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jueves, 16 de febrero de 2012

Planeta caliente hace 56 millones de años.


Desde los orígenes de la Paleontología como ciencia, por allá por el siglo XVIII, se creyó que más allá de alguna que otra convulsión en sus remotos orígenes (e incluso por el Diluvio Universal, ya en tiempos históricos), la historia climatológica de la Tierra había sido básicamente estable, sea que sus temperaturas fueran constantes, sea que se adscribiera a la teoría del enfriamiento paulatino y uniforme. Ahora, gracias a las investigaciones en curso desde la segunda mitad del siglo XX, sabemos que las cosas no fueron tan simples, y que el devenir climatológico y biológico del planeta ha estado trufado de convulsiones a veces bastante violentas. Una de ellas es el llamado Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno, un subidón de temperaturas que azotó al planeta entero hace 56 millones de años.

Durante mucho tiempo se consideró que la frontera entre los períodos geológicos Paleoceno y Eoceno era simplemente de fósiles: algunos aparecían y otros desaparecían, todos ellos de repente. No podía haber sido algo tan grave, en particular considerando que habían pasado apenas nueve millones de años desde el mucho más grave evento de la extinción de los dinosaurios. Hasta que en 1991, los oceanógrafos James Kennett y Lowell Stott hicieron un hallazgo enorme. Estudiando los isótopos de carbono en una muestra de sedimento marino que data más o menos de la época en cuestión, descubrieron que justo en el paso del límite del Paleoceno al Eoceno, la cantidad de carbono se había incrementado una brutalidad en muy poco tiempo. Con tanto carbono suelto en el océano, es claro que la atmósfera tenía que estar hirviendo de gases de invernadero: en definitiva, era la gran evidencia de un calentamiento global a escala planetaria y a lo bestia, hace 56 millones de años, y que muy posiblemente estuviera conectada con el cambio en el registro fósil. Algo después, las investigaciones sobre dichos isótopos relacionados con el hallazgo de un fósil de un bicho terrestre llamado Phenacodus (un mamífero ungulado primitivo), confirmó las conclusiones anteriores.

Nadie sabe con seguridad de dónde salió tanto carbono volcado a la atmósfera de manera tan repentina. Una posibilidad es que, al estarse separando Europa y Groenlandia por la tectónica de placas, erupciones volcánicas hayan soltado dióxido de carbono desde sedimentos orgánicos en el fondo del mar. Otra posibilidad es que un leve calentamiento térmico hayan soltado grandes dosis de un compuesto llamado hidrato de metano (en palabras simples, una molécula de metano envuelta en varias de agua). El hidrato de metano tiende a acumularse en los polos debido a que sólo se forma con temperaturas frías: si el clima se calienta un poco, el hidrato de metano se derrite, y el metano queda libre. Como el metano es gas de invernadero 20 veces más potente que el dióxido de carbono (y que en la atmósfera, para colmo, al contacto del oxígeno se degrada en dióxido de carbono), basta con el derretirse de unas pocas fuentes de hidratos de metano, para que se cree un círculo vicioso de alza desbocada de temperaturas.

Las consecuencias fueron bestiales. Los territorios semidesérticos de Wyoming llegaron a presentar pantanos como los de la actual Florida, a pesar de que las precipitaciones cayeron cerca de un 40% en dicha región. Los mamíferos parecieron beneficiarse de los grandes calores, y de hecho fueron los grandes ganadores al expandirse y evolucionar a destajo, como por ejemplo los ancestros de los actuales animales con pezuña, pero a cambio, los individuos tuvieron que reducirse de tamaño para metabolizar menos alimento disponible. Por su parte, unos protistos llamados Apectodinium, relacionados con los actuales dinoflagelados responsables de la marea roja, y que antes del evento se presentaban sólo en el subtrópico, se propagaron después en todos los mares del planeta más o menos por igual. En el Océano Artico, la temperatura de las aguas se disparó desde 18 a 23 grados, más o menos la temperatura actual del Mar Caribe. A la larga, las temperaturas se normalizaron cuando el exceso de dióxido de carbono fue absorbido por el agua marina o por el suelo (mediante un chorreón de lluvias ácidas), al precio de que éstas se acidificaran, lo que llevó a una nueva ronda de extinción de especies. Hasta que a su vez, ciertas criaturas marinas también se hicieran cargo de ese exceso y lo procesaran para hundirlo en las rocas, proceso que debió tardar unos 150.000 años en completarse. Pero lo peor, es que este catastrófico evento de la climatología planetaria es como una especie de profecía de los días por venir: es casi una radiografía de cómo podría llegar a ser el planeta, si los seres humanos termináramos por quemar todos los combustibles fósiles disponibles y arrojarlos a la atmósfera.

2 comentarios:

  1. En todo caso, entiendo que en la historia de la Tierra existen cinco extinciones masivas, entre ellas la llamada Gran Mortandad, acontecida mucho tiempo antes de los sucesos aquí descritos, y a los cuales deja como un simple desastre natural.

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  2. En efecto. La historia de la Tierra está trufada de extinciones cada 10 a 30 millones de años o algo así. Pero las más bestias son las "cinco extinciones", justamente. Y ahorita mismo, no lo estamos haciendo nada de mal tampoco, si no por nada hablan de la sexta...

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