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jueves, 6 de marzo de 2008

Ese joven llamado Kepler...


Todos los jóvenes creen que van a cambiar el mundo. Después, el mundo se las arregla para cambiarlos a ellos. El astrónomo alemán Johannes Kepler (1571-1630) no fue ninguna excepción.

Kepler es recordado ante todo por su fenomenal descubrimiento de las llamadas Tres Leyes de Kepler, que rigen el movimiento de los planetas. En ese tiempo (1619) eran un avance monumental, si bien cuando a finales del mismo siglo (en 1682) Isaac Newton publicó sus trabajos sobre la gravedad, se comprobó que las leyes keplerianas eran casi corolario de las newtonianas. De todos modos, Kepler las dedujo a punta de matemáticas, sin el cálculo infinitesimal que tanto ayudó a Newton, y sin siquiera tener el concepto de "gravedad", y manejar uno muy laxo de "fuerza".

Por eso, puede parecer un poco sorprendente que Kepler, que tanto hizo por la ciencia astronómica en su madurez, en su juventud se dedicara a los desvaríos místicos y filosóficos, por ese entonces más o menos de moda gracias a hombres como Giordano Bruno. A los 26 años publicó su obra de juventud, el "Mysterium Cosmographicum", que es en realidad más especulación mística que verdadera ciencia. Concretamente, se basó nada menos que en las tesis de ¡Pitágoras!, para sacar adelante sus "investigaciones". Preguntándose por el número de los planetas, le pareció una bonita coincidencia que hubieran sólo seis (Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter y Saturno, puesto que los siguientes no se conocían), y que hubiera sólo cinco cuerpos sólidos perfectos (el tetraedro, el cubo, el octaedro, el dodecaedro y el icosaedro, y Euclides había probado que no existían más). Así es que dijo simplemente que en cada separación había una esfera cristalina que tenía la forma de un cuerpo sólido perfecto.

Si Kepler hubiera quedado en ese punto, de seguro sería considerado no un gran científico, sino un charlatán superlativo. Afortunadamente, después fue contratado como matemático ayudante de Tycho Brahe, lo que le permitió acceder a sus observaciones. Concretamente, descubrió que (lo que después se llamó la Primera Ley de Kepler) los planetas se mueven no en círculos, la "forma perfecta" según los filósofos, sino en elipses con el Sol en uno de sus focos. Contradiciéndose su modelo universal con esta observación, optó valientemente por los hechos y dejó arrumbada a un lado la Filosofía. Gracias a este paso, emergió el Kepler matemático en forma, que por suerte para él y para la posteridad, acabó por arrumbar al Kepler místico en su mundo de ensueños y quimeras.