La historia medieval del Islam y de la India están íntimamente ligadas, en particular desde que el caudillo musulmán Mahmud de Gazna cruzó el Hindu Kush desde Asia Central y se creó un efímero imperio en dichas regiones, hacia el año 1000. Los musulmanes habían ingresado a la India desde a lo menos dos o tres siglos antes, pero era la primera vez que el Islam jugaba un papel político relevante en la península. Aún así, la mayor potencia musulmana de la India estaba por venir. A comienzos del siglo XIII surgió el Sultanato de Delhi, gobernado por una casta muy particular de sultanes: los llamados Reyes Esclavos.
La India había caído, a finales del siglo XII, en el caos político más absoluto. En medio de este vacío de poder, una serie de hordas invasoras persas, afganas y turcas se dejaron caer desde el noroeste (la ruta tradicional de invasión a la India, desde los arios en el siglo XVI a.C. y Alejandro Magno en el siglo IV a.C. hasta Babur en el XVI d.C.). Como era de esperarse, tratándose de meznadas dirigidas por líderes ambiciosos, éstos entraron en guerra civil, sin que ninguno pudiera estabilizarse en el poder. Muchos de éstos líderes guerreros musulmanes eran antiguos esclavos elevados hasta lo más alto del generalato o el Sultanato, algo que era natural para los musulmanes, pero que seguramente hería en lo profundo el sentimiento de casta de los hindúes. De ahí que pasaran a la historia como los "Reyes Esclavos".
Hacia 1210, por los expedientes habituales de la traición y la fuerza, el Sultán Iltutmish llegó a ser el líder supremo. Este tuvo el buen tino de buscarse una fuente de legitimidad ajena, y para ello se volvió hacia Bagdad. En 1229 consiguió que el Califa de Bagdad, a la sazón completamente inoperante en lo político, prisionero y secuestrado como lo estaba en manos de su guardia personal turca, pero con mucho prestigio en el exterior (lo bastante lejos como para que no pudieran verle lo debilitado que estaba como símbolo de la unidad de los musulmanes), reconociera oficialmente sus credenciales. Iltutmish no perdió tiempo en convocar a una vasta asamblea en Delhi, y dio solemne lectura al diploma de investidura, que desde entonces lo legitimaba como monarca, quizás no ante todos, pero sí ante la gran fracción de musulmanes que se contaban entre sus súbditos. Luego dio paso a dos gestos simbólicos trascendentales: la jutba (oración) en la Mezquita de Delhi pasó a rezarse en nombre del Califa, y se acuñaron monedas con el rostro de Mustansir, el Califa de Bagdad.
Esto creó una situación bastante paradójica, porque en el Sultanato de Delhi había pasado a ser costumbre política que el mando no se transmitía por herencia, como en otras dinastías, sino de esclavo a esclavo. Por ende, el único factor de legitimidad al cual podían aferrarse los Sultanes sucesivos, era el reconocimiento que se hiciera de su sumisión al lejanísimo Califa de Bagdad, como comendador de todos los creyentes musulmanes. Lo que originó una crisis de proporciones, cuando en 1258 los mongoles tomaron, saquearon y arrasaron Bagdad, el último Califa murió, y el Califato simplemente desapareció. Los posteriores Sultanes de Delhi, entrampados en su propia estructura de legitimidad política, se vieron obligados entonces a seguir acuñando monedas y a seguir recitando la jutba en nombre del Califa Mustasim, el último Califa de Bagdad, como si éste no hubiera sido asesinado por los mongoles, simplemente porque de no hacerlo así, se acababa la legitimidad de su propio poder. Esta situación macabra y fantasmal en la que los Reyes Esclavos seguían reconociendo oficialmente a un Califato que ya no existía, se prolongó más de treinta años, hasta que Aladino Muhammad Shah I (1295-1315) recurrió al expediente de renunciar a la acuñación de monedas con el rostro del Califa, y tomar el título de Yamin-al-Jilafat Nasir Amiril-Muminim ("La mano derecha del Califato, el sostenedor del jefe de los fieles"), aunque en realidad el Sultanato nunca había sostenido al Califato, y menos ahora que el Califato llevaba casi cuatro décadas extinguido. Pero esto bastó para tranquilizar las conciencias culpables de los musulmanes, y los Sultanes de Delhi pudieron seguir gobernando de manera más o menos tranquila en lo sucesivo. Esto, hasta que una invasión mongola terminó en la conquista de Delhi, en 1526.
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