Aunque la Tierra flota sobre un mosaico de placas tectónicas que se deslizan como cabareteras sobre un escenario, este movimiento es tan desesperantemente lento que se mide no por tiempos históricos sino geológicos. Por lo tanto, se puede afirmar que la geografía terrestre ha permanecido fundamentalmente invariable desde que se retiraron los glaciares y comenzó el Holoceno, hace unos diez o doce mil años atrás, y que durante todo ese tiempo la geografía terrestre ha permanecido más o menos igual. Por eso, la historia de la brevísima isla Myojin es peculiar. Porque esta isla surgió durante una erupción volcánica marina, sólo para hundirse cinco días después.
Existe un archipiélago llamado las "Islas Izu", al sur de la Península de Honshu, o sea, al sur de Tokio, en Japón. Resulta que estas islas son sumamente volcánicas porque están cerca de una confluencia de placas tectónicas; de hecho, la cadena de islas se detiene justo en el punto donde confluyen nada menos que tres placas tectónicas, creando una enorme zona de inestabilidad vulcánica.
El 18 de Septiembre de 1952, mientras navegaba por una zona de las Islas Izu conocida como las Rocas Bayonesas, el navío japonés Shikine Maru fue testigo de un evento impresionante. A las 09:20 horas, a unos 1500 metros de profundidad, empezó una violenta erupción volcánica submarina; por cierto, la existencia del Myōjin-shō, el volcán submarino en cuestión, era conocida desde al menos 1869. Sin embargo, la sorpresa fue mayúscula cuando horas después, en el transcurso de la tarde del mismo día, la lava solidificada alcanzó la superficie, sin que el volcán dejara de tronar, al tiempo que nubes de azufre empezaron a esparcirse por la atmósfera. Una columna de vapor se abrió pasó así entre bolas de fuego, rayos y truenos.
Tras varios días escupiendo lava alegremente, y después de alcanzar más o menos los 10 metros por sobre el nivel del mar, la isla en cuestión terminó de hundirse en el transcurso del día 23 de Septiembre del mismo año. Sin embargo, no se marchó sin un acto final. Porque en la zona, y exactamente sobre la ubicación de la isla hundida, se instaló el Kaiyo Maru, una nave japonesa de investigación científica. El volcán decidió entonces, con un negro sentido del humor, lanzar su andanada final, y se tragó la nave. El saldo de la tragedia ascendió a 31 muertos, incluyendo a los nueve científicos destacados a bordo de la nave para investigar la erupción.
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