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jueves, 11 de junio de 2009

Los mayas no pueden haber sido tan inteligentes.


Hace varios meses atrás comentábamos en Siglos Curiosos como los arqueólogos europeos no se gastaban investigando el Sudán, en la creencia de que esas tierras pobladas por negros no eran dignas de producir ninguna civilización, y siguieron pensando así aunque algunos esforzados pioneros empezaron a obtener evidencia cada vez más contundente de que pueblos de raza no blanca (los kusitas, en este caso) podían erigir una civilización por sí mismos. Otro tanto ocurrió con los mayas en América. Porque se conocía la existencia de sus ruinas desde el siglo XVIII, pero nadie hizo demasiado por investigarlas, en la convicción de que debía tratarse seguramente de alguna clase de monumental malentendido.

Durante el gobierno de Carlos III de España (1759-1788) llegaron a la corte española ciertas noticias de que había ruinas muy curiosas en la región de Palenque. Carlos III era en general un monarca más o menos progresista, tanto como podían serlo los reyes absolutos sin hacer tambalear su trono (estaba de moda el "despotismo ilustrado"), y tenía un razonable interés en la cultura. En la época se estaba poniendo de moda la Arqueología, debido al creciente interés por las ruinas grecorromanas, y Carlos III no fue inmune a la epidemia. De manera que envió al capitán Antonio del Río a sus dominios mexicanos, con la misión de encontrar, explorar, inspeccionar y dar reporte sobre aquellas ruinas.

Antonio del Río llegó a Palenque el 5 de Mayo de 1787. Luego de una breve inspección se marchó, regresando trece días después, con un equipo de 79 trabajadores. No se puede decir que no se esforzaran: despejaron la vegetación, retiraron piedras caídas de las entradas, recogieron cuanta muestra de alfarería estuvo a su alcance, y se aventuraron en los pasadizos subterráneos cuyas entradas pudieron localizar. Lo que apareció entonces hizo enmudecer de asombro a los españoles, no sólo por lo vasto de las ruinas, sino también por las señas de que había existido un complejo sistema de acueductos en la ciudad. Tanta tecnología en medio de una civilización maya, que a Antonio del Río se le antojaban poco menos que un puñado de brutos campesinos, le hizo creer que aquella ciudad era la obra de un grupo de aventureros fenicios, griegos, romanos, o de cualquiera otra nación avanzada de la Antigüedad, que habían enseñado a los lugareños todo lo que ellos mismos, como buenos salvajes que eran, jamás habrían podido inventar por sí mismos.

Recién en 1881, el militar británico Alfred Percival Maudslay afrontó nuevamente el reto de investigar las ruinas mayas con detención. Para esas fechas se habían hecho ya algunos otros hallazgos, incluyendo la fastuosa Chichén Itzá, así como Copán y Tikal; Maudslay añadiría Yaxchilán al listado. El británico se abocó a la complicada misión de descifrar los jeroglíficos mayas, y no pudo conectarlos con las escrituras del Viejo Mundo. Tampoco había en las ruinas mayas nada que sugiriera conexiones culturales con Grecia o Roma. Su conclusión fue atronadora para su tiempo, pero esencialmente correcta: los mayas habían creado en dicha región una civilización prácticamente autógena (hoy en día se acepta que recibieron lo esencial de su legado histórico de un pueblo anterior, los olmecas, si bien los mayas lo mejoraron grandemente). Y defendió sus ideas en un compendio de cinco volúmenes sobre la naturaleza agreste y las ruinas arqueológicas de los mayas, publicado en 1902. Maudslay tuvo entonces el gran mérito de haberles dado a los mayas su más que bien merecido lugar en la Historia Universal, en pie de igualdad con griegos, romanos, egipcios o chinos.

3 comentarios:

  1. Excelente General, muy pero muy buena. Saludos

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  2. Gracias por las felicitaciones, y saludos igualmente.

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  3. La civilización Maya,lejos la mejor de la era precolombina dejarón grandes legados a la humanidad astrónomos, matemáticos inventarón el 0 calendarios casi exactos GENIOS !!!

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