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domingo, 17 de abril de 2011

Sin cuerpo.

Quizás la desaparición de Helen McCourt hubiera pasado a la historia como otro de esos tantísimos casos policiales sin resolver, lo que a grandes rasgos significa que no hubiera hecho historia en lo absoluto, pero el enorme progreso de la tecnología genética en los '80s del siglo XX hizo posible agarrar y condenar a su secuestrador y eventual asesino con una certeza prácticamente absoluta. La historia principia el 9 de febrero de 1988, cuando Helen McCourt, que era agente de una compañía de seguros, fue vista en el pueblo de Billinge, en Inglaterra, mientras bajaba del autobús, y luego de eso, nadie volvió a saber de ella.

El primer sospechoso de lo que podía ser un secuestro o un asesinato, era un tal Ian Simms, que era dueño del pub del pueblo. Simms y McCourt sostenían un romance que era extramarital, ya que él era casado. Algunos testigos declararon que a horas que se correspondían después de que Helen McCourt bajara del autobús, escucharon un grito en el pub. Cuando la policía interrogó a Ian Simms, éste tenía arañazos en la cara, pero tenía coartada: había supuestamente tenido una pelea con su esposa. Pero no pudo explicar por qué había tierra en sus anillos, o por qué habían escuchado gritos dentro del pub. El caso se tornó aún más contra Simms cuando encontraron un pendiente ensangrentado dentro de su vehículo: el pendiente había pertenecido a Helen McCourt. Registraron su casa, y encontraron manchas de sangre que iban hasta su dormitorio. Aparecieron por el pueblo algunas pertenencias de Helen, incluyendo un abrigo que al ser examinado, reveló tener pelos pertenecientes a los dos perros de Simms. Se recuperó también un cable eléctrico con mechones de pelos, que al ser sometidos a peritaje, revelaron ser idénticos a la cabellera de Helen.

Pero sin embargo, seguía faltando algo importantísimo: el cuerpo. Sin éste y la posibilidad de hacerle peritajes, prácticamente toda la otra evidencia era circunstancial: Simms olía a culpable a la redonda, pero no existía la posibilidad de eliminar la duda razonable que probablemente acabara por absolverlo. Si Ian Simms era el asesino, se las había ingeniado condenadamente bien para evitar una condena. Salvo por un detalle que no previó: en ese 1988 ya se usaba una novísima tecnología de identificación por algo que las revistas científicas llamaban el ADN. Aunque no había cuerpo, se tomaron muestras de sangre de los padres de la desaparecida, y se compararon los resultados del examen de ADN con las manchas de sangre encontradas en el pub. Esto suscitó algunas dudas, pero en el juicio compareció el doctor Alec Jeffreys, que había desarrollado la tecnología que permite leer la huella genética de una persona: en el juicio declaró que la posibilidad matemática de coincidencia en esas circunstancias era de 1 contra 14.500. Esa cifra superaba aproximadamente en tres veces la población de la localidad, por lo que la coincidencia era una casi imposibilidad matemática.

Ian Simms es probablemente la primera persona condenada por asesinato, sin que se haya actualmente encontrado el cuerpo de la víctima, o al menos algún rastro corporal de la misma (quien, por cierto, nunca más apareció, ni viva ni muerta). Simms acabó condenado a cadena perpetua. En el año 2010 intentó que se le concediera la libertad bajo palabra, pero se le denegó.

3 comentarios:

  1. Un caso curioso, sin duda. Quizá hayas oído hablar de otro que está muy de actualidad desde hace unos años en España, el de la desaparición de Marta del Castillo. Hay presuntos culpables, hay pruebas... pero no hay cuerpo. Me recuerda mucho al caso Helen McCourt que has contado. Sólo que en el caso Marta del Castillo, aún no hay sentencia.

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  2. Entiendo que lo de la exigencia del cuerpo es para que no se produzca un bochorno similar al "crimen de Cuenca", ese tristemente célebre error judicial español donde dos espigadores, tras unas prolongadas y violentas sesiones de torturas, confesaron la "desaparición" de un compañero de trabajo, que fue localizado doce años después en un pueblo vecino, por cierto caminando sobre sus pies. Desesperados por los tormentos sufridos, los pobres campesinos -que pasaron diez años en prisión- llegaron a señalar el sitio donde supuestamente asesinaron a su colega y luego incineraron su cadáver. Incluso relataron con lujo de detalles la forma como "procedieron"

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  3. A AMAYA: Desconocía la existencia del caso de Marta del Castillo (imagino que ha sido noticia de primera plana día sí y día también en España, pero acá a Chile habrá llegado como una nota policial más, seguro). En cualquier caso, san Wikipedia mediante, realmente la cosa se ve complicada. Si el acusado (sea inocente o culpable) es un tipo con desequilibrios mentales, entonces buena va a estar la cosa, porque muchas veces ni ellos mismos tienen idea de qué está pasando, o su enfermedad mental les juega en contra a ellos y a todo el mundo a la hora de esclarecer qué fue lo realmente sucedido... Una pena, en verdad.

    A GALO GÓMEZ: La verdad es que desconocía la historia del crimen de Cuenca (o "crimen" así entrecomillado), y al leer información en la Wikipedia (que vaya a saber uno qué tan fidedigna, pero para un vistazo sumario...) me he quedado de piedra.

    Ya lo decía el buen marqués de Beccaria en el siglo XVIII (no textualmente, claro), que la prueba de la tortura no la pasan los que dicen la verdad, sino los que tienen mayor resistencia física...

    Con todo, en la legislación penal actual (la chilena por lo menos) ha quedado asentado que no se puede condenar a alguien por un delito por el cual la única prueba que exista sea la confesión del acusado. Aunque claro, a cualquiera con un poco de mala leche le pueden forjar pruebas circunstanciales...

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