Una queja generalizada entre los defensores de los derechos de la mujer, es el escaso papel que se les otorga en la mayor parte de las crónicas históricas, a las que acusan de ser androcéntricas (centradas en el macho humano), y despreciando el rol de las mujeres. A despecho de cuánto haya de realidad y cuánto de victimización en esto, bien podemos decir que en Literatura hay muchas mujeres que han conseguido destacarse. Sin embargo, para encontrar una nube de escritoras mujeres de categoría, en vez de figuras aisladas, quizás haya que volverse a una de las sociedades más conservadoras y tradicionalistas conocidas: el Japón. Y para colmo, no al Japón moderno, sino al Japón de la Era Heian, la época cultural más brillante de toda la historia japonesa...
A pesar de que sus mitos nacionales hacen remontar el origen de la civilización japonesa nada menos que a la diosa Amaterasu, en realidad las bases de ésta parecen haber tenido una procedencia más prosaica, ya que en los siglos precedentes, el Japón había sido civilizado desde China por los monjes budistas, y por lo tanto, la élite cultural japonesa tenía a bien escribir y filosofar en chino, despreciando el japonés como un idioma rudo y estéril.
En la época, las mujeres de palacio vivían recluidas en gineceos especialmente construidos para ellas, e incluso las emperatrices no eran sino dóciles marionetas en manos de sus parientes masculinos. Las mujeres no podían elegir a su marido, y debían aceptar la poligamia (aunque, por otra parte, podían heredar, tener propiedades, y recibir cierta educación). Por la condición social inferior de la mujer, ningún varón letrado perdía el tiempo enseñándoles las lindezas y filigranas del chino, idioma oficial de la filosofía y la "buena literatura" en el Japón de la época. Abandonadas culturalmente a su suerte, estas mujeres empezaron a escribir no en chino sino en japonés, como divertimento o matarratos, sin otra técnica literaria que la inventada por ellas mismas en el camino, y a cambio con un sentimiento y espontaneidad que los eruditos escribientes en chino no eran capaces de emular, asfixiados por el peso de una tradición cultural china que les caía impuesta y como un producto acabado desde el exterior.
A la larga, sucedió por eso mismo que las mujeres de la corte de Heian fundaron el grueso de la tradición literaria nacional japonesa, y sus inocentes obritas destinadas a pasar el rato entre ellas se transformaron en las más antiguas joyas literarias conservadas en el idioma japonés, y aquellas que permitieron alcanzar a dicho idioma un estatus y rango de lengua apta para la literatura. Sólo en el campo de la poesía, los varones se dignaron a hacer algunos aportes, pero en el campo de la narrativa japonesa, las mujeres Heian son sin duda las campeonas absolutas... aunque sea por deserción del rival masculino.
A pesar de que sus mitos nacionales hacen remontar el origen de la civilización japonesa nada menos que a la diosa Amaterasu, en realidad las bases de ésta parecen haber tenido una procedencia más prosaica, ya que en los siglos precedentes, el Japón había sido civilizado desde China por los monjes budistas, y por lo tanto, la élite cultural japonesa tenía a bien escribir y filosofar en chino, despreciando el japonés como un idioma rudo y estéril.
En la época, las mujeres de palacio vivían recluidas en gineceos especialmente construidos para ellas, e incluso las emperatrices no eran sino dóciles marionetas en manos de sus parientes masculinos. Las mujeres no podían elegir a su marido, y debían aceptar la poligamia (aunque, por otra parte, podían heredar, tener propiedades, y recibir cierta educación). Por la condición social inferior de la mujer, ningún varón letrado perdía el tiempo enseñándoles las lindezas y filigranas del chino, idioma oficial de la filosofía y la "buena literatura" en el Japón de la época. Abandonadas culturalmente a su suerte, estas mujeres empezaron a escribir no en chino sino en japonés, como divertimento o matarratos, sin otra técnica literaria que la inventada por ellas mismas en el camino, y a cambio con un sentimiento y espontaneidad que los eruditos escribientes en chino no eran capaces de emular, asfixiados por el peso de una tradición cultural china que les caía impuesta y como un producto acabado desde el exterior.
A la larga, sucedió por eso mismo que las mujeres de la corte de Heian fundaron el grueso de la tradición literaria nacional japonesa, y sus inocentes obritas destinadas a pasar el rato entre ellas se transformaron en las más antiguas joyas literarias conservadas en el idioma japonés, y aquellas que permitieron alcanzar a dicho idioma un estatus y rango de lengua apta para la literatura. Sólo en el campo de la poesía, los varones se dignaron a hacer algunos aportes, pero en el campo de la narrativa japonesa, las mujeres Heian son sin duda las campeonas absolutas... aunque sea por deserción del rival masculino.