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jueves, 9 de febrero de 2012

Filippo Brunelleschi domestica la perspectiva.


Una vez que se sabe cómo hacer algo, el procedimiento es obvio y evidente por sí mismo. Pero a veces la idea en comento es tan sencilla, que nadie pareciera discurrirla el primero. Quizás la marca del verdadero genio no está en los más alambicados desarrollos, sino en la sencillez y claridad de una solución a un problema. Si lo anterior fuera verdad, entonces no cabe dudas de que el arquitecto italiano Filippo Brunelleschi sería uno de los más grandes genios de la Historia. Hay mucho de que hablar acerca de Brunelleschi, pero para Siglos Curiosos, por esta vez, centrémosnos en cómo resolvió el problema de investigar la perspectiva.

En realidad, la cuestión de investigar la perspectiva, o sea, la manera en que el ojo y la mente humana perciben las imágenes y las ordenan para generar en obras artísticas efectos de distancia, profundidad, etcétera, es tan vieja como los antiguos griegos. Varios geómetras habían tratado de investigar el tema, al encontrarse con éste mientras investigaban las leyes de la Optica. Ya el pintor Giotto, a inicios del siglo XIV, había roto con la representación plana del mundo en las pinturas, para integrar cuerpos con volumen y "espacialidad", por llamarlo de alguna manera, en el mundo retratado. Pero ninguno atinaba de frentón con una manera de verdad adecuada de representar con fidelidad el espacio tridimensional en el dibujo bidimensional... o de utilizar dicho espacio para generar efectos arquitectónicos. Hasta Brunelleschi.

Ayudó por supuesto que Filippo Brunelleschi fuera un outsider en el mundo de la arquitectura, ya que realizó su aprendizaje como orfebre, y de ahí saltó a lo arquitectónico. Venía así con la mente limpia de ideas y prejuicios. Brunelleschi hizo algo muy sencillo, y también muy renacentista. En vez de centrarse en las teorías en circulación, o de utilizar conocimientos geométricos, optó por el método empírico de ir a la raíz del problema e ir a pintar el objeto in situ. Luego, o bien colgó un marco delante suyo, enmarcando al objeto, o utilizó para dicho fin la puerta de alguna casa. Como siguiente paso, cuadriculó el marco utilizando cuerdas horizontales y verticales, y a su vez cuadriculó de esa misma exacta manera la tela en la que debía pintar. Luego, fue tan sencillo como pasar el pedazo del marco "A1" al casillero "a1" de la tela, el "B1" al "b1", y así sucesivamente.

Para asombro de sus contemporáneos, hizo dos demostraciones públicas de su método, una en la Piazza de la Signoria, y la otra en la Piazza del Duomo, ambos lugares de su Florencia nativa. La clave del método para que funcionara, observó Brunelleschi (algo que nos parece obvio, pero que para la época era un hallazgo revolucionario) era siempre quedarse a la misma distancia del marco cuadriculado con cordeles, para no alterar la disposición de la perspectiva.

Por supuesto que Brunelleschi no agotó todas las posibilidades del método, y en los hechos, una legión de pintores posteriores siguieron desarrollando las leyes de la perspectiva hasta unos cien años después. El alcance de la revolución puede medirse por los conceptos vertidos por Leon Battista Alberti, tratadista de mediados del siglo XV, quien afirmaba que un cuadro debe verse como si fuera una ventana. Digamos que, desde los hallazgos de Brunelleschi, el observador deja de ser alguien que interpreta símbolos, y pasa a ser mero espectador de una escena. Y ni qué decir acerca de los Niágaras de tinta que han corrido después para justificar o atacar esta manera de concebir el arte pictórico...

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