabras de la Biblia de manera casi literal, y hombre creyente como era, encaminaba sus esfuerzos a probar que el relato bíblico era una vívida y certera descripción de la Historia de la Tierra.

En 1705 rondaba cerca de las colinas de Altdorf, en las cercanías de Nüremberg, cuando de pronto hizo un hallazgo sensacional. Rondando las cercanías de la colina que servía de patíbulo a la ciudad de Altdorf, dio con algunos huesos, en apariencia vértebras. Quizás alguien antaño los hubiera visto, y los hubiera confundido con los huesos de algún ahorcado. El caso es que Scheuchzer recogió los huesos, que en realidad eran piedras (fósiles, aunque en esa época todavía el tema no se entendía bien), y creyó tener en sus manos uno de los hombres anteriores al Diluvio. Anunció su descubrimiento urbi et orbi, pero la comunidad científica le miró con desdén. En ese tiempo se conocía bien la existencia de los fósiles, no se crea que no, pero se le atribuía esto a la "vis plastica", a formaciones caprichosas de la naturaleza sin otro significado. El golpe de gracia vino cuando Johann Jakob Baier analizó los dichosos huesos, y anunció que... ¡eran huesos de pescado!

Pero Scheuchzer no cejó. Poco después, cayó en sus manos, por obra de un cantero de la ciudad de Öningen, en Baden, otro esqueleto distinto. El entusiasmo de Scheuchzer acabó por convencer a todos de que era el esqueleto de un ser humano, un "antiguo pecador" que había perecido en tiempos anteriores al Diluvio. Su tratado fue llamado con el colorido título de "Un verdadero y extraño monumento de las estirpes humanas malditas del primer mundo", y salió publicado en 1726. En cuanto al esqueleto, fue vistosamente llamado "Homo diluvii testis" ("Evidencia del hombre del Diluvio"). Scheuchzer estaba equivocado, por cierto, pero al menos hay que atribuirle el mérito de poner de una vez por todas el tema de los fósiles encima de las polvorientas mesas científicas de comienzos del siglo XVIII.

Scheuchzer murió sin llegar a saber la verdad. Su primer fósil no era un viejo pecador, pero tampoco un pescado. En realidad, según se determinó después, eran vértebras de un... ¡ictiosaurio!, una especie de reptil acuático parecido a los delfines de hoy en día. En cuanto al fósil de la cantera, el error era incluso más grotesco, a la luz de nuestros conocimientos de hoy en día: tampoco era un viejo pecador. En 1812 se determinó que no era otra cosa, sino una gigantesca especie, hoy en día extinta... de salamandra.

2 comentarios:

  1. Ironías de la ciencia y de la historia.
    Encuentras pecadores y después te salen ranas. Antes eso solo acurría con los piadosos.

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  2. En la historia de la ciencia suele repetirse que toda la evidencia está allá afuera para quien sepa observarla... pero muchas veces pasa sin ser vista porque los investigadores, con sus prejuicios culturales, se niegan siquiera a considerar la posibilidad de que la explicación más sencilla y obvia (que sus prejuicios estén equivocados) sea también la correcta.

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