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jueves, 4 de diciembre de 2008

García de la Cuesta y los ingleses.

Durante los seis años que van desde 1808 a 1814, los españoles consiguieron resistir con ímpetu la arremetida de una ocupación napoleónica frente a la cual tan poco alemanes e italianos habían conseguido tratando de enervarla. Pero la defensa española contra los franceses se vio gravemente lastrada por la actitud de Gregorio García de la Cuesta, el comandante supremo de las fuerzas españolas, quién durante la parte de la conducción de la campaña que le tocó dirigir, fue más un lastre que un beneficio para sus propios hombres.

Gregorio García de la Cuesta había nacido en 1741, y por lo tanto cumplía 67 años en el año de la invasión napoleónica a España. Entró en guerra apenas durante la Guerra de la Primera Coalición contra Napoleón (1793-1797), pero no tuvo una real oportunidad sino hasta la invasión napoleónica. Libró algunas batallas, y no obtuvo ninguna victoria o derrota que fuera decisiva. El 26 de Marzo de 1809, durante la Batalla de Medellín, sufrió un accidente decisivo, cuando fue herido en pleno combate, y luego pisoteado por su propia caballería. Prosiguió en el mando, eso sí, pero casi como un completo inválido, algo que si es complicado en un oficial al mando de por sí, es peor aún si se trata de un oficial de caballería, que supuestamente debe montar a caballo para liderar las operaciones.

Ni corto ni perezoso, García de la Cuesta decidió entonces hacerse transportar por un coche enorme y pesado, que era tirado por nueve mulas. Huelga decir que la movilidad de su ejército se resintió gravemente con esto. Además, estaba incapacitado para inspeccionar y reconocer por sí mismo el terreno, condición esencial para que un ejército pueda aprovechar las oportunidades del campo de batalla al máximo. Gregorio García de la Cuesta se refugió entonces en un verdadero mundo de fantasía sobre la marcha de la guerra, y tomaba sus decisiones militares basados en sus especulaciones mentales.

García de la Cuesta debió unir fuerzas con el Duque de Wellington, el gran estratega inglés que años después le infligiría la derrota decisiva a Napoleón Bonaparte en la Batalla de Waterloo, y que por esos años prestaba su asistencia con sus tropas a la causa española en la península ibérica. A pesar de que García de la Cuesta veía a Wellington poco menos que como un aprendiz, Wellington trató al militar español con enorme tacto, minimizando hasta cierto punto los roces entre las tropas inglesas y españolas. Aún así, en los preparativos de la Batalla de Talavera, librada entre los días 27 y 28 de Julio de 1809, no fue necesario un intérprete entre Wellington y García de la Cuesta: cualquier sugerencia que hacía el inglés, García de la Cuesta la respondía con un enfático "¡No!". Años después, con delicadeza, Wellington diría de García de la Cuesta que era "tan obstinado como lo sería cualquier caballero al frente de su ejército", y "demasiado viejo y carente de talento para conducir de forma adecuada los confusos y grandes asuntos que comporta una batalla".

El ciertamente macabro espectáculo que daba este viejo porfiado e inválido guiando un ejército de manera tan desastrosa, acabó en 1810, cuando un derrame cerebral obligó al anciano general a retirarse. Falleció un año después, a consecuencias del mencionado derrame.

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