Desde antiguo, la gran variedad de criaturas animales y vegetales que existen han llamado la atención de los investigadores, quienes han propuesto métodos más o menos científicos para clasificarlas, y así poder estudiarlas mejor. La edad de oro de los taxonomistas, aquellos científicos dedicados al reconocimiento y clasificación de las especies, comenzó hacia finales del siglo XVI, pero fue con Carlos Linneo que alcanzó su madurez, en el siglo XVIII. La poderosa obra de Linneo, sin embargo, oscurece un tanto la de otros esforzados científicos que hicieron también su correspondiente aporte, los cuales merecen una nota que los rescate del olvido universal.
Uno de estos predecesores, quizás el más brillante de ellos, fue el británico John Ray (1627-1705). Hoy en día parece una idea banal el considerar que la clasificación de los seres vivos debe realizarse especie por especie y género por género, pero por increíble que parezca, en el siglo XVII ésta era una idea que no había cuajado bien. Ray insistió majaderamente que ninguna especie se forma a partir de la semilla de otra especie distinta, y con esto introdujo en definitiva el concepto de "especie" en Biología. También fue uno de los primeros que olvidó centrarse en una o dos características de cada especie para establecer sus criterios de distinción (razón por la que otros criterios anteriores eran tan arbitrarios), y consideró a la especie como un todo. A John Ray se deben clasificaciones hoy en día tan elementales, como separar a las plantas que tienen un cotiledón (monocotiledóneas), de aquellas que tienen dos (dicotiledóneas). También el haber fijado un concepto moderno de "pez", y por lo tanto, de sacar de la lista de peces a los castores, las focas y los hipopótamos, hasta entonces incluidos por su gusto de vivir en el agua. Entre 1686 y 1704 publicó su "Historia generalis plantarum", en tres tomos, en la que describe la friolera de 18.600 especies vegetales; puede parecer poco para hoy en día, que se conocen unas dos millones (incluyendo microorganismos), pero para su tiempo eran una enormidad.
Aunque John Ray aparece como un adelantado para su época, lo cierto es que no pudo sustraerse al espíritu de su tiempo. Así, era una persona profundamente religiosa, y consideraba que sus avances en el libro de la vida eran también avances en el Libro de Dios. Sus miles de especies clasificadas eran para él, como lo escribe en su obra "La sabiduría de Dios" (1691), una muestra del poder del Dios Omnipotente. Aún así, se las arregló para rechazar profundos errores científicos comunes en su tiempo, como la generación espontánea, o la noción de que las plantas carecían de sexualidad, y fue capaz de reconocer que los fósiles eran restos de criaturas vivas antiguas y petrificadas.