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jueves, 6 de agosto de 2009

Bombas nucleares para demoler asteroides.


Gracias a películas como "Armagedón" e "Impacto Profundo", la idea de destruir a pepinazos nucleares un asteroide, como medida de seguridad para evitar que alguno de ellos impacte y arrase la Tierra (bueno, la civilización humana al menos) es un lugar común de la cultura popular. No corresponde hablar aquí de las dificultades técnicas de la empresa (esto es Siglos Curiosos y no High-Tech Curioso), pero nos referiremos brevemente a los peculiares orígenes de la idea.

La bomba nuclear fue diseñada, por supuesto, como arma de guerra, pero debido a que su uso era un poco complicado (por el casi insignificante detalle de que quien dispara primero muere segundo por el ataque de represalia), se fueron acumulando en los silos y bodegas nucleares, producidos con la esperanza de no ser usados jamás, y por lo tanto, siendo un desperdicio de recursos a medida que caían en la obsolescencia. Las superpotencias, por lo tanto, decidieron explorar las posibilidades de uso pacífico de la energía nuclear (de las bombas atómicas acumuladas y en curso de obsolescencia, entiéndase).

A mediados de la década de 1970, el técnico ruso Vadim Simonenko recibió el encargo de explorar los usos pacíficos de la bomba nuclear. En aquellos años se hablaba sobre la posibilidad de usar explosiones atómicas en labores de excavación (nivelar montañas, cavar canales...). Podía usarse para ello un dispositivo con forma de torpedo, que por su forma tendía a concentrar la energía de la explosión en forma lateral, algo ideal para excavaciones. La idea demostró, a la larga, ser poco viable, probablemente por lo impracticable que habría de quedar el terreno debido a la radiación subsiguiente. Después, la Unión Soviética cayó, y las investigaciones en el rubro cesaron. Pero Vadim Simonenko encontró tiempo para reflexionar sobre el problema de los asteroides. De esta manera, diseñó dos estrategias para combatir asteroides. Para los más grandes bastaría con detonar una carga nuclear en su superficie para desviar su órbita. Para una roca espacial más pequeña: "Sería más sencillo, la vaporizamos".

Por supuesto que el trabajo de Simonenko no es único, y se han hecho trabajos similares del lado estadounidense de la Guerra Fría. Puede afirmarse así que la técnica para liquidar un asteroide asesino en curso de colisión con la Tierra existe (si bien sería enormemente cara, claro está). Pero hay otros problemas subsiguientes. En 1966 entró en vigencia el Tratado del Espacio Exterior, que prohibe entre otras cosas la nuclearización del espacio extraplanetario. Lanzar una bomba atómica contra un asteroide implicaría infringir el tratado, algo necesario para la supervivencia humana, pero muy malo para un escenario de "el día después", por aquello de la política (¿en qué quedaría el tratado después?). Quizás algún día esto pase, y surja de aquí un poco más de material para Siglos Curiosos...

NOTA DE SIGLOS CURIOSOS: Este posteo está dedicado a la memoria de Sergio Meier Frei (1966-2009), escritor chileno de Ciencia Ficción.

1 comentario:

  1. ...una solución posible (2)...para darle impulso: un hueco en su superficie (excavado por astronautas, o por sucesivos impáctos nucleares en el mismo sitio) y dentro una carga nuclear: el material superficial del asteroide, o cometa, volatilizado por la radiación nuclear gamma, etc. (en el Espacio, al no haber aire, no hay onda expansiva) sale eyectado como en la tobera de un cohete (también podemos impulsar un asteroide ligero para hacerlo chocar, usándolo como un misil, contra otro asteroide o cometa mucho más masivo). Los misiles que hay balísticos de guerra no sirven, están diseñados para llegar de continente a continente. Solo vale un cohete que pueda poner en órbita interplanetaria la carga, como los multi-fase que colocan en órbita geoestacionaria los satélites (es necesario tenerlos preparados ya en un Comando Espacial, con las cargas nucleares controladas y guardadas por un Organismo Internacional, solo para ello)...("El Asteroide del Fin del Mundo": W.Cox, y H. Chestek).

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